EEUU, una sociedad abigarrada entre escombros y caminos: notas para una interpretación teórica (II y final)
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La transformación multidimensional que tiene lugar hoy a escala internacional es un proceso inconcluso. Lleva consigo una profunda restructuración económica, acompañada de cambios políticos, sociales, ideológicos y culturales, que en su conjunto expresan una declinación hegemónica relativa de Estados Unidos, en medio de una disputa global de índole geopolítica, inseparable de la dimensión geoeconómica. En la primera parte de este análisis se señalaba que el cambio en el orden mundial creado después de la segunda posguerra se advierte, con expresiones definidas en su núcleo, desde la gran crisis de 2008, con antecedentes evidenciados en las conmociones de los años de 1970, que propiciaron la llamada Revolución Conservadora, la cual fue portadora de implicaciones integrales, de resonancia internacional. A partir de lo ahí se dibuja un cambio drástico, estructural, que supuso un reposicionamiento de Estados Unidos como epicentro del sistema capitalista mundial, cuya silueta imperialista se proyecta en el nuevo escenario con una creciente acentuación de los rasgos y anticipados por Lenin.
De ahí que Estados Unidos viva una crisis definida no solo por problemas y dificultades de carácter económico, sino por un complejo de contradicciones que abarca lo político, lo social, lo ideológico, lo cultural, lo ecológico, lo estratégico, pero que se manifiesta en una escala diferente, ahora transnacional.
Al decir del sociólogo crítico marxista norteamericano William Robinson, no se trata de una crisis cíclica, sino estructural, que tiene el potencial de convertirse en una crisis sistémica. En este sentido, la crisis forma parte esencial de la propia dinámica de restructuración constante de la modernidad capitalista que lleva consigo el imperialismo contemporáneo, cuya configuración geopolítica se ha hecho más amplia y profunda.
En la actualidad, según lo ha explicado el teórico británico también marxista David Harvey, las grandes contradicciones acumuladas durante el desarrollo histórico del capitalismo ya no parecen tener una salida satisfactoria dentro de los márgenes de la propia lógica tradicional del capital y de las formas de funcionamiento del sistema mundial. Las contradicciones son parte del propio sistema, y la forma de salir de una crisis contiene en sí misma las raíces de la siguiente crisis, evidenciándose un carácter cíclico.
En ese proceso de restructuración y búsqueda de soluciones, la tradición política liberal, según se examinaba en el anterior artículo, se agota, en la medida que pierde funcionalidad para la reproducción del imperialismo norteamericano, y se abren paso, de manera sostenida y creciente, tendencias ideológicas conservadoras y de derecha radical, con expresiones internas e internacionales, que naturalizan las relaciones sociales de dominación y cancelan las alternativas ante el poderío imperialista. Asumiendo a Marx y Lenin, así como siguiendo a Gramsci y Foucault, se trata de que la producción de concepciones del mundo, de imaginarios colectivos, que están en la base de la producción de las relaciones de poder que componen la hegemonía. La ideología se halla, así, en el centro mismo de la dinámica hegemónica del imperialismo contemporáneo en Estados Unidos, entendido este por Samir Amin no como última o superior etapa del capitalismo, sino como su carácter permanente. Ella se aparta a pasos agigantados, desde hace cuatro décadas, de los valores y mitos de la democracia liberal burguesa representativa que ha acompañado al modo de producción capitalista y a la cultura nacional en ese país. Tal pauta se acrecienta en la nueva articulación del consenso que necesita la hegemonía imperialista en la actualidad, dados sus notables alcances geopolíticos, presentando atributos que la acercan al pensamiento fascista, ahondando ello las contradicciones con el sistema de valores y la simbología con que se asocia la fundación misma de la nación y se representa a Estados Unidos como modelo democrático universal. Vale la pena repetir esta idea. La mitología acompañante es muy fuerte, intensa y aceptada. La propaganda, las manipulaciones de la historia y el desconocimiento han hecho lo suyo durante mucho tiempo. Hoy, a los medios de comunicación tradicionales, informes de centros de pensamiento, textos de ciencias sociales y discursos políticos, se suman las activas redes sociales digitales, como expresión superlativa de la labor ideológica.
