EE.UU.: Democracia montada

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EE.UU.: Democracia montada
Fecha de publicación: 
1 Enero 2024
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Con la llegada del 2024 se atisba ya la fuerte lucha entre los candidatos a las distintas instancias electorales en Estados Unidos, descollando, por supuesto, la presidencial, para la que suenan más firmes las figuras del actual presidente, Joe Biden, por el Partido Demócrata, y Donald Trump, por el Republicano -si salvan diversos obstáculos-, una elección nada halagüeña para el votante norteamericano.

Ello hace recordar a un controvertido presidente centroamericano muy atacado por la izquierda y la derecha, Nayib Bukele, quien, ante los ataques de los medios norteamericanos por su decisión de reelegirse y métodos de gobierno -que le han granjeado la simpatía popular- desnudó los desmanes de la maquinaria electorera estadounidense, que convierte en un show un evento que siempre protege a los más poderosos y para nada beneficia a quienes menos tienen.

En Estados Unidos existe un procedimiento que está fuertemente insertado en el Congreso, el cabildeo, algo realmente inmoral que allí ha sido legalizado y al cual perteneció el actual mandatario norteamericano.

FAVORES QUE SE PAGAN

Allí, los candidatos a presidente, diputado, senador, gobernador de un estado, alcalde y hasta un edil o concejal dependen del apoyo económico de las grandes empresas para llevar a cabo con éxito su campaña electoral.

No son favores impagos:  miles de cabilderos hacen su trabajo en la Casa Blanca, el Capitolio, oficinas del gobierno y otras instancias, mientras millones de dólares afluyen a Washington y ambos, los cabilderos y los millones, consiguen que medidas que pudieran favorecer en algo a la población resulte en beneficio a las grandes empresas.

No pocos cabilderos se convierten en legisladores y viceversa, transitando una puerta giratoria que difumina cada vez más la línea que debería separar a la actividad oficial de los intereses privados.

SIN ESCAPE

El servicio exterior estadounidense tampoco escapa a la influencia de este sector regido por las corporaciones y, en este contexto comprendemos por qué el establishment norteamericano odia a WikiLeaks y quiere vengarse en la figura de su inspirador Julian Assange.

La primera denuncia fue de poca monta, comparada a otras, y trató de los manejos de la embajada de Estados Unidos en Puerto Príncipe para que el gobierno haitiano no aumentara el salario mínimo de los trabajadores.

Lo gordo llegó después, cuando detalló el involucramiento de funcionarios del Departamento de Estado en la venta de productos de la Boeing. 

Sus embajadores no vacilan en tocar las puertas de los niveles más altos de diferentes gobiernos con ofrecimientos personales a los jefes de Estado a cambio de que compren aviones a Boeing.

Los cables filtrados por WikiLeaks describen todo tipo de trato en este aspecto en perjuicio de compañías de gobiernos que se consideran amigos.

Por ejemplo, cuando la compañía bahreinita Gulf Air decidió adquirir aviones al gigante europeo Airbus, que ofrecía cada unidad a 400 millones de dólares menos que Boeing, el embajador estadounidense y su asesor económico asediaron a los directivos de Gulf Air, funcionarios del gobierno y miembros del Parlamento y apelaron directamente al príncipe heredero para que la transacción se hiciera con Boeing.

Dos semanas después, la embajada avisaba a los ejecutivos de la compañía que el príncipe heredero y el rey habían rechazado la oferta de Airbus y ordenado al presidente de Gulf Air que cerrara el trato con Boeing.

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