El Sueño Americano y el mito del éxito en la tierra de las oportunidades: entre la historia y la cultura
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¿Quién no ha oído hablar o leído del Sueño Americano? ¿O se ha encontrado con la expresión en inglés, The American Dream? Sin lugar a dudas, al lector le resulta bien familiar la referencia, que constituye mucho más que la simple combinación de un sustantivo y un adjetivo. Se trata de una representación alegórica que, en esencia, sintetiza la visión edulcorada, idealizada, de la sociedad estadounidense, concebida como una suerte de “tierra prometida”, que ofrece oportunidades para el desarrollo de proyectos individuales de vida, marcados principalmente por el logro del éxito económico, el espacio idóneo para el mejoramiento de las condiciones materiales de vida y un mundo en el que se pueden concretar esperanzas, quimeras e ilusiones.
El Sueño Americano --que, aunque así conocido, debiera llamarse norteamericano-- alude a una visión imaginaria, idílica, a un conjunto de expectativas fraguadas tanto en aquellos sectores sociales que en Estados Unidos se ubican más bien en las bases y lugares intermedios de la pirámide social y clasista, procurando ascender a sitios cercanos a la cúspide de esa figura geométrica, como en una amplia gama de individuos y familias, sobre todo en países subdesarrollados, periféricos o del Tercer Mundo, como los latinoamericanos. Entre los primeros, se trata de trabajadores en ámbitos productivos y de servicios, junto a otros de la llamada clase media, afectados por las coyunturas cíclicas de crisis económicas, como las de finales de la década de 1920 e inicios de la siguiente y la de mediados de las de 1970, en el siglo XX, o la que se desata a partir de 2008, en el XXI, y la que se despliega en el contexto de la pandemia del Nuevo Coronavirus, desde 2020. Entre los segundos, se encuentran los inmigrantes, procedentes principalmente, en la escena latinoamericana, donde México ha sido la mayor y más estable fuente de aquellos que, por vías legales e ilegales, arriban al territorio de Estados Unidos, dada la inmediata vecindad geográfica y la muy extensa frontera porosa, de más de tres mil kilómetros, cuyos numerosos puntos que históricamente facilitaban el paso, han sido cerrados en años recientes, con el muro que se ha venido construyendo y con el reforzamiento del control policial e incluso, militar. Si bien esas prácticas se pusieron en marcha desde mediados del decenio de 1990, con el gobierno demócrata de William Clinton, al iniciarse lo que se denominó Operación Guardián, no sería sino hasta la Administración republicana de Donald Trump que adquiriría la prioridad y la envergadura actual, acompañada por un clima psicológico y político de creciente rechazo a los inmigrantes.
La referida visión del Sueño Americano abarca las ilusiones que se crean en los propios ciudadanos norteamericanos, en un marco competitivo y en lucha diaria por su mantenimiento en los espacios laborales, profesionales y residenciales que ocupan, así como en una amplia gama de personas --motivadas por libros y películas, basadas en historias de otros, junto a las dificultades y reveses con que tropiezan a diario en sus países de origen, donde se les dificulta encontrar puestos de trabajo--, que desean cambiar sus vidas, acarician sueños, y un buen día deciden emprender sus caminos hacia una sociedad que les abra sus puertas y brinde opciones de trabajo, vivienda, consumo, bienestar. Que en resumen es ofrezca, a unos y a otros, un futuro donde puedan materializar aspiraciones y triunfar, junto a sus familias, entendido el triunfo en los términos que la propaganda estadounidense ha universalizado, construyendo y difundiendo un patrón de éxito material --extendido por todo el mundo, identificado con el modo de vida norteamericano, el célebre American Way of Life-- que demoniza la figura de lo que habitualmente se califica como “un perdedor”. Lo peor que le puede ocurrir a un personaje endeudado, que no encuentra salida ante situaciones de despido laboral, de desempleo, con la casa hipotecada o sin poder pagar la renta mensual, al que le niegan sus solicitudes de préstamos bancarios, es que le califiquen de esa manera. Es común escuchar en el cine o en series televisivas la estremecedora frase en inglés, destructora de la autoestima, que implica el alejamiento de las amistades y simboliza el fracaso: “You are a looser” (Usted es un perdedor). Es un patrón instalado a través de la historia en la cultura norteamericana, prefigurado en la vida cotidiana y en la literatura, aunque alcance su plenitud en el siglo XX, mediante el cine y la televisión, y adquiera entonces mayores espacios literarios.
