Morirse de amor

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Morirse de amor
Fecha de publicación: 
5 Marzo 2023
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Ilustración de Agustina Paci @paciamor

He leído un artículo sobre morir de amor, y me quedé pensando en lo romántico del asunto, y en lo excesivamente dramático que siempre me resulta escuchar esa frase en canciones. Sin embargo, luego he visto el nombre de mi abuelita Paula repetido mil veces en una calle y cafeterías de la Habana Vieja, y desde entonces llevo dos días pensando en la desolación que sintió mi abuelito durante los cuatro años que la sobrevivió. Estuvo todo ese tiempo muriendo de amor, lentamente.

Se llamaba Eugenio y falleció hace poco. Este mes de julio cumpliría cien años y sentíamos un orgullo tremendo por el privilegio de tenerlo como tronco de la familia Cabezas. Pero abuelito quiso dejar este mundo desde el mismo momento en que su amada esposa cerró los ojos. Todos los días posteriores fueron de agonía porque esperaba morir, al menos, durmiendo. Sin embargo, amanecía sano y lozano, pero sin ánimo ni deseo de hablar más que de su angustia sin ella.

Sufrió la ausencia de mi abuelita, y despotricó a las creencias populares que aseguran que de modos diversos se puede ver a quienes ya no están. Cada día me decía: «todo es una mentira, no la veo ni por las noches, ni en las sombras; no la escucho, ni me deja mensajes». Y sentir rota su única esperanza de reencontrarla me dolía desde la impotencia de no conseguir aliviar su desasosiego.

Por eso, ahora me llamó la atención ese texto sobre morir de amor. La ciencia sostiene que no es descabellado. Incluso tiene nombre: miocardiopatía de Takotsubo. Es lo que comúnmente hemos llamado como síndrome del corazón roto, y tiene que ver con situaciones extremas como perder a la persona amada de modo repentino. En ese contexto, los primeros tiempos son los más complejos. O sea, cuando la pareja se queda con ese estado de ánimo muy bajo, triste y estresado, se pueden desencadenar padecimientos relacionados con el corazón como dolor en el pecho, dificultad para respirar, arritmias y desmayos, parecido a los síntomas del infarto.

Además de la depresión, otros factores que inciden son la edad avanzada y el antecedente de cardiopatías. Mi abuelito era muy saludable, pero ya tenía casi un siglo de edad, más angina de pecho y marcapasos.

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Fotografía familiar donada por la autora

Su nombre, Takotsubo, es de origen japonés, y así llaman a un tipo de jarra que se utiliza en la pesca de pulpos. La afección recibe ese nombre porque es la forma que adopta el corazón cuando sufre tal dolor: se inflama el músculo del ventrículo izquierdo porque el bombeo de sangre cambia abruptamente. Esto sucede por el exceso de determinadas sustancias químicas, como la adrenalina y dopamina, presentes en el torrente sanguíneo cuando se viven situaciones extremas de esa naturaleza.

Todo está en la mente. Ya los neurocientíficos confirman que las emociones pueden tener repercusión fisiológica porque el sistema nervioso controla el sistema cardíaco y el inmunitario. Por eso con la depresión nos bajan las plaquetas, por ejemplo. Y eso nos sucede a todos, tanto en la adolescencia como en la adultez. La diferencia está en la respuesta del cuerpo. Cuando se es joven, los efectos se pueden notar con la pérdida de peso o de ánimo, y su duración es variable, pero lo normal es que no perdure; claro, depende de la fortaleza psíquica. En cambio, para los ancianos, la soledad se vive peor. Perder al ser amado, al compañero de muchos años, resulta ser, como vemos, de gravedad.

Así que, aquí tenemos la respuesta. Sí es físico, además de mental. Tener el corazón roto ya no es para mí solo una frase poética ni un eufemismo; hay personas que de verdad sienten muchísimo dolor, y una de ellas fue mi abuelito, quien murió lentamente por la falta de parte de su ser, su complemento durante más de 70 años, llamada Paula.

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