OPINIÓN: La fragua y la lluvia. Palestina vencerá
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Foto: Heydy Montes de Oca.
El cielo está cerrado, a punto de desplomarse. Se respira humedad, el viento la trae por partida doble: la recoge del mar, encrespado, y del techo de nubes negras. Pero una multitud se agolpa y crece alrededor de la Fragua Martiana. No es una metáfora concebida para hoy, así llamamos al pequeño museo construido sobre los restos de la cantera en la cual el adolescente José Martí, preso de los colonialistas españoles, pulía las piedras, y su alma, a golpe de martillo. Fragua de la Patria, que es Humanidad. Entre los complotados hoy también hay muchos adolescentes, vestidos de uniforme escolar, y jóvenes universitarios, y mujeres y hombres de todas las edades. Vienen a reclamar la paz en Palestina, el cese de la ocupación y del genocidio que ejecuta el ejército israelí con total impunidad. Aberración histórica: que las víctimas sean hoy las victimarias.
Algunos estudiantes gritan ¡Abajo Israel! No debería ser, pero la propaganda imperialista insiste en confundirlos: todos los antisionistas son considerados antisemitas. Abogamos por la constitución de dos Estados que se respeten, pero cada muerto inocente levanta muros infranqueables de odio. "Me arrancaron el derecho de vivir en mi país. Hoy todos somos Gaza; el odio no cesa, el odio te mata", expresó un estudiante palestino. En primera fila, Díaz-Canel, el presidente, junto a estudiantes palestinos y libaneses, sirios e iraníes que estudian en Cuba, y a dirigentes juveniles y del Gobierno cubano.
Foto: Gonzalo González Borges
Salimos al Malecón habanero. Flota la bandera de Palestina sobre un fondo gris, con intermitencias azules. En la multitud, indiferenciados, van ministros y viceministros, vecinos y colegas de trabajo, intelectuales y amas de casa. Los estudiantes a veces bromean, escapan del estupor, mientras la brisa húmeda les golpea el rostro. Uno, con un megáfono improvisa consignas, otro sostiene un cartel escrito a mano: “¡Mundo, date cuenta!”. Cerca de la Tribuna Antimperialista, a donde todos llegamos, dos mil quinientos pioneros sostienen sobre sus cabezas, en bandas bien delineadas, los colores rojo, verde, blanco y negro. Desde el cielo Alá o Jehova, si existen, podrán ver la bandera palestina.
Foto: Gonzalo González Borges
Todos los días la televisión y las redes traen imágenes del terror: 42 000 palestinos han muerto. Mañana morirán más, y después, todavía más. Los sionistas arrasan los territorios ocupados. Recibirán más armas de Estados Unidos, que impedirá con su veto que sean condenados. Cada nuevo día se parece al anterior y la gente buena, la que ayer se horrorizó, cree que está frente a las mismas imágenes: cien niños ayer, cien niños hoy. Si las imágenes se repiten, y son dolorosas, ¿para qué verlas? Los términos se escamotean, se esconden, se manipulan. Los medios que se insubordinan son destruidos con bombas o drones teledirigidos. Los bombardeos se extienden al Líbano, y a otras naciones del Medio Oriente. No son simples números humanos; los caídos, los desplazados, son seres reales, tienen madres, hijos, hermanos. Podemos enarbolar uno: la libanesa Wafy Ibrahim, incansable activista de la solidaridad con Cuba y Venezuela. No la asesinaron como pretendían, pero destruyeron su hogar, sus recuerdos, la empujaron hacia un lugar desconocido; ¿creen que también destruirán su espíritu, su voluntad de lucha? No nos acostumbramos, no naturalizamos la muerte, el terror, como tampoco lo hacemos con el bloqueo a que nos someten. John Donne, un poeta inglés del siglo XVII, advertía de manera premonitoria:
“Ninguna persona es una isla / la muerte de cualquiera me afecta / porque me encuentro unido a toda la Humanidad / por eso; / nunca preguntes por quién doblan las campanas; / doblan por ti”. Hemingway usó el verso final para titular su novela sobre la Guerra Civil española.
Foto: Gonzalo González Borges
Las bombas que caen sobre Gaza o sobre Beirut, también caen sobre Caracas y La Habana. Que nadie piense que está a salvo, que no es asunto suyo. La voz de nuestros trovadores son ráfagas de amor. La marcha termina con El necio, el himno de todas las Numancias: de Stalingrado, de Vietnam, de Gaza, de Cuba y de Venezuela. Nos retiramos en desorden. El cielo no puede ya contener su carga; unos pasos más y rompe la lluvia. El agua purifica. Palestina vencerá.
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