Cuba, el Tercer Mundo y el imperialismo

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Cuba, el Tercer Mundo y el imperialismo
Fecha de publicación: 
29 Septiembre 2024
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En la actualidad, se aprecia que la noción de Tercer Mundo ha ido quedando como que relegada. A veces pareciera que, incluso, ha desaparecido, en la literatura especializada en análisis políticos, históricos, económicos y sociológicos, así como en los artículos periodísticos que abordan los asuntos internacionales. En su lugar, ha ido ganando espacio el concepto de “Sur global” –propuesto por el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, uno de los exponentes destacados del pensamiento crítico contemporáneo--, de muy frecuente utilización en textos, foros y debates en los círculos de la izquierda latinoamericana y mundial, muchas de cuyas ideas comparte el autor de estas notas.

No obstante, vale la pena comentar que, ciertamente, en este caso no hace referencia a una ubicación geográfica, sino que remite, en sentido general y expresado de modo algo difuso, a las mismas realidades que antes se identificaban con el concepto de Tercer Mundo u otros con similar sentido, como el de “países subdesarrollados”, “en vías de desarrollo”, “periféricos”, asociados al de “no alineados”.

Las presentes notas solo pretenden llamar la atención, en un primer momento, sobre la necesidad de pensar o repensar el concepto de Tercer Mundo, a la luz de su significación política e ideológica, teniendo en cuenta los alcances que en el mundo de la globalización neoliberal impone el llamado pensamiento único que le acompaña en el esfuerzo por legitimar su proyecto y difundirlo a escala planetaria, confundiendo a muchos y convenciendo a otros tantos con el apoyo de las nuevas tecnologías de la información y las poderosas redes sociales. No se trata, por ahora, de discutir la pertinencia, objetividad, funcionalidad, de la noción de “Sur global”, mucho menos de negarla. Quizás convenga abrir una reflexión al respecto, pero ello sería más adelante. Antes que eso, habría que regresar al tema que ocupa a estos apuntes, que apenas intentan asomarse al tema, muy sucintamente, con la intención mencionada.  
 
El triunfo de la Revolución Cubana y su temprana definición como proceso de profunda proyección popular, humanista e internacionalista, que hacía suya la concepción martiana de que “Patria es Humanidad” y la convicción marxista de que “las revoluciones eran las grandes locomotoras de la historia”, colocó en el primer plano de la dinámica internacional la situación de aquellos países que a mediados del siglo XX se identificaban con la noción de Tercer Mundo. Así, la proyección exterior de Cuba se manifiesta, desde los primeros años, con una vocación “tercermundista”, en tres ámbitos superpuestos e interrelacionados de forma indisoluble. El primero de ellos es el determinante en esa trilogía, en la medida que condiciona la postura de la Revolución Cubana en los otros dos: el enfrentamiento al imperialismo norteamericano. El segundo consiste en el apoyo a las luchas de los pueblos en el entorno más inmediato desde el punto de vista histórico, geográfico, político y cultural: el de América Latina y el Caribe. El tercero se refiere a la solidaridad con los pueblos de otros escenarios, como los de Asia y África, junto al respaldo de sus esfuerzos por la liberación e independencia, frente a los esquemas de dominación coloniales y neocoloniales. A la luz de conflictos como el que hoy promueve contra el pueblo palestino y su causa, con brutalidad genocida desbordada, el Estado sionista de Israel, aliado estratégico de Estados Unidos y de su proyección imperialista, conviene, en una primera aproximación, estimular la memoria histórica, el pensamiento social y reflexionar sobre el tema.

Carlos Rafael Rodríguez señaló tempranamente, con claridad, el compromiso revolucionario de la Isla y precisó el rol protagónico, no único, de Estados Unidos como adversario y epicentro del imperialismo mundial, al afirmar en el artículo “Fundamentos estratégicos de la política exterior de Cuba”,  publicado por la revista Cuba Socialista en el primer número de su segunda época, en diciembre de 1981,  que “Cuba tiene el deber de ejercer, y ejercerá siempre, el internacionalismo proletario revolucionario. Es uno de sus modos esenciales de contribuir a la victoria histórica del socialismo sobre el capitalismo. No es un mero acto de identificación y simpatía. Se trata también de un deber vinculado a toda nuestra concepción estratégica. El imperialismo es, pues, nuestro enemigo histórico. Pero ¿qué entendemos por imperialismo? Desde luego que nos referimos al sistema en su conjunto. No se trata de vencer solo a los imperialistas norteamericanos, dejando incólume al imperialismo en el resto del mundo”.