Estados Unidos viene a ser algo así como aquél destino onírico que buscaban exploradores, aventureros, descubridores, soñadores, ilusos, desde todos los tiempos, en viajes a veces interminables hacia parajes desconocidos, a los que se llamaba “El Dorado”, o “La Tierra Prometida”. La imagen reproduce el prototipo de la sociedad norteamericana como la de las oportunidades, a la que basta llegar con juventud, energía, iniciativa, espíritu de empresa, capacidad de sacrificio. Si usted no avanza, es a causa de sus limitaciones personales, de su insuficiente esfuerzo e inventiva. Las condiciones que sostienen y reproducen al sistema, basadas en la explotación capitalista, generadora de desigualdad y marginación, pasan, en el mejor de los casos, con excepciones, a segundos, terceros o cuartos planos, en determinadas obras literarias y cinematográficas. No pueden desconocerse o minimizarse determinadas novelas, muy conocidas y famosas, de autores estadounidenses de renombre, algunas llevadas al cine, que desnudan con crudeza la esencia de esa sociedad, si bien unas lo hacen con más acentos críticos que otras. De cualquier manera, son parábolas del Sueño Americano, testimonios de época, cuyas narrativas reflejan con realismo situaciones como las aludidas, ante lo cual un lector o espectador crítico puede sacar sus propias conclusiones.
En este marco, valdría la pena comentar siquiera brevemente, por lo ilustrativo y, podría decirse, incluso, aleccionador, desde el punto de vista de sus enseñanzas, algunas de ellas, publicadas en Cuba y exhibidos los filmes correspondientes.
Las dos primeras, que motivan estas reflexiones, fueron publicadas en el mismo año, 1925, en el contexto de los “alegres años de 1920”, expresivos de la bonanza que vive Estados Unidos luego de la Primera Guerra Mundial y antes del estallido de la gran recesión que se desarrolla de 1929 a 1933. Se trata de las novelas Una tragedia americana, de Theodore Dreiser, y El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald. Ambas recrean el mencionado período, y se plasmaron en películas, en más de una oportunidad. Constituyen retratos sociológicos y culturales de la realidad clasista de la sociedad norteamericana bajo la sombrilla del pujante desarrollo del capitalismo, y del modo en que se proyectaba la condición de “ser” estadounidense en aquella época. Con muchas coincidencias, difieren, de cierta manera en algunas interpretaciones, que, se obvian a los efectos del presente análisis, ya que lo que se pretende es solo subrayar lo esencial de sus mensajes.
La tercera de esas novelas, Ragtime, de E. L. Doctorow, se concentra en una etapa un poco anterior, la de los últimos años del decenio de 1900 y comienzos del de 1910, pero que integra la misma secuencia histórica: la del nacimiento de la fase imperialista en la evolución capitalista estadounidense. Su contenido provee antesala temática y vasos comunicantes con el que muestran las obras antes mencionadas. Publicada en 1975, toma su título de un estilo musical pionero, precursor del jazz, definido desde el punto de vista rítmico como ‘tiempo rasgado’, que tuvo su mayor auge en los años en que se desarrolla la novela. Según la crítica especializada, es considerada como las otras, como un verdadero fresco de época, cuyo valor principal se sintetiza en la contextualización histórica que ofrece el reflejo cultural con la literatura y el cine, presentando personajes que mezclan ficción y realidad, cuestionando la mitología del Sueño Americano, resaltando decadencia, mezquindad, crisis moral, violencia, desigualdades. El autor de estas notas exhorta a los lectores a introducirse en esas lecturas y versiones cinematográficas, o a retomarlas, si fuese el caso, pues aportan amenas y sugerentes aproximaciones, que pueden resultar más atractivas que textos sobre la historia de Estados Unidos, con gran vigencia para entender el presente.
Una tragedia americana, de Theodore Dreiser, narra una de esas historias que reflejan de modo paradigmático el peso de la conducta individual en ese país. Se trata de uno de esos jóvenes ambiciosos e impacientes, procedente de una familia religiosa y de un pequeño poblado, de esos que quieren saltar etapas en la vida y alcanzar el éxito cuanto antes, al llegar a una gran ciudad. Luego de varios tropiezos e incidentes consigue entrar como empleado en una fábrica y cultiva un romance fugaz con una obrera, que quedará embarazada. A la par, resulta que se enamora de la muchacha más bella, deseada y rica del lugar, planeando contraer nupcias, garantizando con ello una rápida llegada a la meta, Sin embargo, ante la presión de la otra joven, quien le exige matrimonio y le amenaza con desenmascararle ante la alta sociedad, se le despiertan sentimientos bajos, llegando a imaginar incluso su asesinato, empujándola al agua durante un paseo en bote por un río. Como ironía de la vida, antes de ejecutar la acción, lleno de contradicciones internas y vacilaciones, el bote en que navegan se voltea accidentalmente y la muchacha se ahoga. El protagonista no llega a cometer el crimen, pero ha hecho gala de su falta de principios y de escrúpulos a lo largo del drama. Las pruebas lo acusan de forma abrumadora. Y como resultado de un juicio rutinario, es condenado finalmente a muerte.
