El ejercicio de la crítica y la autocrítica en Fidel: recurso ético y político para seguir adelante y triunfar

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El ejercicio de la crítica y la autocrítica en Fidel: recurso ético y político para seguir adelante y triunfar
Fecha de publicación: 
30 Noviembre 2023
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“El revolucionario no se siente nunca
satisfecho, ni puede sentirse, tiene
que ser un eterno inconforme”
(Fidel)
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La Revolución cubana constituye una experiencia histórica singular por varias razones esenciales. Una de ellas está relacionada directamente con la capacidad que mostró su liderazgo histórico, Fidel en primer lugar, para identificar a tiempo y encarar con éxito importantes obstáculos externos, así como fallas y errores internos que, de profundizarse en el tiempo, hubiesen puesto en riesgo u obstaculizado su continuidad. Así sucedió más de una vez.

Puede afirmarse, por esta última razón, que otro de los rasgos de la Revolución ha sido su capacidad dialéctica de auto-renovación, puesta a prueba de nuevo 65 años después, cuando está sometida a múltiples, inéditas y decisivas pruebas de carácter externo y también internas que, combinadas como están, desafían su seguridad nacional y su propia existencia.   

Uno de los componentes fundamentales que ayudan a explicar esta capacidad mostrada por Cuba para auto-renovarse una y otra vez en las décadas precedentes, fue la actuación emprendedora, creadora y previsora de Fidel, siempre leal a su axioma de que el socialismo es la ciencia del ejemplo.
 
Y como expresión concreta de ese apego estricto al papel movilizador y formador del ejemplo, de su actuación política sobresale el modo como solía ejercitar y promover la crítica y la autocrítica, aquí asumidas como rasgos distintivos de su honestidad y lealtad al proyecto revolucionario. Otro elemento tipifica la actuación de Fidel en este campo de la ética política: siempre practica el análisis crítico y autocrítico en diálogo con el pueblo, razonando con él, escuchándolo con respeto y rigor.

Para Fidel, el análisis crítico y autocrítico tiene sentido en la medida en que concluye con una síntesis valorativa integral y compleja de las causas de las fallas y errores, y sobre todo con propuestas de solución convenientes y viables para el bienestar colectivo. Para alcanzar estos fines, jamás separa las exigencias éticas de las decisiones políticas, ni los efectos morales e ideológicos de estas últimas sobre el comportamiento colectivo.

De esta manera, ética y política, y moral y política constituyen binomios indisolubles de su pensamiento y práctica revolucionaria. Son, en consecuencia, referentes axiológicos ineludibles en el proceso de edificación del socialismo próspero, democrático y sostenible al que Cuba aspira como proyecto de sociedad.

Fortalecer la capacidad de la revolución para actualizarse, esto es, para rectificar lo que está mal y perfeccionar lo que marcha bien, en el actual contexto internacional constituye, además, una necesidad de seguridad nacional. Lo es, entre otras razones, por este “simple” dato de nuestro particular entorno geopolítico: para las élites políticas de los Estados Unidos sólo existe un resultado de valor suficiente: nuestra desaparición como Revolución en el poder. Opción sólo posible por responsabilidades u omisiones nuestras, tal y como el propio Fidel alertó el 17 de noviembre de 2005, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana.
 
Este objetivo estratégico de “demócratas” y “republicanos” del norte cada vez más revuelto y brutal, contempla como tácticas combinadas: a) el desarrollo de campañas de mentiras y desinformación sobre la realidad cubana, dirigidas sobre todo a las fuerzas de izquierda y a los sectores sociales que  juzgan proclives a aceptarla y/o adoptarla como referente en algún sentido; b) la manipulación de los errores y fallas presentes en el proceso de construcción socialista,  los que presentan como muestras definitivas de la supuesta “imposibilidad” de construir el socialismo en este mundo dominado por el capital; y c) acciones encaminadas a socavar las relaciones internacionales de Cuba, y minar la solidaridad de la izquierda  con la Revolución Cubana, así como la cohesión interna de nuestra sociedad.

Esta última línea de acción explica la tentativa política e ideológico-mediática del gobierno estadounidense, orientada a mostrar que la construcción del socialismo en Cuba ha sido un fracaso y llegó a un punto de no retorno.