De manera implícita, se aludía al Tercer Mundo Desde mediados de la década de 1960, había quedado definida la articulación de las posiciones de Cuba hacia el Tercer Mundo, ante dos acontecimientos que marcarían hitos y que, en ambos casos, estuvieron signados por la impronta del liderazgo de Fidel Castro. El primero fue la Conferencia de Solidaridad con los pueblos de Asia, África y América Latina, conocida de modo abreviado y sencillo como la Tricontinental, realizada en La Habana en 1966, que definió y afianzó el papel gestor de la Revolución Cubana en la interpretación política de los problemas de los países subdesarrollados, en la promoción de sus lazos, impulsando su denominación como Tercer Mundo. De profundo impacto internacional, dicha conferencia propició, dos años más tarde, un evento de no menos resonancia, si bien enmarcado en el campo intelectual: el Congreso Cultural de La Habana, con similar capacidad de convocatoria en los tres continentes.
 
Pronto habrán transcurrido sesenta años de la trascendente Tricontinental, y aquél encuentro de movimientos sociales y fuerzas políticas del Tercer Mundo conserva el simbolismo que le convirtió en la expresión más legítima, auténtica, oportuna, de las luchas populares emancipadoras, de la unidad y del antimperialismo. Si bien las condiciones históricas del presente son otras --al cambiar sustancialmente la correlación mundial de fuerzas, el lugar y papel de Estados Unidos y sus aliados imperiales, reajustarse las concepciones y prácticas revolucionarias y sobre todo, al no contarse físicamente con la emblemática figura de Che Guevara y de Fidel, el espíritu del cónclave no sólo se mantiene en la tercera década del siglo XXI, sino que se refuerza, cuando se mira el legado de la agresiva Administración de Donald Trump, aún presente en la de Joseph Biden y la ofensiva imperialista, signada por el remozamiento de las modalidades de agresión que entonces se aplicaban contra los pueblos de Asia, África y América Latina. Seguramente, los lectores que se animen a buscar las palabras de clausura de la citada conferencia como el mensaje de Che, que se daría a conocer  en abril de 1967, coincidirán en la vigencia de repensar hoy el internacionalismo tercermundista.
 
El concepto de Tercer Mundo se le atribuye al intelectual francés Alfred Sauvy, quién lo utilizó por primera vez en la década de 1950, al referirse al conjunto de países menos desarrollados del orbe, situados geográficamente en su mayoría en regiones del Sur, como las de Asia, África y América Latina. Es en ese sentido que cobra cuerpo, en el lenguaje político, periodístico, académico e incluso literario, la distinción entre Norte y Sur, con cierta connotación geopolítica, según la cual la primera de esas regiones abarcaba a los países capitalistas desarrollados o industrializados, en tanto que con la segunda se identificaba a los subdesarrollados, ubicándoseles, desde un punto de vista metafórico, en un “tercer mundo”. Con ello se les diferenciaba de los dos grandes bloques o “mundos” que, como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, caracterizaban a los Estados capitalistas o del “Oeste” como de un “primer mundo”, y a los socialistas o del “Este” como de un segundo. Así, en líneas generales, subdesarrollo (con sus rasgos de dependencia, atraso económico y tecnológico, profunda polarización de la riqueza, desigualdad y pobreza extrema, con economías dependientes de la exportación de productos agrícolas y materias primas, altas tasas de analfabetismo estructuras sociales arcaicas, elevada deuda externa, gran densidad demográfica, cultura tradicional), sería sinónimo de Tercer Mundo.

