Geopolítica: Cuidado con lo que viene
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"Papi" Donald Trump, a su llegada a la cumbre de la OTAN en La Haya (Países Bajos). Foto: P. Van De Wouw (Reuters)
La llamada guerra de los doce días ha estremecido al mundo con la mayor cercanía nunca antes vista con respecto a una conflagración mundial. Las perspectivas de análisis varían y por ende dependen de la postura geopolítica desde las cuales se realicen. Para los trumpistas, se trata de una operación quirúrgica en la cual se le dio final a una tensión entre dos potencias regionales, al hacer que una de estas perdiera en apariencia su capacidad de crear una fuerza nuclear. Pero la realidad apunta hacia otros puntos más ilustrativos y el hecho de que fueran bombardeadas instalaciones que ya se sabía de antemano que estaban evacuadas es de mucho peso. En la concreta Estados Unidos echó fuego sobre el polvo del desierto, con pérdidas mínimas para Irán. En esa misma perspectiva realista, Teherán nunca ha tenido armas atómicas ni la intención de poseerlas como mismo dice la Organización Internacional de Energía Atómica que por cierto había revisado esas instalaciones.
Entonces, ¿cuál es la ganancia para la administración norteamericana no solo con su ataque directo sino con la escalada de su protegido Tel Aviv? Hay que entender que nos movemos en un mundo de narrativas en el cual lo trascendente no es lo real, sino la percepción de lo real. Dicho en otras palabras, a la dirigencia norteamericana no le interesa si en efecto se neutralizó su objetivo militar, sino hacer un despliegue de fuerza que “demuestre” que Estados Unidos está en capacidad de sostener su papel tradicional. O sea, un síntoma de debilidad de la superpotencia, que cuando ha estado en la cúspide realmente ha sabido usar el poder inteligente para lograr sus metas geopolíticas. La operación ha costado millones de dólares y su única ganancia es, a cinco meses de la llegada de Trump, poder mostrar algún logro de dicha administración en política exterior que compense el escándalo del fracaso interno.
¿Y lo logró? La ira de Trump en las redes sociales hacia las declaraciones del Ayatola Alí Jamenei evidencia que eso es lo que más le preocupa o sea que su enemigo le robe de alguna manera el podio del triunfo. El presidente está gobernando para su ego y con el objetivo de sostener una narrativa que carece de hechos de peso. Lo que nos preocupa es que ello puede desatar una crisis internacional de consecuencias reales, lo cual derivaría en un choque importante entre potencias con capacidad nuclear. En las propias fronteras de Irán, Paquistán estaba dispuesto a dar asistencia en ese sentido, lo cual expresa el caos diplomático en el cual el Medio Oriente puede estar viviendo en este mismo minuto. Países que han logrado más o menos una coexistencia reactivan esas diferencias bajo el criterio de guerra proxys y eso es la chispa que se requiere para el incendio grande.
En la reunión urgente de la OTAN, se vio a un Estados Unidos que actuaban de forma prepotente, con exigencias a sus aliados y desprecio por el propio orden mundial que ellos mismos impulsaron y que tanto los ha beneficiado. Por una parte, la demostración de fuerza en el Medio Oriente y por otra, el gesto de distanciamiento hacia Europa. Una mezcla de imperialismo con aislacionismo es uno de los rasgos más esenciales de esta administración que, no obstante, en la arena diplomática se sigue comportando de una forma errática. Para entender los bandazos hay que situarse en la psiquis del presidente y entender la crisis de liderazgo de la clase política occidental. Ambos factores determinan que no haya propuestas reales para salir del atolladero que está transformando lo que fuera una vez el globalismo en un orden fallido. Quizás el caos pueda servir de forma momentánea para frenar la integración de las naciones emergentes y demore el ascenso de Rusia y China, pero es un bumerán que solo traerá desgracias ante el progresivo debilitamiento del tejido político, económico y militar de Occidente.
El uso del peón de Tel Aviv de hecho es un gesto de desesperación, porque le están dando fuego al Oriente con la finalidad de que no sea de nadie si deja de ser de ellos, pero lo que debería interesarle a Israel es cómo se van a repartir las fuerzas del tablero si pasa al olvido la Pax Americana. Porque la impunidad y la deuda de sangre tendrán un retorno y no será nada halagüeño tal episodio. Lo mismo pudiera estar pasando con Ucrania, que pone los hombres, el terreno y la destrucción para paralizar a los adversarios de Occidente, a cambio de dádivas a su clase política como el acceso a la OTAN (cada vez más improbable); igualmente en el caso de Taiwán, que sería el modelo de guerra proxy directo contra China (cosa que no ha escalado por la superioridad estratégica de Beijing).
