Geopolítica: ¿A las puertas de una nueva crisis financiera global?

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Geopolítica: ¿A las puertas de una nueva crisis financiera global?
Fecha de publicación: 
2 Mayo 2025
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Desde que comenzara la guerra en Ucrania, se ha reconformado el orden mundial a partir de un nuevo rejuego geopolítico. Por una parte, Occidente ha evidenciado la debilidad de su sistema de sanciones que ya no alcanza a dañar a las economías emergentes; por otro, la resiliencia de China y de Rusia ha sido mayor y más poderosa que cualquier acción de tipo unilateral hecha por los Estados Unidos. El simple razonamiento de que sean los norteamericanos los que están forzando un tratado de paz demuestra que la parte afectada es la occidental, la cual requiere de una tregua al menos que le permita reagrupar su estrategia. Porque la guerra no es entre Rusia y Ucrania, sino que responde a movimientos globales que colocan a las grandes potencias en encrucijadas. El conflicto proxy (en la frontera) que Occidente hizo para que Moscú se debilitara ha sido un bumerán para los estrategas. Muy pronto, la crisis del petróleo y la de los armamentos ha repercutido con fuerza en el sistema de la alianza atlántica y evidenció que los tiempos han cambiado. 

Europa, obligada a la dependencia energética, ha renunciado a una relación natural con Rusia y eso colocó a las economías del bloque en recesión. Alemania, que era la locomotora, se va quedando rezagada globalmente y eso implica que los occidentales tienen ante sí un mundo nuevo. Pero, ¿qué pasa con el centro del poder capitalista? Estados Unidos enfrenta una multicrisis en la cual se mezclan dos elementos cruciales. El factor estructural que determina la existencia de una economía dependiente de China, con una balanza comercial desproporcionada, lo cual implica una debilidad creciente del dólar y de las mercancías hechas en el país. Este efecto ha sido acumulativo y proviene de decisiones en el marco del mercado que fueron tomadas en la década de 1970 cuando se produjo la apertura con China como parte de la Política del Pingpong de Henry Kissinger. Allí ha incidido el hecho de que los grandes inversionistas ya no son occidentales, sino que a partir de la transferencia de mercado y tecnológica, el poder del partido comunista chino sobre la economía global es mucho mayor y en una potencialidad creciente. Una nueva manera de entender las relaciones económicas está en ascenso y la propia directriz de Beijing de hacer frente a la guerra de aranceles evidenció la debilidad de Trump y de su filosofía de gobierno.
 
¿Es un capricho de la historia el hecho de que Estados Unidos no esté en su mejor momento? Las cuestiones a nivel macro no se deciden de esa manera, sino que poseen una historicidad. La acumulación de riquezas en manos de los empresarios chinos tiene que ver con el factor oportunidad y eso lo saben quiénes estudian el crecimiento mundial macroeconómico. Querer que este proceso de detenga y vaya hacia atrás es como frenar el crecimiento de los Estados Unidos en el siglo XIX y colocarle ese poder a Inglaterra (que a inicios del XX ya estaba en decadencia). Se trata simplemente de una dinámica de movimiento de capitales y de riquezas que no va a modificarse desde las decisiones de un gobierno de turno. Lo que Estados Unidos no está aprovechando, sino que lo dilapida, es aquello que lo pudiera hacer único como mercado. A saber, la presencia de industrias de la infocomunicación en Sillicon Valley y de un país con capacidad de compra y de consumo a partir del poder del dólar. Ambas cuestiones están siendo dañadas en el mercado, a partir de su uso por parte de la clase política para extender la hegemonía global. 

El dólar ha sufrido el hecho de que se transforme en una moneda voluble y poco fiable a partir de las sanciones, lo cual hace que los inversionistas teman tener activos en dicha divisa. Si usted, por ejemplo, posee intereses en un país y de pronto por arbitrariedad se producen listas de bloqueo a transacciones desde Estados Unidos (como ha sucedido), se pierden esos valores o deben transferirse a bancos seguros con la consiguiente comisión. Ese tipo de peligros puede representar millones de dólares dilapidados solo por decisiones absurdas que no poseen un efecto real en los “enemigos” de Occidente, pero que van directo a la credibilidad de la divisa. Inglaterra, que fue dueña de la anterior norma mundial en cuanto a moneda, nunca usó sanciones a través de la libra esterlina y ello contribuyó a su estabilidad actual. El viejo imperio invadía naciones directamente o usaba el bloqueo naval militar. 