El uso del término, extendido en los años de 1950, en el contexto tensional de la Guerra Fría, provocado por la confrontación bipolar “Este-Oeste” --entre el sistema socialista y el capitalista--, adquiere un alcance semántico doble en el decenio siguiente. Por un lado, se le atribuye un significado estratégico que expresaba una postura de no alineación por parte de los países subdesarrollados a ninguno de los sistemas mencionados, lo que asemejaba el concepto de Tercer Mundo al de no alineamiento o a la noción de "países no alineados". Por otro, se le concebía con una connotación económico-social, basada en la gran asimetría que existía, en términos de nivel de vida y de relaciones sociales, entre los países “tercermundistas” y los más avanzados, enfrentados en la Guerra Fría (capitalistas o “primermundistas” y socialistas o del “segundo mundo”). En ese marco, y prácticamente hasta la desintegración de la Unión Soviética, el desplome del sistema socialista en Europa del Este e iniciarse el llamado fin de la Guerra Fría, el Tercer Mundo fue escenario de las disputas regionales entre el “Este” y el “Oeste”, que pugnaban por ganar espacios de influencia en zonas de tanta importancia geopolítica internacional como las de Asia, África y América Latina.
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La Revolución Cubana dejó claro que más allá de la conceptualización que con pretensiones de cientificidad ofrecía el pensamiento social de la época a través de teorías económicas y sociológicas, el subdesarrollo que definía a los países del llamado Tercer Mundo era resultado histórico de la dependencia y explotación colonial, primero, y neocolonial, después, asociada ésta última en el siglo XX a la dominación norteamericana prevaleciente hasta 1958. Justamente, el proceso revolucionario desarrollado en la Isla, que se inicia con los mambises y culmina con la victoria del Ejército Rebelde bajo el liderazgo de Fidel Castro, significa el comienzo de una nueva etapa en la historia mundial y en el sistema de relaciones internacionales.

La Revolución representó, en efecto, una alternativa para los pueblos tercermundistas, y un desafío a la hegemonía imperialista. Constituía la quiebra del sistema de dominación de los Estados Unidos en Nuestra América, sostenido en el terreno político por gobiernos títeres, en el económico por empresas transnacionales, en el financiero por sectores bancarios extranjeros y en el militar por fuerzas armadas sin compromiso patriótico. Y desde sus primeros momentos, la Revolución Cubana asumió como propios los destinos de los pueblos latinoamericanos y de otros ámbitos del Tercer Mundo, sometidos por las potencias imperialistas, con protagonismo de la norteamericana.

Según ya se indicaba, la problemática del Tercer Mundo es la del subdesarrollo, la que a su vez tiene como contrapartida dialéctica la del desarrollo. Así, desarrollo y subdesarrollo son fenómenos correlativos, en tanto que referirse al primero implica reconocer al segundo, como partes de una misma secuencia en la que se presuponen y excluyen mutuamente. La atención sobre dicha problemática toma cuerpo institucional junto a la del Tercer Mundo, si bien con anterioridad existían intereses en el estudio del desarrollo, motivados por la transición del capitalismo de libre competencia hacia la fase imperialista y por las necesidades consustanciales a la recuperación luego de la profunda crisis del sistema en los años de 1930 y a los imperativos de lograr con premura un crecimiento económico en los países industrializados. Pero el interés en el tema se acrecienta luego de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos alcanza su condición hegemónica y en el marco de la confrontación con el campo socialista, procura incorporar al Tercer Mundo en su esquema de dominación internacional.

En el despliegue de su política exterior, la Revolución Cubana muestra desde temprano, al mismo tiempo que enfrentaba la hostilidad imperialista de los Estados Unidos, su simpatía, reconocimiento y solidaridad ante los líderes de los movimientos y procesos que se gestaban en América Latina, los cuales adquieren un dinamismo destacado a partir del simbolismo que llevaba consigo la experiencia transformadora en la Isla, cuyo efecto catalizador, según es bien conocido, se expresa en una amplia gama de reacciones populares, emancipadoras, progresistas, de izquierda, revolucionarias. En ellas se combinaban la lucha armada y la vía legal, entre movimientos guerrilleros y organizaciones urbanas clandestinas, fuera y dentro de los marcos institucionales de la democracia representativa, conformado un variado mosaico de situaciones, como las de Colombia, Venezuela, Chile, Uruguay, entre muchas otras.

