ARCHIVOS PARLANCHINES: Ciclón del 26: curiosidades y proezas

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ARCHIVOS PARLANCHINES: Ciclón del 26: curiosidades y proezas
Fecha de publicación: 
19 Julio 2025
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Muchos han sido los ciclones que han marcado a Cuba desde la época de su descubrimiento hasta nuestros días; no obstante, es probable que ninguno sea tan célebre como el del año 1926, el cual ocasionó en La Habana y las provincias cercanas más de 600 muertos, 5 000 heridos y unos cien millones de pesos en pérdidas materiales. 

En realidad, los habaneros nunca habían visto nada semejante y, lo peor, no estaban listos para ello, tal es así que durante años el dicho “pasó como el Ciclón del 26” se asoció con la desgracia y la desventura y le puso la carne gallina los más guapetones.

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Según los viejos cronistas, entre las 9 y las 11 de la mañana del día 20 de octubre las escenas se tornaron indescriptibles: el estruendo sordo de la tempestad, el agudo silbido de los vientos enfurecidos, el incesante batir de los torrentes de agua, en los que cada gota era un proyectil, dieron pie a un espectáculo imponente y aterrador. 

Durante estas dos horas ocurrieron la mayoría de los horrores causados por el huracán en La Habana y en sus inmediaciones. Con vientos de más de 100 millas por hora, según cálculos por el Observatorio de Belén, aquella danza guerrera resultó imparable. 

Tras sembrar el caos en la Isla de Pinos, la tormenta entró en nuestra patria por el Surgidero de Batabanó, y salió por la costa norte, algo al este de Bacuranao.

La catástrofe 

Los daños fueron enormes: decenas de edificios públicos y particulares se derrumbaron e igual suerte corrieron la mayoría de las viviendas humildes del interior de la provincia; los árboles del Paseo del Prado, el Parque Central y el Campo de Marte (actual Parque de la Fraternidad), se vinieron al piso; los servicios de electricidad, teléfonos, tranvías, agua y alcantarillado desaparecieron por días enteros; el yate presidencial Hatuey, de la Marina de Guerra cubana, se hundió e igual suerte corren los cañoneros Patria y 24 de Febrero.

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Y hasta La Giraldilla, uno de los símbolos más representativos y antiguos de La Habana, fue arrancada de su pedestal en el campanario del Castillo de la Real Fuerza y se le partió el penacho de palma real que exhibía en su lado derecho.

El personaje de Manuel de la novela Gallego, de Miguel Barnet, pinta un desolador cuadro sobre las tragedias provocados por el ciclón: 

“La gente, entre el claveteo y los preparativos, ya estaba aterrorizada. Con el paso de las horas, la gente rica empezó a pedir auxilio a los pobres, ¡el acabose!, maletas, zapatos, ropas, caían en los jardines y las calles del Vedado. 
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“Yo vi los pianos de las casas de Malecón bailando en las lagunas que se acumulaban entre el muro y los portales. Las escaleras de caracol amanecieron acostadas en el pavimento y retorcidas... Por las lomas del vecindario rodaban por la corriente del agua, muertos, los perros, los gatos y los chivos. La peste cundió por la ciudad varias semanas. 

“El hambre que dejó el ciclón fue espantosa. Y las epidemias de males de estómago y de pulmón fueron muy frecuentes. El ciclón no respetó la ley, ¡qué carajo!, la cárcel de Güines se desplomó completa y los delincuentes y facinerosos se dieron a la fuga entre vientos y rayos y la madre de Dios”. 

Los fotógrafos de la época hicieron su agosto en medio del desastre y nos regaron imágenes desgarradoras e inolvidables: un tranvía volcado por los vientos, un remolcador columpiándose en los muros de la Alameda de Paula y el central Toledo con el techo en piso.

Proezas

Como siempre ocurre, al Ciclón del 26 tuvo sus hechos heroicos. En el artículo “Heroísmo de un vendedor de periódicos”, divulgado por el Diario de la Marina, se narra:

“El joven cubano vendedor de periódicos Mario Carretero y Pérez, que se encontraba a las 10 y media de la mañana en la esquina de San Joaquín y Cristina, cercana del Mercado de Cuatro Camino, al oír voces de auxilio que partían de una casa cercana se encaminó a dicho lugar en medio de la tormenta de agua y viento y logró salvar de una muerte segura a una señora y dos niñas menores, quienes fueron trasladadas por el valiente a la casa de enfrente”.

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Sin embargo, ningún suceso relacionado con el temporal llamó tanto la atención como el descrito por Avelino Barbeíto también en el Diario de la Marina:

“En lo más rudo del meteoro, cuando más arreciaba el viento y la lluvia era más que torrencial se le ocurrió al sacerdote Ulpiano Arés y Cimas, párroco de la iglesia de Campo Florido, salir de su residencia particular para afianzar las puertas y salvar el templo del derrumbe que él presentía. 

“Pero, cuando quiso abandonar la iglesia, ya era tarde. Esta se desplomó amortajando con sus escombros el inanimado cuerpo del mártir”.

El Ciclón del 26, repleto de desastres y sabrosas anécdotas, puso en crisis el faraónico plan de obras públicas del gobierno de Gerardo Machado, instalado en el poder un año antes, el cual basó en una impresionante red de nuevos impuestos y en el endeudamiento del país.
 

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