Sorolla: un tesoro en Bellas Artes
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Verano, 1904. 149 x 252 cm. Una de las grandes pinturas de Joaquín Sorolla en el Museo Nacional de Bellas Artes.
Impresionista, posimpresionista y luminista... El valenciano Joaquín Sorolla (1863-1923) ha sido uno de los artistas españoles que más etiquetas ha recibido. Algo comprensible, si se tiene en cuenta su prolífica creación y sus aportes al arte universal.
Este 12 de agosto se cumple el centenario de su fallecimiento y en muchos museos del mundo se le tributan homenajes. En La Habana también, pues el Museo Nacional de Bellas Artes atesora una de las más importantes colecciones de sus obras, superada, en cantidad y en calidad, por muy pocas instituciones en América y Europa.
Ya se organiza una gran exposición, que debe abrir en septiembre. Más recientemente, los talleres infantiles y juveniles del Museo dedicaron sus jornadas veraniegas a recrear, desde la creatividad de niños y adolescentes, algunas de las piezas y temas emblemáticos del genio. Sorolla, como los artistas de su talla, sigue siendo un contemporáneo.
Manuel Crespo, curador de la colección de arte español, afirma que el conjunto de obras que se exhibe (y también las que están en almacén) es extraordinario, pues hay creaciones de todas las etapas del artista.
"El período en el que hace su obra Sorolla es muy interesante, pues es un poco el de la culminación del arte más tradicional del siglo XIX y que ya va anunciando cambios fundamentales en la estética y la técnica. Son los cambios que dan pie a las llamadas vanguardias. Es un periodo complicado, porque coexisten muchas tendencias diferentes, que pudieran asumirse como antagónicas y hasta excluyentes. Sorolla navegó con buen viento entre esas tormentas.
"La incidencia de la luz natural es una de las principales características de su creación. Y también un cierto optimismo en la pintura, a veces no bien entendido. Es una pintura amable, sin llegar nunca a ser tonta".
Entre tantas obras valiosas que se exhiben en la sala consagrada a Sorolla en Bellas Artes, una se distingue de inmediato: Verano, que según Crespo (y hay consenso al respecto) es un auténtico clásico.
"Es un hito en la producción del artista. La viveza del color es aquí fascinante y todo está marcado por la recreación de una fuerte luz solar, que altera de alguna manera las tonalidades y las formas. Es una verdadera fiesta de los sentidos, una celebración de la vida apacible y al mismo tiempo intensa. Hay gente se queda largo rato frente al cuadro. Es como si quisieran entrar en él".
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