Voluntarios contra la Covid-19: José Manuel Lapeira, ni heroico ni sacrificado
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Tomada del Facebook del entrevistado. Durante las labores de higienización José Manuel debía vestir un traje de protección
Es domingo 10 de mayo. Los cubanos pasan el Día de las Madres en condiciones extraordinarias. Si no fuera por la crisis del coronavirus, las calles no se sentirían tan vacías ni silenciosas, pero la mayoría de la gente está dentro de su casa.
Son pocos los vehículos que circulan por La Habana. Los que sí, deben tener razones serias para hacerlo. Es el caso de dos guaguas parqueadas desde el mediodía en las afueras de un centro de aislamiento en Habana del Este. De ordinario, son ómnibus de transporte público. Ahora su misión es trasladar a José Manuel y unas 30 personas que han trabajado allí hacia otro centro en el Cotorro, donde permanecerán aislados antes de poder regresar a sus respectivos hogares.
Foto tomada del Facebook del entrevistado. Dos guaguas esperan para trasladar a José Manuel y al resto del personal que trabajó con sospechosos de portar el nuevo coronavirus hacia un centro en el Cotorro donde permanecerán aislados hasta que se compruebe que están sanos.
José Manuel Lapeira tiene 20 años y está en tercero de Periodismo en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. A principios de abril conoció que la rectoría de su universidad puso a disposición de las autoridades capitalinas dos de sus residencias estudiantiles. Funcionarían como centros de aislamiento a sospechosos de coronavirus. Se ofreció como voluntario apenas saberlo.
Lapeira, como le llaman la mayoría de sus profesores, vive con Dania, la abuela paterna de 67 años, en el municipio Boyeros. Ha sido así desde el 2014, poco después del fallecimiento del abuelo. Los padres, divorciados, viven con otros hijos. Él tiene más apego por su abuela, quien, según cuenta, lo consiente y le exige al mismo tiempo. Es un intermedio de cariñosa y seca. “Tiene sus momentos”.
La casa se sustenta con la pensión de ella, una ayuda del estado por bajos ingresos, algún esporádico pago a José Manuel por colaboraciones periodísticas y un aporte de su padre.
Dania no se opuso a la decisión de que partiera como voluntario, a pesar de que es su familiar más próximo y pasaría sola toda la temporada en que su nieto estuviera fuera. Este supuso que el papá le daría algunas vueltas, pero no podía tener certeza porque “él es algo cascarrabias y trabaja mucho”. Sentía un deber que cumplir. “Me duele dejarla pero me ha apoyado y sé que estará bien. Es muy independiente”.
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Inicialmente se alistaron unas 50 personas entre estudiantes, profesores y directivos de diversas facultades. Se organizaron varios grupos a modo de que cada 15 días hubiera un relevo disponible. Él no cayó en el primero. Todo transcurrió sin obligatoriedad. El reclutamiento se basó en “la disposición de la gente. Hubo muchos que dijeron que no podían y según tengo entendido hubo facultades que ni siquiera dieron el paso al frente”. No obstante, actualmente la cifra total de voluntarios ronda los 140.
Cuenta Lapeira que enrolarse le costó una pequeña discusión en la UJC de su facultad. Como él pertenece a la dirección de la organización, el Secretario General propuso dejarlo como responsable mientras él se ausentaba por idéntico motivo, pues antes de una reunión que tuvieron con la decana, no supieron que era por grupos. El Secretario General también le objetó que la abuela iba a quedar sola. “Tuve que insistirle”. Finalmente, se entendieron.
El lunes 25 de abril Lapeira abordó, cerca de donde vive, un vehículo de su universidad que lo trasladó al centro de aislamiento preparado en la beca del reparto Bahía, en Habana del Este. Junto con dos profesores de la Facultad de Geografía, una docente de Contabilidad, un técnico y una profesora de Chino del Instituto Confucio, una estudiante de Derecho y una condiscípula de Periodismo relevó al primer grupo que operó allí.
