La Escuela Cubana de Boxeo debe ser adaptada a la etapa actual
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Al boxeo no le cayó desde las nubes ser la proa del deporte cubano, sobre todo en las citas olímpicas, después de la victoria de la Revolución. Nuestra inicial presencia en el ring de la magna justa ocurrió en Roma 1960. Allí Esteban Aguilera (60 kilos) fue eliminado 5 a 0 por el irlandés O’ Brien, quien tampoco olió siquiera el podio con posterioridad. Luego, un manto de silencio cayó sobre nosotros en ese ámbito, pese a poseer muy buenos púgiles y hasta titulares mundiales entre los puñetazos pagados. Hubo también ases y medallistas centrocaribes, y Cristóbal Hernández (63.5) ganó un subtítulo en los Panamericano iniciales; Buenos Aires 1951.
Ninguno llegó entonces a batirse en la gran fiesta: venidos casi todos de la pobreza, saltaban rápido al profesionalismo porque temían más a los jabs del hambre que al castigo sobre el cuadrilátero, como dijo en cierta ocasión el mexicano Miguel Bastidas, peso pluma que poco tiempo después perdió la vida por la paliza recibida en un combate el 14 de junio de 1974.
En Ciudad de México 1968, dos púgiles de la Mayor de las Antillas debutaron en el certamen supremo con sendas preseas plateadas: Rolando Garbey (71) y Enrique Regüeiferos (63.5). Todavía debíamos avanzar mucho, especialmente en el olimpismo. Se avanzó. Recibimos el apoyo de entrenadores del campo socialista, el de Andre Chervonenko fue trascendental pues contribuyó a solidificar la Escuela Cubana de Boxeo, forjada principalmente por el profesor Alcides Sagarra. La creación ascendía a partir de la opinión de Kid Chocolate, nuestro primer campeón mundial del pugilismo rentado: el boxeo es dar y que no te den, convertida por el genial preparador en el más humano y científico que no te den y dar. Parece igual pero no es lo mismo, ha planteado Alcides.
La Escuela demostró su efectividad en Munich 1972 al coronarse Orlando Martínez (54), Emilio Correa (67) y Teófilo Stevenson (más de 81) con Gilberto Carrillo (81) en el segundo escalón y Douglas Rodríguez (51), en el tercero. Orlando, nuestro primer deportista conquistador del oro olímpico después de 1959.
Desde entonces la rumba ha dominado el cuadrilátero en las justas regionales, los Mundiales y la gran fiesta coubertiana, amén de diversos torneos. Las trasformaciones -don dinero en la mirilla- han puesto súper difícil el panorama -no solo de este deporte-, con el arribo mayor del profesionalismo en hechos y pensamientos. Quien no entre en esos cambios queda fuera de la fiesta, incluso la olímpica.
Ese arte no es el más preferido por funcionarios, jueces, el propio público. No pocos de los boxeadores cubanos que determinaron residir en otras naciones y abrazan el profesionalismo pleno, sufren ser menos seguidos, pese a obtener fajas del orbe o estar en los primeros planos del intercambio de trompadas por plata. Se prefiere la pelea dura, pegar bastante, aunque tenga para ello que recibir. Se busca a toda costa la agresividad: gana puntos, la entrada de público... y de dinero. Y no hay escenario libre de ello. En París 2024 se observó el mencionado gusto.
Erislandy Álvarez, sin dejar de ser un miembro de esta Escuela, se ganó el favor del público -de allá y de aquí- precisamente por su gran combatividad. Me recordó aquella predilección de Chocolate por Douglas Rodríguez basada en la agresividad de este atleta, “...que salía a pegar para no dar respiro al contrario en busca de los puntos débiles de aquel, metiéndose en la guardia, tratando de colocar sus golpes donde más daño hacían. Iba a lo suyo y mantenía ocupado al rival, sin dejarlo realizar el plan de pelea planteado”.
Dicha combatividad ofrece puntos también y pesó en despojo al favor del ucraniano en el encuentro con Arlen, aunque muchos de sus golpes no eran eficaces y hasta quedaban en la guardia del guantanamero. No niego en esa decisión ciertos intereses politiqueros.
Estimo que la Escuela Cubana de Boxeo, sin abandonar sus fundamentos, está obligada a tener muy en cuenta el momento histórico que se vive, adaptarse a este y adaptarlo a nuestros conceptos. Continuidad incluye la ruptura, no ser dogmático, para salvar la esencia. Es indispensable fajarse más, atacar más, dar más o sus integrantes terminarán jugando dominó o parchís para imponerse. Tal vez, en muchos casos, es el volver al dar y que no te den, que no significa abandonar nuestro arte pugilístico, ese sabroso guaguancó entre las cuerdas.
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