Aleida y Rosario
especiales
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Dos cubanas motivan estas notas. Una, septuagenaria de expresión y razonamiento siempre serenos. La otra, dueña de una octogenaria y vehemente juventud acumulada. Ambas de apariencia frágil, pero con una fortaleza espiritual que impresiona.
Llevo tiempo tratándolas y admirándolas sin que ellas lo sepan; viéndolas ir y venir, cual hormigas que nunca se cansan, para ayudar a éste, impulsar al otro, o asegurar cuanta “tarea se pierde” en la FMC, los CDR o el Partido en nuestro barrio del Cerro. La bondad, el desinterés y el sentido de la solidaridad se pueden retratar a través de ellas.
Por la edad y por el modo como han actuado, integran la generación política que comienza su adolescencia, o su juventud, en 1959. En el caso de ellas – y quizás de la mayoría de sus contemporáneos - sin saber qué era una Revolución y, menos aún, el Socialismo. Hoy admiten que se comprometieron con la primera no por la vía intelectual, sino al ver sus hechos cotidianos de beneficio popular, de los cuales, además, fueron partícipes y luego protagonistas más conscientes. Al socialismo llegaron por idéntica vía y – coinciden en esto – “también gracias a Fidel”.
Pero en un plano más racional, impacta observar cómo, a la vez que viven duro los rigores de la vida cotidiana de la Cuba actual, sin lamentos que resquebrajan el alma o prostituyen el carácter - para expresarlo en clave martiana – siempre encuentran una expresión de confianza en el futuro de esta, nuestra sociedad que necesita de muchos más cambios revolucionarios, en línea con sus utopías fundacionales.
En fecha reciente les pregunté de dónde sacaban esa “confianza en que vamos a salir adelante”, así, sin muchos argumentos de tipo económico, financiero u otros que suelen priorizar los economistas, los sociólogos y otros profesionales que escriben a diario y opinan en las redes digitales.
Aleida inició la respuesta: “no olvide nunca lo que hemos vivido y sufrido los que no teníamos nada antes de 1959. Volver atrás para nosotros es impensable. Problemas hay muchos, pero aquí se demostró en momentos peores que este pueblo tiene energías que uno no sabe de dónde salen, pero salen. Reconoce a leguas los peligros y sabe dónde se esconden la hipocresía, la demagogia y la mentira. Y sabe en quién confiar cuando las llamas arden”. Quien así razonó fue maestra y no ha dejado de serlo.
Rosario, con mirada brillante, argumentó a continuación: “sabe por qué confiamos? Por algo que quizás yo no sé explicar, pero que lo siento: Fidel nos enseñó muchas cosas, el valor de la igualdad y nos ayudó a entender la fuerza que tiene un pueblo cuando hala parejo y entiende por qué lo hace. Los cubanos lo que queremos es mejorar la vida de todos, pero con la Revolución de Fidel, que todavía está vivita y coleando”. Quien habló de esta manera fue obrera de origen humildísimo, dirigente sindical y del partido en distintas organizaciones de base.
Aleida intervino de nuevo. Sintió que había dejado por fuera una parte de su explicación: “creo que la mayoría sabe que volver atrás no sería bueno, pero ahora falta que los jóvenes lo sepan también. Ellos deben vivir lo que nosotros. Sabe qué, la sensación de que todos los días el país avanza un trecho más, hoy con una escuela nueva, mañana con un hospital y pasado mañana con una instalación deportiva bonita”.
“A ellos - agregó Aleida - les tocó una etapa que hace falta dejar atrás y eso depende de nosotros, que yo sepa. Lo que no podamos darles en obras, por qué no se lo damos en el trato, dándoles ejemplos de que con poco se puede hacer mucho, mejorando los servicios, eliminando trabas absurdas. Hay que avanzar, a pesar del bloqueo y las agresiones que los gringos nunca abandonarán…” Rosario la apoyó con sonrisa elocuente y yo evoqué estas ideas suyas en un artículo reciente (Granma, 29.11.23).
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En este punto del diálogo les pedí que analizarán más, del modo como ellas quisieran, los rasgos del presente que más les preocupan como cubanas revolucionarias, que expusieran las soluciones que imaginan necesarias y que trataran de ver los problemas y sus salidas de modo justo y sereno, a partir de las vivencias personales de antes y sobre todo las de ahora.
Esta vez la iniciativa la tomó Rosario, la octogenaria vivaz y siempre dueña de expresiones que inducen, casi de forma inevitable, a responder estas preguntas: ¿cómo logra persistir, en el plano racional y en el de los sentimientos, el sentido de pertenencia a la obra social y humanista de la Revolución entre aquellos que la vivieron, de manera directa y protagónica, desde los momentos fundacionales?; ¿cómo logra perdurar ese sentido de pertenencia incluso cuando los errores propios son evidentes, e irritan porque con frecuencia son inexplicables?, y ¿cómo reproducir esta perspectiva de vida entre los nacidos después de 1959, que hoy son mayoría?