Regresando al análisis con el que finalizaba el anterior artículo, habría que añadir que, con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, la historia de Estados Unidos demuestra que las estructuras y contextos que han acompañado al desarrollo capitalista en ese país han condicionado una gran capacidad adaptativa del imperialismo contemporáneo, el cual ha sido capaz de realizar ajustes y reajustes que le han permitido absorber y superar los efectos recurrentes de sus propias crisis. Ese proceso incluye, entre las principales tendencias que definen al sistema internacional, la consolidación hegemónica de ese país, el afianzamiento del bipolarismo geopolítico entre los dos sistemas opuestos (capitalismo y socialismo) y el comienzo de la Guerra Fría. Así, el desarrollo del imperialismo norteamericano entra en una nueva etapa, adquiriendo dicho país un nuevo lugar y papel a finales de la década de 1940. Desde entonces, Estados Unidos se ha convertido, entre crisis y recomposiciones, en la potencia más poderosa del orbe y en el líder del capitalismo mundial. Sus proyecciones geopolíticas desempeñan un rol fundamental en la restructuración global de las relaciones internacionales, al redefinir sus alianzas con los países que considera amigos, sus rivalidades con los que define como enemigos y sus intromisiones en las regiones en que se disputan entonces los nuevos espacios de influencia y control: los del llamado Tercer Mundo. El afán por la hegemonía es, desde ese tiempo, a través de la segunda mitad del siglo XX, el eje principal de la geopolítica imperialista.
En esencia, Estados Unidos, mostrando hoy una vez más gran capacidad adaptativa, procura salirse de la lógica de las reglas del sistema. Intenta romper unilateralmente, a contrapelo de una concertación con las otras potencias, con el régimen de economía mundial creado bajo su hegemonía desde la segunda posguerra. La contradicción fundamental que se registra como trasfondo de la restructuración en el nuevo orden –enlazando economía, política e ideología--. es entre el neoliberalismo y el enfoque geoeconómico neoconservador, que lleva consigo la subordinación de la política económica que acompaña a la proyección exterior, incluida la problemática de la seguridad, que está en la base de la disputa hegemónica global con otras potencias.
En ese contexto, el imperialismo estadounidense incrementa el empleo de los instrumentos económicos de poder con fines geopolíticos para preservar y fortalecer su sistema de dominación y explotación global; se aparta de la dominante tendencia liberal de política exterior y se inclina hacia un nacionalismo conservador. En circunstancias de cambios progresivos en el orden mundial, el imperialismo emplea todos sus instrumentos de poder --tanto los llamados blando como los duros, con énfasis en la fuerza, la militar incluida-- y rechaza el orden internacional cimentado en la Carta de las Naciones Unidas y el derecho internacional que contribuyó a crear durante el apogeo de su hegemonía a finales de la década de 1940.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, a la consolidación hegemónica de Estados Unidos como principal centro de poder imperialista le resulta favorable la correlación de fuerzas en el plano económico, permitiéndole imponer en la Conferencia de Bretton Woods, en 1944, el marco institucional y regulatorio acorde a sus intereses. Aunque este sistema se ha reformado en más de una ocasión desde entonces, debido a crisis económicas y cambios en la correlación de fuerzas, todavía las instituciones originales creadas en aquel momento, aunque criticadas, siguen siendo dominantes y favorecen la primacía estadounidense en la economía y la política. Según Immanuel Wallerstein, la posición de Estados Unidos en el orden actual es distinta al momento de la “victoria hegemónica” estadounidense, pero sigue siendo la única súper potencia global.
Asimismo, la ulterior caída del socialismo en la Unión Soviética y Europa del Este impulsa el triunfalismo en Estados Unidos, que lleva a George H. Bush a anunciar a inicios del decenio de 1990 el advenimiento de un nuevo orden internacional. En realidad,
la historia demostraría que esa apreciación fue prematura e incorrecta, pues más bien lo que nació fue un nuevo desorden mundial. La intelectualidad imperialista expresó un enorme triunfalismo, que recoge muy bien el ensayo y libro del politólogo Francis Fukuyama publicado en 1992 sobre el “fin de la historia”. Acontecimientos posteriores como el ascenso y fortalecimiento de China como gran potencia en el mundo y de otras naciones, demostraría que lo ocurrido debía considerarse un momento unipolar y no la consolidación de un nuevo orden mundial, encabezado por el imperialismo estadounidense. De todos modos, la década fue testigo de importantes repercusiones en el orden económico y político internacional debido al auge de las políticas neoliberales en todo el mundo –que le permitió al imperialismo establecer una importante red de integración apoyada por acuerdos de libre comercio--, consiguiendo Estados Unidos su fortalecimiento. Así, pudo remontar en no poca medida, si bien no totalmente, la crisis de hegemonía que experimentó en el decenio precedente.