Tal matriz de opinión ha calado en sectores todavía minoritarios de la población cubana, pero en un grado que no debe ser subestimado. El hecho es explicable histórica y sociológicamente: los nacidos durante y después de la década de los años difíciles de la década de los 902, no tienen, ni pueden tener, la misma percepción de progreso social e individual que tuvimos los que transitamos la tercera edad, y llegamos a vivir los momentos de mayor progreso social del país.

No vivieron lo que a nivel del estado de ánimo colectivo impacta tener, con frecuencia perceptible, una escuela nueva, otro hospital con servicios del primer mundo en calidad científica y el nivel de atención al paciente, nuevas carreteras que acercan distancias, edificios que sin ser bellos en todos los casos sí mejoran las condiciones de vida de la población. Y otros logros que es imposible resumir en el espacio disponible, que incluyen el más importante de todos: haber alcanzado la soberanía e independencia plenas y convertirnos en una “república de luz”, como la imaginó Martí.  

En estas circunstancias, emergen ciertas tesis fatalistas de que “todo está perdido” y de que “nada hacemos bien”, entre otras narrativas afines o funcionales al deterioro de la imagen de la Revolución que la Casa Blanca promueve.

Tal perspectiva fatalista dista del poder nacional forjado en estos años; subestima las reservas subjetivas de carácter patriótico y revolucionario que aún no se han visto retadas en grado suficiente; subvalora el poder organizacional logrado a nivel de masas, a pesar de sus claros deterioros, pero rescatable en una situación de riesgo ostensible a la seguridad de la Revolución; y coloca los deseos de los restauradores externos e internos en una situación de ventaja que no tienen aún y no tendrán nunca, si somos capaces de seguir la estrella de Fidel, como tiene claro la mayoría de nuestro pueblo y la actual dirección de la Revolución.

En un contexto en que nada indica que la Casa Blanca va a modificar los rigores del bloqueo, ni la política de subversión; sin recursos financieros para adquirir los bienes básicos que necesita nuestra población; y sin la posibilidad objetiva de lograr los saltos productivos inmediatos que urgen a la sociedad, con recursos propios y con una gestión empresarial adecuada a las exigencias del momento, queda como opción subjetiva producir un salto cualitativo en la gestión política y ética a todos los niveles. Así lo demandó el Informe Central al VIII Congreso del Partido.

Este salto pasa, en primer lugar, por elevar la ejemplaridad de cada representante del Partido, el Estado y el Gobierno, de manera convincente para la población en todos los niveles. Supone lograr, por intermedio de una comunicación política adecuada, que la sociedad tenga información veraz y a tiempo sobre la profundidad de los desafíos externos y los errores internos, sobre el cuándo, el cómo y el con quién o con quiénes encararlos. Demanda, además, producir cambios más radicales en los términos de participación política de la sociedad, y sobre todo de los trabajadores en el control de la gestión de la producción y los servicios: el recurso más eficaz para combatir a los que, de modo solapado, por ineptitud o falta de sensibilidad política, lesionan la unidad interna que necesita la Revolución en la actual coyuntura. Todo esto dimana del modo fidelista de hacer política y de pensar a largo plazo.
 
En este contexto, la práctica consecuente de la crítica y la autocrítica impulsada por el Líder Histórico de la Revolución, a partir de la participación política sistemática y consciente de la sociedad, fue y es condición esencial para asegurar la capacidad colectiva de resistencia, creativa y rebelde, irreverente ante lo mal hecho y sus responsables, leal y con sincera veneración a los valores de dignidad que la Generación del Centenario nos legó. Así lo reclama el actual momento histórico, ahora sin la presencia del Fidel que todos los días nos demanda ser más coherentes y consecuentes en la entrega a nuestro pueblo, sobre todo desde los hechos.

*Sociólogo y analista político

Notas

1/ Castro Ruz, Fidel. Discurso en el acto central por el XXXV aniversario del asalto al Cuartel Moncada. Ediciones OR2 julio-diciembre. Ediciones OR2 julio-diciembre. La Habana, 26 de julio de 1988.

2/ A partir de los años 90 se multiplican las adversidades externas y se agudizan ciertos errores propios que claman de rápida y radical rectificación, opción posible si se abordan desde la ética fidelista: codificarlos por su nombre, sin eufemismos de ningún tipo, tal y como lo hizo el Informe Central al VIII Congreso del PCC; encararlos con protagonismo eficaz del pueblo y mediante un riguroso sistema de control de resultados.

 

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