Para esta cubana, “a pesar de todo lo que estamos pasando, el país no está peor - remarcó - que el Pogolotti que yo viví a principios de los años 50; hay corruptos, pero el Gobierno (aludía al central) no permite la corrupción, aunque pueda haber alguna persona acomodada y que aproveche de más las posibilidades que da cualquier cargo; y hay mucha indisciplina social, por ejemplo, cuando las personas construyen casas o casuchas sin permiso oficial (como sucede en mi zona), pero la policía no llega golpeando ni desahuciando a los que actuaron al margen de la ley. Así que no hay dictadura como dicen, quizás haría falta más rigor en la aplicación de la ley”.
Dicho lo anterior, agregó: “voy a ser sincera, en Cuba lo que se ha creado es una capa intermedia de sinvergüenzas que no está ayudando al Presidente, ni al Partido, ni a la Revolución. Esa gente – pienso yo – ayuda a la contrarrevolución, porque daña al pueblo cuando promete lo que no cumple, cuando incumple y no explica las razones, como hacía Fidel, cuando hace gala de lo que el pueblo no tiene. Eso molesta y es - creo que entre otras razones - lo que hace que los más jóvenes confundan el socialismo con esas barbaridades”
Ella siguió entusiasmada y esta vez decidí no interrumpirla: “mire, yo estoy segura de esto, si los del frente atacan, habrá gente de las que sólo critican, que va a salir a la calle para defender esto. No hay que equivocarse. Lo que hay es que sacudir la mata, como una vez dijo Raúl, y bien sacudida. Usted verá que esto toma el camino que hace falta. A los que sólo buscan cuidar el carguito, hay que desenmascararlos, del mismo modo que a los mercenarios hay que pararlos en seco…” En este punto, lamentablemente, sí tuve que pedirle ceder espacio a Aleida, en aras del disponible para este ejercicio.
Esta última - se apreciaba fácil – se había sentido motivada a opinar. Estas fueron sus razones y sus argumentos sobre los que estamos obligados a reflexionar mucho más.
“Lo que yo veo en estos momentos es que confrontamos más problemas porque hemos descuidado en la práctica muchas cosas. Ha bajado la exigencia, pero a todos los niveles y todos somos responsables en algún grado de lo que sucede hoy. Es un error decir que todo lo que pasa es responsabilidad de éste o aquél dirigente nacional. Ellos no son magos ni son como era Fidel. Están aprendiendo y, en todo caso, hay que ayudarlos diciéndoles las cosas como son”.
Agregó con visible seguridad: “lo que yo sí siento es que hace falta más y mejor información. Para mí, y para personas que conozco, lo importante no es que un dirigente esté viajando por todo el país para chequear si hay papa o boniato. Ése es su deber. Fidel hacía muchas visitas y sólo eran conocidas porque el mismo pueblo las divulgaba. Yo lo que quiero saber es qué se está cumpliendo y qué se va a cumplir. Y a quiénes se sancionó por mentir, o por no cumplir. Quiero ver lo que se hizo, pero en “la placita” y así poder mostrar, con los productos, que sí se está trabajando bien. Lo demás es secundario. Choco con esto todos los días, lo veo y lo escucho”.
Y concluyó con esta expresión que sintetiza lo que pensamos los septuagenarios que ya decidimos no permitir marchas atrás, ni regresiones solapadas de ningún tipo: “yo no sé, quizás, explicarlo bien, pero sí sé que todos tenemos que ayudar a que la Revolución salga adelante, como dijo Fidel, con fuerzas propias. ¡Yo no quiero, ni quiero imaginarme, lo que sería Cuba con esos que en Miami están locos de poder y de sangre, ni con los que, estando aquí, ahora quieren ser ricos como Rockefeller. Esa Cuba yo no la quiero!, yo quiero la que podemos construir todavía: la que Fidel describió el Primero de Mayo del 2000”. Así concluyó la maestra.
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Aleida y Rosario, por fortuna, dejaron poco espacio para conclusiones preliminares. Fue lo más alentador del diálogo con estas dos cubanas que la Revolución transformó en revolucionarias. Mi tarea fue relativamente fácil: proponerles, en un caso u otro, cierto ordenamiento lógico de las ideas que con cubana y extrovertida franqueza decidieron compartir.
La experiencia sugirió la importancia de escuchar cómo otros segmentos sociales y etarios procesan nuestra desafiante realidad actual. Aleida y Rosario reflejan la perspectiva de la que – podría afirmarse – sigue siendo la mayoría revolucionaria del país (también más heterogénea hoy), que aprendió a leer y a pensar con cabeza propia, y sabe identificar los matices en y de la política. En el 65 aniversario de la Revolución, no es de importancia subalterna esto último.
*Sociólogo y analista político
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