Pero en este enfrentamiento geopolítico para el nuevo orden mundial, tanto Rusia como China siguen jugando con ventaja. En cambio, a los Estados Unidos se les acaba el tiempo y pudiera ser muy tarde luego para una rectificación de los errores. El desprecio a Europa puede echarla en manos del comercio natural y ventajoso con Rusia. El fin de la guerra en Ucrania marcará el fin de la Pax Americana y el inicio de las condiciones de las naciones emergentes, que traen su propia visión del mundo. Así mismo lo describe uno de los cerebros más lúcidos de este instante, el filósofo Alexander Duguin, quien se refiere a la cuarta teoría política y el comienzo del gran despertar. Hay una posibilidad diferente en la integración de las potencias no occidentales y la construcción de un orden que no solo sea comercial, sino cultural, ontológico, de sentido. Y ahí, la estrategia norteamericana, que es como un revival del Imperio Británico, se cae por su propio peso, pues carece de opciones de vida.
Mientras Occidente quiere dar una imagen de fuerza, el Oriente la da de facto y juega de manera firme en un tablero en el cual pareciera que cada ficha le pertenece.
En medio de todo esto, ¿qué futuro tiene el maguismo? Como ideología cuya única verdad es la fuerza como alfa y omega, si no cumple con ese principio carece de peso y de base. Hay una expectativa en los votantes, esa que los llevó a apostar por el último canto de cisne del imperialismo, una garantía no solo de sostener el estilo de vida cada vez más en picada, sino el orgullo nacional herido. Si las acciones en política exterior no llevan a un resultado real (y estamos viendo que eso es lo que sucede) los bandazos de Trump le restarán base social y eso será aprovechado por sus enemigos internos. Por ende, el mandatario está cavando su propia tumba cuando apuesta por una imagen externa de fuerza ante la desventaja en lo doméstico. Ese filo de la navaja es tan arriesgado que el menor descuido puede llevarlo al abismo en las elecciones intermedias, esas que amenazan con quitarles a los republicanos las dos cámaras legislativas. De hecho, hacia el interior del Partido de gobierno se siente el cansancio ante una fórmula de rescate del imperio que no da frutos. Si en 1945 el muy imperialista Churchill tuvo visión para darse cuenta de que no era la época de Gladstone o Disraeli, ahora claramente no estamos ante la presencia de un político de la talla del viejo león inglés.
El maguismo tiene sus días contados, porque para imponer el deseo de las masas de votantes del movimiento habría que barrer con los enemigos geopolíticos de los Estados Unidos y a eso no se va a llegar sin el holocausto nuclear. Ni Putin ni Xin van a admitir que los caprichos de una potencia que pierde prestigio e influencia sean las guías de sus acciones en materia de política exterior. El maguismo tiene el gran mal de que confunde los deseos con la realidad y que, luego de crear el relato que le gusta, ser el primero en creerlo y difundirlo. Es un movimiento totalmente posmoderno y globalista tardío. Posmoderno porque reivindica los relatos por encima de las verdades tangibles y globalista porque trata de instaurar por defecto el orden del globalismo incontestable posterior a 1991 aún cuando las condiciones son otras.
Las opciones son el cambio o el holocausto y en la segunda ni siquiera los globalistas millonarios estarán a salvo, por muchos refugios antiatómicos que se hayan construido. En ese cambio, que ojalá sea pacífico, a Estados Unidos le está reservado un papel parecido al que ocupó Holanda con respecto al Imperio Británico cuando se produjo la sucesión de una potencia comercial a otra. De hecho, los norteamericanos ya son importadores de manufacturas del nuevo mundo al por mayor y tienen una aguda dependencia de tales productos. Si bien Holanda siguió siendo un imperio de segundo orden con sus colonias e incluso cierto prestigio en Europa, Inglaterra ocupó todos los puestos relevantes y le vendía mercancías elaboradas a Ámsterdam y sus colonias. El cambio es estructural e inevitable y se basa en el peso internacional de la producción y la exportación. Incluso, para la salud económica de China es vital que se expanda de esa manera o terminará implosionando con su industrialismo hacia adentro. Son leyes casi naturales del mercado, si bien están mediadas por intereses humanos y subjetividades.
¿Puede el PIB de Estados Unidos bajo el maguismo darle un vuelco a la actual tendencia global? No, ello es imposible incluso con políticas de crecimiento económico racionales y la creación de un sistema de oportunidades hacia lo interno de la nación norteña. La sedimentación de maneras de consumo y de importaciones en las cadenas de suministros han creado una configuración que funciona, pero que impulsa una crisis y una balanza comercial en la cual Estados Unidos no es favorecido. Lo que estamos viendo es que, unido a las fallidas políticas migratorias, se está dando un proceso de contracción de las manufacturas y de las producciones esenciales que puede desembocar en una inflación histórica. El efecto en el PIB es negativo, pero hay que recordar que lo importante aquí son los relatos electorales y hay que ver con qué se baja el maguismo.
Por lo pronto, la guerra de los doce días parece ser un episodio más de la lucha por los símbolos que ha caracterizado a esta administración, pero cabe reafirmar una vez más que, si bien lo cultural y lo mediático conforman una parte del poder, la esencia del poder real e inteligente es otra y se desenvuelve en otros tantos campos también en disputa. Cuando pase la barahúnda de emociones en la clase política norteamericana y haya que volver a hablar de PIB y de deuda, ¿hacia qué nuevo flanco geopolítico querrán desviar la atención? Mucho cuidado con lo que viene.
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