Geopolítica: ¿El final de la “revolución” conservadora?

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Geopolítica: ¿El final de la “revolución” conservadora?
Fecha de publicación: 
8 Junio 2025
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Elon Musk y Donad Trump acaban de romper su alianza política. Eso quiere decir que en solo cuatro meses la propuesta conservadora de gobierno que surgiera en medio del ascenso del maguismo ha hecho aguas. En la concepción de poder de esta administración había dos cabezas visibles. Musk era el emporio que unía tecnología de la cuarta revolución industrial con los planes neocoloniales incluso de proyección hacia el planeta Marte; Trump, el hombre que iba a llevar adelante el tan mencionado proteccionismo de lo nacional y que debía, según ellos, conducir a un resurgimiento económico de los Estados Unidos. 

La realidad ha sido muy diferente y tiene que ver con la inviabilidad de los métodos para reconstruir el tejido del poder norteamericano tanto interno como externo. La sustitución de la economía de una superpotencia por otra se ha dado gradualmente y de manera estructurada, por lo cual retraer la historia no era cuestión de una política inmediata. El mesianismo de los maguistas en torno a Trump les hizo creer que una persona que supuestamente era exitosa como empresario iba a diseñar un gobierno alejado de las políticas de género y la retórica para llevar al país a su bonanza de hace treinta o cuarenta años.

Eso no sucedió no solo por la incapacidad de las medidas de Trump, sino porque es imposible desde el punto de vista del realismo geopolítico. El mundo ha cambiado y no se puede prescindir de una estructura de comercio internacional que funciona a partir de estamentos ya engranados unos con otros. Pretender que de la noche a la mañana Estados Unidos vuelva a ser el centro global exportador y no solo un mercado con ventajas era de un infantilismo propio de masas aleladas por una propuesta irracional, manipuladora. 

Más allá del escándalo en las redes sociales y de los egos que han empezado a chocar, lo que hay que tener en cuenta desde cualquier análisis serio es que tanto Musk como Trump representan el mismo proyecto de poder. No existen diferencias en lo esencial, solo que tal cosa es contradictoria en su viabilidad. El interés de clase de restaurar el imperio está en las antípodas con el conflicto existencial del propio Estado Nación norteamericano y coloca en crisis los estamentos ideológicos que atraviesan el liberalismo y el republicanismo. Vance lo ha dicho: estamos en una época postliberal y ello quiere decir que hay formas que antes se respetaban en cuanto al estilo de gobierno que ahora no se contemplan, porque en las crisis la esencia es lo que prevalece. Y ahí salta el interés de autoconservación de la oligarquía. 

Entonces, ¿qué explica este choque entre pares de la misma clase? Los intereses económicos. La política de aranceles de Trump no solo ha sido torpe e irracional, sino que comienza a afectar importantes gananciales a nivel corporativo. Ante esto, la respuesta del ejecutivo a los empresarios es que ellos deben asumir el costo de las subidas de precio en el comercio mayorista sin que se recargue tal cosa a los usuarios minoristas. En otras palabras, Trump les pide a los capitalistas que se inmolen en su nombre y que no traspasen la crisis a los votantes para él poder seguir gobernando. Un proyecto basado no ya en el interés de clase, sino en la megalomanía de una persona que no comprende un fundamento básico de la política norteamericana: nunca gobiernes sin la oligarquía ni contra ella. La cabeza visible de ese poder extralegal era Musk y mientras él estuviera allí quedaban representados todos los estamentos que en su tiempo apostaron por el retorno de Trump desde el núcleo corporativo. 

El choque puede que se ahonde hasta el punto de dar paso a un tercer partido. De hecho, el Republicano es una organización que, luego de Trump, tendrá casi que refundarse porque se ha destruido internamente como espacio de poder. Igualmente, los demócratas con su concepción desde el género, la raza y las segmentaciones; se ha vuelto funcional solo a una porción elitista de la clase liberal norteamericana. Por lo cual estas divisiones entre poderosos expresan la crisis de la política de una nación que pierde su condición de imperio global de manera acelerada y no encuentra hacia lo interno una entidad que respalde una alternativa. 