Inglaterra había logrado un dominio de más de cien años desde la caída de Napoleón en el cual la fuerza se basaba en controlar el comercio marítimo y mantener un equilibrio continental entre las potencias europeas. Dicho procedimiento hizo aguas con el ascenso de Alemania y sus reclamos, lo cual conllevó a la primera y la segunda guerras mundiales. En este caso, Estados Unidos ha perdido el control sobre el equilibrio entre las potencias globales, ya que su peso como economía en el comercio y en el PIB mundial ha descendido. Una confrontación armada no es recomendable para un imperio que ni siquiera ha logrado controlar el Estrecho de Ormuz en el cual los hutíes hunden un barco tras otro y elevan el precio del petróleo para Occidente, La hegemonía no parece ser muy visible sobre todo porque con el Grupo BRICS las economías emergentes les están ofreciendo a los países de África, Asia y América mejores condiciones de mercado y a la vez se está dando una transferencia de tecnología que promete dejar a un lado el área de influencia del dólar. 

El año inició con tres noticias que conmocionaron los mercados y al poder norteamericano: la aparición de DeepSeek, la famosa inteligencia artificial china mucho más rápida, accesible y competitiva que sus pares de Occidente; la implementación del 10G en la trasmisión de datos a nivel global por parte de China y los avances en el llamado sol chino artificial que es una reacción nuclear controlada que promete convertirse en fuente de energía eterna, gratuita y no contaminante. No se está, de esta manera, ante una simple pugna momentánea, sino en presencia de dos mundos. Uno que asciende y otro que desciende. Las dinámicas del mercado pudieran frenar las medidas absurdas de Trump, que parecen dictadas desde su capricho y no desde el estudio de las condiciones reales. Pero eso tendrá un costo político y traerá un terremoto en las fuerzas internas de los Estados Unidos, con una reconformación de las élites. Pareciera que la mezcla de economía con geopolítica es el inicio del fin del viejo dominio norteamericano y la fecha de vencimiento de las lógicas de poder fundadas en el dólar, una moneda que está siendo golpeada ahora mismo por los propios mandatos del ejecutivo de la Casa Blanca. 

Y mientras todo eso está pasando, Moscú no cree en lágrimas y los efectos geopolíticos de la guerra se están haciendo sentir en la medida en que la OTAN ya no cuenta con reservas efectivas para hacerle frente. Lo que se pensó que era inamovible y un resultado de la guerra fría ha ido mutando y hoy el poder de la alianza armada no posee capacidad para disuadir. Ni siquiera con los llamados de los líderes europeos a una política armamentista se ha logrado modificar el panorama sombrío de un viejo mundo que ya no cuenta con la supremacía. China construye barcos de guerra a una velocidad que Estados Unidos no puede igualar y Rusia demostró con sus pruebas del sistema de misiles conocidos como “Avellanas” que Occidente no está listo para medirse con ellos. Los focos de enfrentamiento son un bumerán que ha evidenciado que los países que ejercieron el poder por décadas presentan altos niveles de desindustrialización y que como economías de servicios y debilitadas no pueden marcar el ritmo de un mundo que ya no les pertenece. La transición energética además va de la mano con el ascenso de las tecnologías de la inteligencia artificial, ya que ambos puntales de la construcción son vitales en la fundamentación de una política de dominio. 

Lo que Occidente no ha normalizado son los efectos de la recesión que está por comenzar producto de las medidas arancelarias, las cuales tuvieron un efecto de disuasión sobre el mercado norteamericano y una consecuencia nefasta en el costo de la vida. A su vez, Europa, sigue asumiendo el peso de esa crisis al comprarle combustible a los Estados Unidos y con ello hacerse dependiente tecnológica y energéticamente. Un caos que sume al Occidente colectivo en una espiral que no conduce a nada bueno. Si bien la administración Trump ha tratado de lograr un acuerdo con Rusia para detener la guerra, lo que ha sucedido evidencia que el gobierno norteamericano no reside solamente en la Casa Blanca, ya que los grupos de presión asociados al globalismo han hecho hasta lo imposible por sabotear. Y es que en esta guerra le va la vida al orden occidental basado en Estados Unidos como potencia centro. Lo que le viene quedando al imperio es precisamente eso que se está demoliendo. Las medidas impopulares actúan como un catalizador para acelerar el final. 

