Contracrítica: La maldición de Napoleón Bonaparte en el cine
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La figura de Napoleón Bonaparte siempre será polémica en la Historia, así como en su representación en las artes. Desde los cuadros de Jacobo Luis David hasta el cine en el siglo XX, este hombre se debate entre el mito y la realidad, entre el dictador y el líder nacional, entre el conquistador y el reformador. Existe una dualidad no resuelta en cuanto a la construcción psicológica del personaje que no se acerca a la realidad de un ser humano concreto. Priman en esto los intereses geopolíticos de las grandes potencias que establecen narrativas a nivel global y que requieren de esa savia del pasado para prevalecer en el panorama de la construcción de poder. Napoleón es y será un símbolo para Francia, no solo de la gloria militar, sino de los logros del pensamiento ilustrado que iban con las armas del emperador y que barrían con los resabios del viejo orden feudal. Pero para Inglaterra, el corso representa ese enemigo derrotado en Waterloo, que antes de eso estuvo a punto de conquistar el continente y amenazar la prevalencia del poder de Londres como centro hegemónico mundial. A cabo de tanto tiempo, las diferencias marcan la hechura del más reciente filme de Ridley Scott, que tuvo como actor en el protagónico a Joaquín Phoenix.
¿Qué puede quedar del resabio entre las viejas potencias en esta cinta? Una gran parte de los críticos resaltan un fenómeno que es consustancial a cierto tipo de propaganda anti napoleónica y es la que está dada a tratarlo desde una hitlerización del asunto. O sea, equiparar a los dos hombres y de esta forma ser injustos con la obra renovadora y reformadora del francés. El circuito de difusión del cine como industria está atravesado, no lo olvidemos, por la cultura anglosajona que es mayormente de tendencia filo británica. No solo el idioma, sino las claves simbólicas del suceso tienen las marcas de los intereses y las formas de construcción de poder derivadas de siglos de dominio del Imperio Británico. La figura de Napoleón es una especie de némesis del poder inglés, ya que se considera la batalla de Waterloo y el orden impuesto tras el arresto en Santa Elena al corso como el inicio de una nueva era de mando incontestable para la élite de Londres. En el filme se antepone a Inglaterra de forma constante como el adversario más digno y poderoso, pero lo cierto es que no debe menospreciarse el papel de Rusia en ese desempeño, país que le infligió a Napoleón una gran derrota en la fallida campaña hacia Moscú.
Asimismo, los prusianos (hoy alemanes) tuvieron un rol fundamental en Waterloo, sin el cual Wellington no hubiera ganado. El filme tuerce estos aspectos y le imprime a la trama un tono adormecedor de novelas de aventuras, en la cual se nos dibuja un Napoleón caprichoso, a ratos irracional, impulsivo y lleno de la ira de los grandes dictadores. No solo es la ambición lo que define un proyecto de poder como el de esta figura, sino las cuestiones más acuciantes de una clase en el poder. Y recordemos que eso era aquel primer imperio francés, la concreción de las ideas de la burguesía ilustrada del siglo XVIII, que necesitaba expandir su ideología y forma de hacer economía por toda Europa si quería prevalecer.
Las cuestiones más duras de la alta política no pueden ser trivializadas por el cine sin que quede dañada la historia. Es importante que se respete la memoria y se narren las luces y las sombras, sí como los matices que quedan en el medio de la construcción de poder que fue Napoleón. No solo porque de ese pasaje depende la concreción del mundo contemporáneo y del reparto de riquezas posterior, sino para entender qué hacer en el presente para pensar de la forma más clara posible nuestro panorama político.
El arte no debe alienarse, sino afincarse en la realidad para crecer. Phoenix hizo gala de sus dotes de actor, pero sin una correcta guía en materia de historia, su esfuerzo se queda en una pasión sin sentido, que no alcanza a dibujar la grandeza del personaje. Las violaciones a los datos duros de los sucesos no solo son enormes, sino que se burlan de la objetividad, dejándonos a los espectadores que conocemos del tema con el mal sabor de la burla. Máxime cuando la obra no se vendió como una versión inspirada en Napoleón, sino como una pieza de alto valor biográfico. Se puede hacer arte sobre la base de la realidad, pero no romper con la realidad en nombre de un arte que no llega a los estándares de las expectativas. Queda en la memoria de los cinéfilos aquel proyecto de Stanley Kubrick que nunca se llevó a cabo, acerca de la figura de Napoleón. En aquella idea maravillosa, el actor icónico iba a ser Jack Nicholson. ¿Hubiéramos visto una especie de mezcla entre la locura del personaje de Torrance de la cinta El Resplandor y el peso de una figura como Napoleón? Nadie sabe, pero lo que sí es seguro es que este tema padece de una maldición en la historia del cine, que sigue creciendo. Nadie logra definir perfectamente a qué se debe.