La deriva de Musk no va en contra del proyecto MAGA, sino que busca de esa manera reafirmar los intereses de clase que la irracionalidad de Trump ha traicionado ya que se trata más de un ego descentrado y demente que de un jefe de Estado. El poder, en su esencia, posee una racionalidad acumulativa que no procede mediante del uso exclusivo y desestructurado de la fuerza, sino que requiere de políticas que den ventaja al proyecto y que lo coloquen en una situación de bonanza. Eso es lo que ha faltado a cuatro meses de gobierno, las respuestas para las ambiciones de la oligarquía nacional, esa que apuesta por un estilo de poder más cercano a su esencia y alejado de las formalidades de los liberales demócratas. Han colocado en el centro a un ser humano que solo basa sus energías en poner en alto su nombre, aunque eso implique mentir acerca del fracaso real de las promesas y del maguismo. En esa corriente fundamentalista política, los que no se sumen, sobre todo congresistas y gobernadores, quedan fuera de la corriente y se hacen vulnerables ante el poder omnímodo presidencial. Un punto a tener en cuenta para entender por qué desde la clase política no se hace nada para detener el desastre antes de que vaya a mayores. 

¿Cuál es el pronóstico de este choque entre conservadores? Existe una facción tecnócrata del poder vinculada a las nuevas tecnologías que sabe que el futuro de la política es el control social mediante estos implementos. Poco a poco, este siglo ha visto cómo las maneras tradicionales del Estado moderno están en retroceso y el postliberalismo marca una transición desde la noción del consenso burgués hacia la imposición de una agenda más totalitaria. Musk está en esa línea y de hecho su proyecto con Marte es una especie de extensión de la Doctrina Monroe y del impulso manifiesto del hombre blanco de alcanzar de manera colonial las fronteras del universo. Paradójico que esto esté ocurriendo en el momento justo en que Estados Unidos ha demostrado no poseer la perspectiva necesaria para conseguirlo. China le está dando lecciones constantes acerca de cómo acumular poder y eso desespera a la clase corporativa norteamericana que en su orgullo ha perdido el rumbo. La esencia, entre Musk y Trump, está en el primero ya que el segundo es solo el ego necesario para buscarles a las masas un mesías. La funcionalidad del presidente está en su sitio como carta en el juego liberal de las elecciones, pero eso no le interesa a una clase oligárquica cuyo proyecto postliberal es barrer tales libertades y garantías del sistema. El murmullo de reelegir un tercer mandato de Trump huele a lo que es: saltarse la democracia. Y ya sabemos lo que viene detrás de eso. 

El mundo no tiene por qué cargar con la crisis de la clase élite norteamericana. Ese no es el drama existencial de una Humanidad que tiene cuestiones más vitales por resolver. Además, la transición de poder global halla su justificación en el poder mismo, no requiere de otros mecanismos sancionadores. Y será peor el escenario en la medida en que se ofrezca mayor resistencia. 

Musk posee la posibilidad de jugar sus cartas por fuera del poder del Estado y de poner en riesgo la continuidad del presidente. A pesar de lo que se piensa, aquí se está imponiendo una lógica que va más allá del ego de la persona que ocupa el cargo ejecutivo. La clase que empodera a la bestia no la está embridando lo suficiente y ya sabemos cómo eso acaba por otros casos anteriores de presidentes que perdieron la vida. este escenario, esperado por muchos, se nos está dibujando como una lucha personal, pero en realidad se está corrigiendo el tiro del presidente. La segunda opción del maguismo, Vance, con sus tesis sobre el postliberalismo, quizás es políticamente correcta ante los ojos de la oligarquía. La apuesta por restaurar a los Estados Unidos está por encima del ego tetosterónico de Trump. 