En ese contexto aparece el problema de la declinación de poder estadounidense, que reaparece con intermitencia en la literatura sobre geopolítica y relaciones internacionales. En la misma medida que se han puesto de manifiesto las debilidades de esa economía respecto al resto del mundo y sus mayores competidores, o aparecen evidencias de su fortaleza, se regresa al problema de la declinación de poder de Estados Unidos, o de su retorno como principal y única súper potencia imperialista. Ese entramado confirma la conveniencia de considerar como herramientas analíticas las ideas de Zavaleta, para entender a Estados Unidos como una sociedad abigarrada, y las de Benjamin, acerca del carácter destructivo de ciertos fenómenos sociales.
Asimismo, aportan referentes teóricos otras contribuciones. Entre las principales, referidas a la declinación imperialista, se encuentran las de Paul Kennedy, sobre el ascenso y caída de las grandes potencias. Aunque no se dedica al análisis exclusivo de Estados Unidos, resulta de utilidad. Wallerstein, que ya fue mencionado, abordaría ese tema, como parte de su visión sobre el sistema mundial capitalista y define el inicio de la decadencia hegemónica estadounidense desde la década de 1970.
Coexisten con esas miradas enfoques contrarios a la declinación norteamericana, que asumen la excepcionalidad histórica de la nación, como el de Joseph Nye, quien considera que Estados Unidos conserva las bases para mantener su liderazgo, apoyado en otras fuentes e instrumentos de poder, no solo militar, como el dominio de la información, las bases de datos, las redes globales y el sistema financiero especulativo global
El carácter relativo de la declinación debe tenerse en cuenta, porque se trata de un proceso de comparación con otras potencias emergentes en el balance de poder mundial y debido a que el poderío de Estados Unidos no ha disminuido en términos absolutos. Es la única súper potencia militar, e incluso económicamente sigue creciendo, aunque a un paso más lento. El problema es la insostenibilidad de su sistema de dominación y explotación global, los plazos para su declive definitivo, y el formato en que se desenvolverán entonces las relaciones internacionales.
Debe quedar claro que Estados Unidos viene experimentando crisis sucesivas y que, en la actualidad, la acumulación de tales efectos le definen objetivamente en términos estructurales. La anatomía del imperialismo allí ha cambiado. Su ámbito interno y su proyección internacional están plagados de contradicciones, y en sus ajustes para enfrentar los desequilibrios económicos, que pueden conspiran contra su fortaleza, busca reacomodos en el cambiante balance de poder global.
Independientemente de su declinante hegemonía y de las entrelazadas secuencias de crisis, que dibujan una nítida tendencia de decadencia, con manifestaciones acumuladas desde hace varias décadas, Estados Unidos sigue teniendo, en medio de la puja con China en un sentido y con Rusia, en otro, la primacía en la economía mundial, al ser la mayor economía financiera, la única súper potencia militar, y conserva el liderazgo en instrumentos de poder político basados en las redes globales de información y las tecnologías de las comunicaciones. Asimismo, mediante la llamada industria del entretenimiento, se introducen en el mundo sus patrones culturales, preferencias y valores. El control mayoritario de la infraestructura de las comunicaciones, desde satélites y otras redes para conectar esos medios globalmente, abarca la esfera de la inteligencia y el espionaje, vinculado a Internet y las redes sociales digitales.
Entre escombros y caminos, la abigarrada sociedad norteamericana navega con sus contradicciones, con un sistema imperialista que domina, sin hegemonía, exhibiendo (utilizando los términos de Nye) poder duro, blando e inteligente. El antimperialismo, la resistencia y lucha emancipadora debe conocer bien al enemigo.
*Investigador y profesor universitario
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