OPINIÓN: Socialismo o Barbarie
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Todavía me estremece la evidencia: un joven negro de un barrio humilde de La Habana, chapurrea en inglés, provocativamente, ante la cámara de su celular, “mi presidente es Trump”. La prensa contrarrevolucionaria intenta hacerlo pasar por uno de aquellos que en los Estados Unidos enfrenta la represión policial y la discriminación racial, con el lema “los negros también importan”. Pero los de allá, luchan contra todo lo que representa Trump. Traigo a colación este incidente, ya casi olvidado, porque de alguna manera se conecta con los “triunfos” electorales de personajes como Bolsonaro o Milei. Y del propio Trump.
El sistema, débil, se despoja de máscaras: habla claro y duro. Es más “incorrecto”, más radical —en tanto muestra las raíces de su pensamiento—, que sus oponentes: expone sin matices su xenofobia, su racismo, su misoginia, su homofobia, su desprecio a los llamados débiles, a los que no entienden las razones del “más fuerte”. Se declara supremacista, promete una grandeza nacional o racial, capaz de aplastar cualquier resistencia, un futuro luminoso para los pobres de hoy, ricos mañana, de la nación elegida.
Parte de dos realidades precedentes: una crisis económica y social, que se manifiesta tanto en el incremento de la pobreza, como en la ingobernabilidad de los estados minados por la corrupción, y unos gobiernos llamados de izquierda, tímidos, recatados, “correctísimos”, respetuosos de la democracia burguesa hasta el suicidio e incapaces de presentar y defender una nueva concepción de esta, convencidos (aunque no lo confiesen) de la inevitabilidad del capitalismo, que no pueden de esa forma resolver la crisis. Precisamente cuando la gente sencilla, intoxicada por las redes sociales, quiere cambios radicales, milagrosos, que la hagan saltar de la miseria a la abundancia personal, la izquierda “se porta bien”, respeta y defiende las reglas que antes reproducían al capitalismo y ahora son desechadas por este. A pesar de eso, es acusada de extremista.
La honestidad y la deshonestidad, la limpieza o la corrupción, son presentados como atributos personales, no ideológicos: no existe, por tanto, derecha o izquierda, existen líderes buenos y líderes malos, fuertes y débiles. La justicia al servicio de la política y las fake news, han diseñado un mapa en el que no parecen distinguirse los políticos de uno u otro espectro ideológico. La derecha usa con impudicia nuestras consignas, nuestros gestos y conceptos. Pero los revolucionarios no hacen “política”, hacen revolución. No basta con declarar que somos de izquierda: la ideología no se construye de palabras, sino de hechos.
La gente quiere cambios radicales: y el fascismo los “propone”; ¿deben los revolucionarios ser moderados y juiciosos?, pero si no están profundamente convencidos de la necesidad de cambios radicales, a favor de la justicia social, la solidaridad internacional y la paz, si no están dispuestos a hablar, sin actitudes vergonzantes, de los errores del pasado, y de la necesidad de un futuro distinto, y ser ellos mismos distintos, en el más profundo sentido ético (como exigía el Che Guevara), si no son capaces de desafiar al imperialismo, no podrán detener la ola fascista que se aproxima.
No es solo el uso eficiente de las llamadas redes sociales —aunque su efecto tóxico incida en los resultados—, lo que otorga la victoria electoral, que nunca podrá ser considerada una victoria popular, a personajes como Trump, Bolsonaro o Milei. La debilidad esencial de un revolucionario no será nunca su escaso dominio de las redes sociales; su debilidad o su fortaleza, estará siempre en la radicalidad o no de sus medidas, en su capacidad real para entender que el mundo necesita cambios que trasciendan el estatus quo, su vínculo con las bases y su disposición a entregarlo todo, hasta la vida si fuese necesario, por la verdad, la justicia y la belleza. Aunque sea un hecho sin importancia estadística —aunque haya recibido un pago por decirla—, la frase del joven cubano de procedencia humilde que cité al inicio de este artículo es una advertencia. La contrarrevolución cubana de Miami la refrendaba cuando votaba por él y recibía con júbilo la victoria de Milei.
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