¿Puede una recesión inducida en Occidente afectar a China? No siempre ni de forma contundente. Lo que los mercados han mostrado es la dependencia del mundo hacia la industria de Beijing y lo poco que se requiere de los productos norteamericanos. Cada componente que se usa para producir en los Estados Unidos posee una cadena de suministros detrás que procede del gigante asiático. Y cerrar el país al comercio lo que ha hecho es que los negocios no resulten potentes ni jugosos en materia de ganancia, creando estancamiento e incertidumbre. Hasta Elon Musk que forma parte del gabinete de gobierno ha visto cómo las acciones de Tesla caen en el mercado, ya que su empresa depende de una cadena de suministros y de plantas colocadas en China. En otras palabras, la globalización no se puede combatir con medidas de prohibición arbitrarias desde el poder, sino generando oportunidades de crecimiento e inversión. Esto último no se va a dar por decreto de Trump. La cuestión de la estructura del mercado global no se va a arreglar en el tiempo récord que planteaba la campaña del republicano y eso ya lo saben, ¿será por eso que está pidiendo un tercer mandato? La propia crisis económica del imperio se refleja en el tambaleo de sus instituciones. 

Trump prometió el fin del globalismo, pero a lo que él llama como tal no es el sistema mundial basado en el orden neoliberal que hizo apogeo en 1991, sino al entendimiento errado desde la extrema derecha que lo ve como un fenómeno meramente cultural y político asociado a las cuestiones de género, a la cancelación woke y el manejo de los medios y de los centros creadores de sentido. Y el globalismo es más que eso, se trata de la manifestación extrema del poder del mercado sobre la política, en la cual lo político es desalojado por los intereses corporativos. Eso, en cuestiones de narrativas, pudiera ser hasta cierto punto populista, pero llevado a un concepto medular solamente se puede deconstruir desde categorías marxistas.
 
¿Quiénes sí se están oponiendo al globalismo? China y Rusia. Las potencias del nuevo mundo multipolar emergente han tomado del comercio y de la globalización aquello que puede favorecer al crecimiento de su PIB: más mercados, reducción de la deuda, estabilidad financiera, inversiones en terceros países, uso de oportunidades, transferencia tecnológica. A cambio, las dos potencias respetaron culturalmente las tierras ajenas, dejando de lado la imposición de una agenda política o la intromisión en los asuntos de tipo religioso, cultural o de otra índole. Lo que se ha vivido, por ejemplo, en África en los últimos años ha sido un crecimiento exponencial de la presencia rusa y china, lo cual ha derivado en mayor seguridad soberana para unos países que eran meras neocolonias europeas y que por ende habían dejado en manos externas la posibilidad de una vida interna estable. La sombrilla que supone Rusia para los pueblos amenazados por el globalismo es inmensa y estratégica y puede frenar no solo intentos de agresión sino transferir tecnología militar necesaria a terceros. China, por su parte, supone una oportunidad de negocios que actúa como sustituto constante de las cada vez peores condiciones que Occidente ofrece en materia comercial.
 
La judicialización del dólar, o sea del mercado internacional, con fines de afianzar un papel como gendarme del mundo, está acelerando el final de los Estados Unidos como economía central en la estructura de la globalización. Una figura está emergiendo como alternativa al Gran Reseteo del Foro Económico de Davos, la del Gran Despertar, impulsada por el Foro de San Petersburgo. Ese concepto, que abarca no solo la economía, sino la historicidad de la cultura, aboga por la antigüedad y la sabiduría de las civilizaciones emergentes. Un factor que está teniendo un peso en la reconformación de una humanidad requerida de una identidad y del arraigo necesario para lograr una fijeza y una vigencia de sus proyectos globales en el presente. La muerte del globalismo es la del Occidente tóxico, que quiere mantener, a través de políticas identitarias de vaciamiento del ser, el control sobre la ontología de la persona. De esa manera, la lucha no solo hay que verla en términos de izquierda y derecha (términos limitados y que provienen de un momento que no puede expresar la complejidad del presente); sino que debe llevarse el análisis más allá y mirarlo desde la óptica de los grandes proyectos y visiones a mediano y largo plazo. Una visión, por cierto, que no cae para nada en los desatinos de una administración republicana. 

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