Durante los días previos imaginaba su inminente rutina como “la de las películas y series de médicos”. Una vez dentro, las tareas fundamentales fueron servir las raciones de desayuno, almuerzo y comida en el comedor para llevarlas a los pacientes y al médico; limpiarlo, desinfectar las bandejas que regresaban de la zona roja; y garantizar el orden e higiene de los apartamentos. No es que disfrutara ese trabajo, pero desde antes de entrar tenía idea de a qué se enfrentaría. Entendía la lógica: “no sobrecargar al personal de salud, para que el sistema no colapse como en otros países”.
Foto tomada del Facebook del entrevistado. Durante las labores de higienización José Manuel debía vestir un traje de protección
La llamada zona roja es la de mayor riesgo epidemiológico. Allí se encuentran los pacientes que por una razón u otra son sospechosos de portar el SARS-CoV-2. Aunque la mayoría resulta negativa al final, hasta que una prueba PCR no demuestre lo contrario, todos se presumen contagiados. Nunca se sabe. Por eso la zona roja es en un centro de aislamiento el área más peligrosa y donde se extreman las medidas de bioseguridad. Lapeira en dos ocasiones cruzó a ella para hacer cambios de sábanas y toallas a los pacientes y realizar desinfección de cuartos.
Los voluntarios duermen en dos habitaciones, divididos entre mujeres y hombres. Despiertan generalmente alrededor de las 7:00 de la mañana y se acuestan en la noche, al culminar las faenas. La mayoría de las veces José Manuel cogió su ración de alimentos y la ingirió en el cuarto. No hizo nuevas amistades, aunque le simpatizaron los muchachos del equipo y “la encargada de epidemiología, el jefe médico y algunos doctores”.
A los 11 días de trabajo en la beca convertida en centro sanitario, Lapeira no sabía con exactitud cuándo acabaría su estadío allí. “Cada quien dice una cosa distinta y ya no sé a quién creerle”. Aunque en principio los ciclos eran de 14 días estos eran proclives a modificarse en dependencia de la situación. No paraban de entrar pacientes. Por momentos sintió la incertidumbre de ignorar cuándo volvería a casa.
No había tenido una comunicación fluida con su abuela Dania. Solo en par de ocasiones hablaron. Ella no tiene celular ni teléfono fijo, por lo que dependieron del móvil “petrolero” del papá de José Manuel cuando fue a verla, de una vecina que se ofreció de intermediaria y de la abuela materna, que también transmitió recados.
Foto tomada del Facebook del entrevistado. José Manuel (de pie, tercero de izquierda a derecha) junto a parte de sus compañeros del centro de aislamiento
Con todo, Lapeira se ha sentido útil. Eso es lo que pretendía desde cuando se ofreció como voluntario: ser útil y ayudar, sencillamente. Al mismo tiempo, no aspiraba a “asumir una pose heroica”; no quiere que se le vea como el sacrificado. Es un poco taciturno.
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Quince días en labores de apoyo sanitario. Llega el relevo. Procede la entrega del terreno de operaciones. Un nuevo equipo relevará al grupo de Lapeira. Se afirma que la Universidad de La Habana cuenta con fuerzas suficientes para cubrir sus dos centros de aislamiento hasta principios de julio si fuera necesario.
Aunque la tropa saliente ha concluido la misión, su destino inmediato no es el hogar. El protocolo es riguroso. Han de someterse a otro aislamiento. Debe descartarse que durante sus días de trabajo entre sospechosos, les haya penetrado el ácido nucleico del nuevo coronavirus y se esté multiplicando dentro del organismo.
En el Cotorro los espera un sitio que se ha acondicionado para aislar a personal sanitario cuyo trabajo implica riesgos epidemiológicos. Se retiran sabiendo que, por lo menos hasta el momento, ninguno de sus pacientes ha dado positivo. Disminuyen sus temores. No obstante, pasarán varios días antes de que retornen a casa.
“Voy a leer. Tengo una biblioteca digital. Mi plan es recluirme en la habitación y salir lo menos posible”.
José Manuel ya felicitó a su mamá por celular. Ella sí tiene. A la abuela Dania le envió recados. Prefiere no pensar en la fecha que es.
Es domingo 10 de mayo. Los cubanos celebran el día de las madres en condiciones extraordinarias. Si no fuera por la crisis del coronavirus, las calles no se sentirían tan vacías ni silenciosas. Tampoco la casa de Dania.
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