Teleseries turcas: pasaje al mundo de lo bonito
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Silenciosas y sutiles como el aroma del té, las teleseries turcas se han ido colando en la vida de los cubanos con la misma tenacidad con que ha ocurrido en muchas otras partes del mundo.
Aun cuando no tengan espacio en la televisión nacional, otras vías alternativas han posibilitado que igual se posicionen en muchos hogares cubanos, sobre todo en estos tiempos de Covid-19.
Las series turcas, que a veces hasta trascienden su condición de visitante virtual y sin nasobuco para convertirse casi en un miembro más de la familia, no son ningún producto artístico extraordinario, simplemente cumplen muy bien con las exigencias de su género y abordan temas tan universales como el amor, la traición, la amistad, el odio… que las hacen afines a cualquier cultura.
Estas líneas no se proponen un análisis de contenido o estético de esos productos comunicativos, ni adentrarse en cómo enfocan el tratamientos de género, los asuntos socieconómicos o religiosos, ni los estímulos socio-psicológicos a que apela, al decir de Adorno. Tampoco buscan un acercamiento al lucrativo negocio que suponen tales producciones.
En esta oportunidad, el texto solo se propone llamar la atención sobre un fenómeno de consumo cultural que está marcando este presente, comentar algunos de sus posibles motivos.
Y a los ya mencionados arriba se suma otra razón que una amiga mía resumía de modo muy cubano:
“En medio de toda esta desgracia del virus, me meto en esas series para desconectar, porque ahí todo es bonito: las casas, las ropas, los maquillajes, los zapatos, los carros… ¡y los actores, mi’ja, esos turcos son mi otro Prevengovir!”.
Los suyos son motivos para nada desdeñables y que en todo el planeta han compulsado y siguen haciéndolo a millones de espectadores.
El distanciamiento social y en ocasiones el aislamiento o cuarentena a que nos obliga la Covid-19, constituyen de por sí motivos estresantes que se añaden a la incertidumbre y al temor por el contagio.
Si a esto se suman las condiciones no siempre fáciles de convivencia y lo complicado de conseguir abastecimientos, colas mediante, pues resulta perfectamente entendible que esas “series de lo bonito” se conviertan en bienvenidos refugios virtuales donde perderse por unas horas, sin los riesgos que podría entrañar otro tipo de evasión con sustancias nocivas.
Conozco de una muchacha tan motivada por estas series, que cuando al fin pudo dar con una que andaba buscando ansiosamente, se percató que no tenía ni doblaje ni subtítulos, y decidió ver los 12 capítulos así mismo. “En turco, no importa, una puede imaginarse lo que están diciendo”, me explicó, convencida de lo atinado de su decisión.
Es indudable que existen variantes más enriquecedoras para invertir el tiempo durante esta pandemia y, de hecho, no pocos les han echado mano: desde aprender un idioma, hasta componer o interpretar música, dibujar… por no hablar de la lectura. Y sin olvidar a quienes no tienen tiempo que perder porque andan protegiendo o salvando vidas, ayudando a que el país no se pare.
Pero también muchas y muchos hay como mi amiga, que tiene que andar cuidando a dos niñas, ocupándose de limpiarlo todo con cloro, de la casa, de la comida, de cazar el detergente, de llenar los tanques el día que toca el agua… y cuando termina todo, su agotada humanidad solo le pide dejar a un lado, al menos por un ratico, cualquier esfuerzo físico o mental, descansar, relajarse.
Y para eso, nada mejor que un viajecito a Turquía solo apretando el play.
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