Probablemente, el lector conoce el libro de Dreiser o disfrutó de su primera versión cinematográfica, que, gracias a lo oportuno de las iniciativas de Hollywood, llevó la historia al celuloide en 1951, bajo la dirección de George Stevens y con la actuación de Montgomery Cliff y Elizabeth Taylor, no de manera totalmente fiel, y con un título tal vez más gráfico, al acentuar con sarcasmo lo pretencioso de los fines que perseguía el protagonista y lo maquiavélico de sus medios para materializar el Sueño Americano de conseguir éxito y dinero: Un sitio en el sol (A Place in the Sun). No obstante, en los países de habla hispana, como Cuba, se le conoció con un sentido de crítica moral mucho más agudo y alejado de la traducción literal: Ambiciones que Matan. Lo que no se resalta en la novela ni en la película, como suele suceder, es la conexión entre esa historia individual o drama personal y el tejido socioeconómico, histórico-cultural, que le sirve de telón de fondo, que es el terreno fértil para la germinación y crecimiento de actitudes sin escrúpulo alguno, solapadas, oportunistas, ambiciosas, egoístas.
El gran Gatsby, por su parte, relata la historia de Jay Gatsby, un hombre de origen misterioso y exitoso, con una gran fortuna, que cautivaba a quienes le conocían, conocido por su estilo bohemio y derrochador, por las frecuentes fiestas ostentosas y extravagantes que organizaba, invitando a personajes sobresalientes del mundo empresarial, político y cultural. Gatsby era tanto la encarnación del sueño americano como, según se vería al final, la representación de su fracaso. La novela de Scott Fitzgerald tiene como fondo la desmitificación de la idea de que en Estados Unidos cualquiera puede triunfar mediante el trabajo duro, independientemente de su origen y circunstancias. El argumento se desenvuelve en el ambiente de auge económico de la primera posguerra, de la diversificación de la vida cultural, la aparición de los grandes espectáculos, del circo, el automóvil, el desarrollo del contrabando y otros negocios ilícitos, aludiéndose al fenómeno del crimen organizado, como uno de los medios de vida del multimillonario Gatsby.
En la obra, de seguro también conocida por buena parte de los lectores, se refleja también el creciente distanciamiento entre las metrópolis cosmopolitas y el interior de Estados Unidos, una de las bases sobre las que se sostiene la polarización política que vive actualmente el país., junto a la dicotomía actual entre los centros culturales y los económico-financieros, ejemplificados en la zona de Nueva York, y la periferia, donde modos de vida y tipos de ciudadanos se distinguen en términos de pertenencias sociales, niveles de vida, imaginarios culturales, visiones liberales y conservadoras, contrastes entre tradición y modernidad.
El interés por la historia que narra la novela ha hecho que El gran Gatsby haya sido objeto de adaptaciones cinematográficas en varias ocasiones. Entre ellas se distinguen las versiones de 1974, que cuenta con dirección de Jack Clayton y guide Francis Ford Coppola, en la que Robert Redford encarna a Gatsby, y la más reciente, de 2013, dirigida por Baz Luhrmann y protagonizada por Leonardo DiCaprio.
Tanto en la novela de Theodor Dreiser como en la de Scott Fitzgerald, las circunstancias comunes son sociales y psicológicas: aparecen asesinatos cometidos por jóvenes ambiciosos que buscan realizar el Sueño Americano eliminando molestos obstáculos en su camino hacia una riqueza y éxito que se busca con obsesión, aunque no cometan asesinato. La primera se inspira en un caso real, y la segunda combina personajes y momentos de la vida real con otros imaginarios. El título de la novela de Dreiser enfatiza su mensaje: quienes actúan con la ambición de alcanzar, a toda costa, el Sueño Americano, pueden terminar cual tragedia estadounidense.
