Agramonte, la caída del diamante con alma de beso

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Agramonte, la caída del diamante con alma de beso
Fecha de publicación: 
11 Mayo 2024
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Cuando Ignacio Agramonte cayó en combate el 11 de mayo de 1873 en los potreros de Jimaguayú, no solo se apagó la vida del hombre. La primera guerra de independencia de Cuba perdió a uno de sus líderes más relevantes. 

Horas antes del funesto acontecimiento, el jefe de las tropas mambisas de Camagüey había recibido informes sobre la proximidad de fuerzas españolas. En un terreno que conocía bastante, organizó el combate. La última arenga realizada a sus hombres ha trascendido en estas palabras: “Nuestra misión se va cumpliendo, vuestra disciplina y vuestra abnegación hacen de todos nosotros el núcleo fundamental de la futura República”.

Con 32 años, el mayor general Agramonte había participado, de acuerdo con los registros históricos, en más de 100 combates. Era un jefe ejemplar y osado. Se separó por un momento del grueso de sus hombres y, sin percatarse, quedó a tiro de una avanzada enemiga, oculta entre la yerba. Tras los disparos, se desplomó, herido de muerte en la sien derecha. Henry Reeve ordenó la retirada de Jimaguayú y el rescate del cuerpo. Pero lo último no se logró y el cadáver fue conducido por los soldados ibéricos a la ciudad de Puerto Príncipe, donde lo incineraron con leña y petróleo por orden del gobernador.

La muerte de El Mayor conmocionó a las tropas camagüeyanas —que alcanzaron extraordinaria disciplina bajo su mando— y también resultó una sensible pérdida para la revolución independentista. Desde que la región central del país se unió a la guerra, Agramonte se convirtió en uno de los principales dirigentes anticolonialistas. Tras su destacada participación en la Asamblea de Guáimaro, renunció al cargo civil al que fue electo para reincorporarse al mando militar. 

Las discrepancias con Carlos Manuel de Céspedes constituyen por sí un inagotado tópico de la historia nacional, pero cabe mencionar que varios historiadores han referido la hipótesis de que, con él vivo, los pasos de la Cámara de Representantes hacia la destitución de Céspedes del cargo de presidente de la República en Armas probablemente habrían sido menos firmes. Esto se debe a que El Mayor llegó a entender lo perjudicial de las divisiones entre orientales y camagüeyanos. Así, Agramonte fue enérgico al prohibir a sus subordinados hablar mal del Padre de la Patria. 

Un rasgo distintivo del pensamiento estratégico del prominente jurista camagüeyano fue su comprensión sobre la necesidad de romper con la perniciosa costumbre de combatir por feudos. Trabajó eficazmente para que las fuerzas bajo sus órdenes pelearan fuera de sus zonas de confort y explicó la importancia de trascender las operaciones locales: “Vamos a defender las familias con empeño, no permaneciendo a su lado, sino peleando valerosamente. Organizar y disciplinar al ejército, es prepararlo para la victoria”. 

En lo político, fue un independentista radical. Se distanció de antiguos colegas que sucumbieron ante las vacilaciones. Asumió una actitud severa e intransigente con las deserciones y aplicó la máxima pena a quienes hacían gestiones para presentarse al enemigo. Acumuló significativos méritos en escasos años de lucha. Poco después de su caída, Máximo Gómez dijo, en julio de 1873, que Agramonte estaba llamado a ser el “futuro Sucre cubano”. 

 

El “diamante con alma de beso”, como lo llamó José Martí en 1888, fue consecuente con sus ideas liberales y murió en la manigua empuñando las armas contra el régimen colonial, lejos de la comodidad terrateniente en la que nació. El día de su caída, la causa de la independencia cubana perdió a uno de sus principales paladines. 

 

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