Kubrick nos dejó la satisfacción de la leyenda, pero Scott construyó una película sobre la base de especulaciones de autor y de las improvisaciones de Phoenix. Se sabe que el guion se reescribió varias veces solo para satisfacer la maestría actoral del protagónico. En este aspecto, la cinta peca de irse más hacia el drama que hacia la tesis histórica y termina traicionando la esencia de un buen filme. No solo porque existen nubes que sobrevuelan la idea de una película sobre el gran corso, como es el caso del proyecto fallido de Kubrick, sino porque las productoras internacionales habían vendido el hecho como lo más espectacular del año. En parte la decepción está dada porque no se llega a un nivel elemental de satisfacción si se le compara con la campaña de marketing. Napoleón es un filme desigual, con un gran trabajo en las locaciones y en el logro de la atmósfera de época, con un esmerado recurso de vestuario y de ambientación e incluso con un elenco de lujo, pero donde falló el guion, el apego a la verdad y la fidelidad a los valores de la memoria histórica. Fue además una cinta que no tuvo en cuenta la necesidad del público que acude a las salas para entretenerse, pero también para formarse un criterio a partir del cine. Si la idea de Kubrick era hacer una súper producción con elementos de novedad y de ruptura en cuanto al estilo narrativo, toda aquella expectativa está traicionada en la obra de Scott, para quien no fue sino otra forma de mostrar músculo con escenas de batallas y de efectos especiales.
Es cierto que el arte es inexacto y que los estilos no se tienen que parecer, que las tesis deben diferir y que cada autor elige en qué aspecto va a poner énfasis. Ello no quiere decir que Scott vaya a pasar a la historia como el de la peor película de Napoleón, sino que esta oportunidad de la cual se esperaba mucho fue simplemente una más.
Napoleón es uno de los hombres que generan mayor misterio a lo largo de los siglos. Visto por personalidades como un faro a seguir y a la vez denostado por sus crímenes y su amor por el poder absoluto. Gran constructor de un mundo diferente que lo sobrevivió y que sentó las bases de la civilización contemporánea, el corso no pasará jamás al olvido, sino que es constante objeto de tesis y de visiones encontradas. El abordaje ideológico del presente en parte está condicionado por su existencia y por el peso de sus conquistas. Más allá de la satanización o de la alabanza, Napoleón no puede pasar desapercibido para el mundo, sino que al contrario sigue en el imaginario como ese sujeto de extracción sencilla que llegó a adueñarse del poder más increíble.
A Scott le queda el mal sabor de una crítica que ha sido apabullante con las escaseces del filme, así como de una recepción terrible en el gremio de los historiadores, para quienes este sí es el peor filme que haya abordado el tema. Más allá de que el cine es un arma ideológica, debería tratarse también de un acto de compromiso con las personas y de amor hacia la belleza. Scott, un genio de estos tiempos, quizás está demasiado imbuido en la dinámica del éxito y de la producción espectacular. La vida no perdona superficialidades ni siquiera a los grandes maestros. Lo supo Kubrick, quien estuvo años investigando para su cinta sobre el corso, para finalmente quedar en silencio. ¿Se dio de bruces con la maldición?
Nada en el arte existe de forma separada a la realidad. Aún los errores cometidos por los autores poseen una larga extracción en las construcciones ideológicas de la sociedad concreta. Napoleón se debate como cinta entre la indefinición como obra y en el discurso maniqueo. Así no se soporta ni siquiera un análisis poco riguroso, sino que caen las herramientas del buen cine y se derrumba el edificio de la telaraña dramatúrgica. No podemos decir que sea un filme que no posea algunas virtudes, pero falló en lo fundamental y en eso sí hay que ser implacables. Es como si se escribiera una versión del Quijote para la gran pantalla y se olvidaran los molinos de viento o las novelas de caballería. La ruptura del arte no puede ir contra el arte mismo y su esencia y sus funciones. Quiere esto decir que era quizás mejor la mudez de Kubrick que la audacia de Scott devenida en ejercicio estéril
Napoleón ni es el monstruo absoluto, ni el ángel guardián. Una sombra de incertidumbre sobre su figura era la oportunidad perfecta para darnos a entender esos grandes misterios, pero el tiempo pasó y Scott nos entrega una cinta más. Habrá que ver si sus próximas producciones retornan al estilo genial que nos tiene acostumbrado. También me causa curiosidad si esta maldición alrededor del gran corso va a seguir o si tendremos por fin concretado un sueño como el de Kubrick. El gran cine lleva una racha de crisis que no se puede separar de todos los conflictos que ahora mismo aquejan a las industrias culturales. Entre la necesidad de vender en medio de una competencia feroz y del alza del costo de las producciones, es fácil que los productores de márketing vendan humo y mucho más si se lleva la firma de Scott como garantía de éxito. Hay que tener en cuenta que ahora mismo nada de lo que está saliendo de los grandes centros cinematográfico escapa a la ola de mediocridad, censura, cancelación y moral ambigua que se deriva de la crisis del modelo occidental. Muy al contrario, cada vez es más duro hacer cine en un universo marcado por la hipocresía y el discurso políticamente correcto que frena la audacia y la genialidad. Quizás allí hay que buscar los fallos globales de esta cinta. Pero no se puede ser indulgentes tampoco con alguien que posee los resortes, los recursos y el apoyo de Scott.
Napoleón es una cinta más, muy cara, muy tremendista, pero solo una más. Nada la salva de la intrascendencia y del olvido, ni siquiera su venta en el mercado. Habrá que volver a retar la maldición y construir una obra mayor.
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