Por último, la trama de Ragtime tiene lugar en la ciudad de Nueva York, aproximadamente entre 1906 y 1910, en el contexto norteamericano previo a la Primera Guerra Mundial, en el que se configura un complejo clima social interno. Comienzan a advertirse, por un lado, manifestaciones renovadas de viejas expresiones de intolerancia, anti inmigrantes y racistas, creándose las condiciones para el renacimiento, poco tiempo después, del reaccionario y violento Ku-Klux-Klan. Y por otro, se registra un florecimiento de las demandas de la mujer en la sociedad, activándose el movimiento anarquista y las huelgas obreras, como parte del auge de la producción fabril y de las contradicciones clasistas, consustanciales a la transformación del capitalismo pre monopolista en imperialismo. Doctorow capta, podría decirse, el espíritu de la época, reflejando su dinamismo y conflicto con gran riqueza de matices, colocando personajes y situaciones que son representativos de problemas y acciones reales. Como en Gatsby, se mezclan figuras reales con la vida de los protagonistas, miembros de una misma familia de clase media, en la cual se insertan personajes históricos, como la anarquista Emma Goldman, el magnate financiero J. P. Morgan, el revolucionario mexicano Emiliano Zapata, el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud y Henry Ford, el empresario, emprendedor y millonario, a quién se le atribuye la producción industrial automovilística en cadena, el fordismo.
En síntesis, la novela gira en torno un incidente e la vida de un pacífico y exitoso pianista, afrodescendiente, intérprete del estilo musical citado, el ragtime, que es víctima de un acto de insultante y agresiva discriminación racial por parte de una brigada de bomberos y decide defender su dignidad lastimada. Su historia se va enlazando con otras, a través de una ágil estructura dramática, en la que Doctorow, conjuga el retrato histórico y la crítica social. En el caso de la película, estrenada en 1981, fue dirigida por Milos Forman y contó con un reparto que incluía a James Cagney, Howard Rollins y Jeff Daniels. En su primera parte se despliega una narrativa en la que diferentes anécdotas y personajes se entrelazan para, posteriormente, cambiar el tono y centrarse en el conflicto racial que se convierte en el centro de la segunda mitad del filme, que destaca el racismo, al abuso de poder y la impunidad de las élites, en medio de una espiral de violencia.
A partir de lo expuesto, queda claro que, una vez más, la cultura es una excelente herramienta para revelar por diferentes medios --como la literatura y el cine, entre otros--, procesos y pasajes de la historia norteamericana que evidencian la necesidad de conocer y profundizar en el pasado, a fin de entender mejor el presente. Y a la vez, para interpretar acontecimientos pretéritos a la luz de la actualidad. En una nación como Estados Unidos, cada vez más desigual, marcada por una aguda polarización socioeconómica, entre ricos y pobres, por expresiones de nativismo, xenofobia, nacionalismo chovinista, intolerancia étnica, saturada por la violencia, la policial incluida, con discursos y prácticas fascistas, el tema es de la mayor pertinencia y relevancia. Cada día que pasa, se confirma que la afirmación de que la sociedad estadounidense es multicultural e incluyente, tiene más de eufemismo, falacia y mito que de realidad.
La historia norteamericana, con base en determinados hitos y etapas, ha sido un repertorio de excesos, a través de los cuales se han violado una y otra vez derechos constitucionales básicos de los ciudadanos, en el plano interno, con particular saña contra la población de piel negra, la inmigración latinoamericana y musulmana y sus descendientes. Los episodios de violencia en la frontera empleando la represión desbordada por las autoridades policiales, como también en incidentes racistas bien conocidos, siguen en la escena diaria de Estados Unidos. El Sueño Americano, es más bien, acudiendo a una canción de Silvio Rodríguez, un Sueño con Serpientes.
Hace unos años, un conocido politólogo conservador, famoso profesor de la Universidad de Harvard, Samuel P. Huntington, señaló con cinismo en un escrito sobre la identidad cultural estadounidense y lo que la amenazaba, que el Sueño Americano, para quienes lo pusieran en entredicho, estaba vigente. Sólo que --añadía, mostrando su rostro contra los inmigrantes de origen mexicano y manifestándose contra las aspiraciones a la legalización del bilingüismo--, de lo que se trataba, a diferencia de otros tiempos, era que ahora había que soñar en inglés. La ideología y la política que encuentra hoy un eco resonante en los seguidores del “trumpismo” comparte una visión de ese corte. Es visible sobre todo cuando Trump reitera hoy las mismas concepciones de cuando ocupó la Casa Blanca. En su campaña electoral en curso en 2024, al promoverse otra vez con la intención de ocupar la presidencia --lo cual no puede sino provocar gran preocupación--, su retórica promete retomar su política anti inmigrante, con un lenguaje ofensivo y despectivo que no puede ser peor. El tema amerita seguir reflexionando al respecto. El problema según se ha argumentado en artículos precedentes, no es tanto Trump como la sociedad en la cual es viable ese tipo de conducta y cuyas condiciones brindan espacios de credibilidad y propician respaldo a tales posiciones.
*Investigador y profesor universitario.
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