Nombres como los de Turcios Lima, Camilo Torres, Fabio Vázquez, Raúl Sendic, Salvador Allende, por mencionar solo algunos, forman parte del expediente tercermundista en América Latina.  Pero junto a ellos, estaban figuras destacadas de Asia y África que pronto se erigirían como referentes de las luchas en el Tercer Mundo no solo a nivel latinoamericano, sino también a nivel mundial. Es el caso de jefes de gobierno y de activistas revolucionarios, como por ejemplo, Patricio Lumumba, del Congo, de Gamal, Abdel Nasser, de Egipto), de Sukarno, en Indonesia, de Tito en Yugoslavia, de Chou En-Lai en China, de Ben Bella  en Argelia, de Ho Chi Minh en Vietnam, junto a no pocos del continente africano, como Amílcar Cabral, Sekou Touré, Kwame Nkrumah, Huari Bumedién, Antonio Agostinho Neto y  Marien Ngouabi.

Esa proyección tercermundista de la Revolución Cubana se manifiesta a través de una definida línea de acción de lo que será, desde entonces, el internacionalismo, como uno de los ejes de su política exterior. Así, por ejemplo, en fecha tan prematura como la de   1961, Cuba asiste a los revolucionarios argelinos que combatían al colonialismo francés; franceses. En 1963 brinda apoyo a revolucionarios que luchaban contra el régimen del dictador Trujillo en República Dominicana e inicia la colaboración con la guerrilla en Venezuela y con otros grupos emancipadores y movimientos de liberación, como sería el caso de Argentina, Perú y América Central. Entre 1964 y 1965 tuvo lugar la presencia del Che en África, donde países como Guinea Bissau, Mozambique, el Congo y Angola serían objeto de la solidaridad cubana. Entre 1965 y 1969, Cuba brindó ayuda a movimientos populares y revolucionarios en aquellos países cuyos gobiernos se habían manifestado contra la Revolución, como fueron los gobiernos de Guatemala, Nicaragua, Bolivia, Colombia, Venezuela, Perú y Brasil. En esos años, quizás lo que tuvo mayor resonancia sería la experiencia guerrillera protagonizada por el Che en Bolivia, a partir de su asesinato en 1967. Asimismo, el Caribe fue objeto de solidaria atención por la Revolución Cubana, al rechazar los modelos coloniales existentes. El caso más emblemático es el de Puerto Rico, ante lo cual la diplomacia cubana desarrolló una intensa actividad, logrando insertar el tema en el Comité de Descolonización de Naciones Unidas y reiterando hasta el presente el derecho inalienable de esa nación a la autodeterminación e independencia.
 
Como se señalaba, la proyección tercermundista de la Revolución Cubana se define a partir de un factor determinante, que de manera transversal irradia su acción hacia sus otros ámbitos de acción. Se trata del enfrentamiento al imperialismo norteamericano y de su estrecha interrelación con el reconocimiento, solidaridad y apoyo brindado a las luchas de los pueblos en los tres continentes que conforman el Tercer Mundo.

Quizás la expresión más elocuente de la continuidad, coherencia y firmeza de esas bases conceptuales, ideológicas y políticas, sea la que provee el texto de la nueva Constitución de la República de Cuba, al precisar en su segundo capítulo que el país “promueve la unidad de todos los países del Tercer Mundo y condena el imperialismo, el fascismo, el colonialismo, el neocolonialismo u otras formas de sometimiento, en cualquiera de sus manifestaciones”, así como “el multilateralismo y la multipolaridad en las relaciones internacionales, como alternativas a la dominación y al hegemonismo político, financiero y militar o cualquier otra manifestación que amenacen la paz, la independencia y la soberanía de los pueblos”.

El análisis requiere, obviamente, una aproximación ulterior. Tercer Mundo es un concepto que pertenece a las ciencias sociales, pero también al lenguaje político,  al debate ideológico, a las prácticas de resistencia y luchas emancipadoras y revolucionaria.

*Investigador y profesor universitario

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