El choque, previsiblemente, posee dos evoluciones: la escisión debilita al gobierno y crea en el maguismo una tendencia opositora o, como segunda opción, se reconcilian y los intereses de los corporativos quedan protegidos ante la oleada de los aranceles. Tanto una cuestión como la otra dependen de que sean derogados pensamientos y acciones de tipo caótico en la administración del gobierno. Trump no va a hacia ninguna parte, ya que en sus prioridades está más la imagen de poder personal que la resolución real de conflictos. 

Cuando pasen los años y se analice esta sección del poder en la historia, habrá que tener el factor personal como uno de los motores que llevaron a los Estados Unidos a una crisis existencial, pero se sabe que la estructura de poder está carcomida y ya no puede soportar el proyecto. Pareciera que toda la supuesta expansión que se arguyó al inicio de este mandato era parte de una retórica vacía que iba dirigida hacia las masas para mantenerles la ilusión de que formaban parte de un imperio aún incontestable. La realidad política, con su inmenso pragmatismo, se está imponiendo y eso puede generar una crisis de popularidad para Trump. Problema que no será resuelto de forma fácil y que quizás derive a nivel de discurso del presidente en el hallazgo de enemigos internos y externos hacia los cuales trasladar la culpa de la caída en los niveles de gestión y de administración domésticos. 

Musk, por el contrario, representa ese pragmatismo de poder que estaba recortando los gastos sociales y estableciendo una lógica de construcción postliberal en la cual existe una gran masa de personas excluibles. El elitismo de la burguesía en su esplendor era la base del maguismo y lo sigue siendo a pesar de estos choques intestinos. Solo que este populismo de ultraderecha requiere del lumpen proletariado para poder permanecer y de ahí lo perentorio de las narrativas irracionales, los relatos, las metáforas discursivas que, aunque poseen una vida efímera a nivel de política de Estado, han dado sus frutos generando odio, separación divisionismo y desmovilización. 

En efecto, cuando se haga un análisis objetivo de la caída de este imperio, hay que tener en cuenta lo cultural y lo mediático como dos dimensiones que a la par que contribuyen a la conservación del poder, también lo erosionan y que han creado dinámicas que comprometen la confianza de los gobernados en sus instituciones. El orden postliberal es el que coloca en el puesto de presidente a un sujeto que es la antítesis de lo que el sistema a nivel formal había sostenido. Y todo eso solo puede suceder en una lógica de poder donde todo vale y que es capaz de ir contra sí misma. 

¿Quizás esté llegando el momento en que la clase oligárquica se arrepiente de Trump? Lo cierto es que las soluciones en ese punto no parecen fáciles. Se está reviviendo el escándalo de Jeffrey Epstein y eso es un arma que evidencia cómo la burguesía maneja incluso la moralidad en materia de relatos de poder. Estas armas arrojadizas pueden comprometer de hecho la confiabilidad de todo un sector en el poder y dar paso a movimientos telúricos en la sociedad. 

Cuando Obama llegó al poder y se creó toda la expectativa por el tema afro, apareció con fuerza algo llamado Tea Party, una agrupación que no iba a tomar el poder, que nunca lograría ganar unas elecciones. Ese partido ultra funcionaba más allá: su objeto era reavivar una ideología en un sector de la gente. Aunque se presentaba como una tercera opción, apartada del Estado Profundo, su funcionalidad estaba vinculada al sostén de un discurso excluyente. Esa erosión fue efectiva y de ahí salieron los grupos de lo que hoy se conoce como la Altrigth (derecha alternativa. Lo que podemos esperar del partido de Musk es algo parecido. El juego con la cultura y la segmentación hasta ahora ha funcionado. Hay que esperar en este caso para que las matrices de análisis entren y den un veredicto. 

Musk quizás está jugando al outsider. Pero en su esencia él está dentro. Si mañana ocurriera un juicio político contra Trump y una destitución ello significaría que las fuerzas que se mueven por detrás de la estructura de poder no hallaron otra manera de llevar adelante el plan restaurador. Pero para nada se trata del relato de una revolución conservadora como se ha querido vender a niveles de medios. 
 
 
 

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