Si se apellida Valdés, esto es con usted… y si no, también
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Los apellidos son mucho más que un patronímico heredado de papá y mamá, que nos acompañará desde el primero hasta el último día de nuestra existencia, lo cual no es poco.
Ser inscrito con nombre y apellidos supone el reconocimiento por parte del Estado de que usted existe, algo así como su entrada oficial al “reino de este mundo”.
Foto: tomada de cubanoticias360.com
Los apellidos equivalen a preservar orígenes, el parentesco que nos une a los padres biológicos y también a toda una genealogía, a una historia familiar e incluso nacional.
Al comienzo, solo el nombre
En la antigüedad, no hacían falta los apellidos, bastaba mencionar a alguien por su nombre para identificarlo sin error porque se trataba de pequeñas aldeas donde todos eran conocidos.
De hecho, los personajes del Antiguo y Nuevo Testamento son mencionados solo por sus nombres: María y José, Pedro, Juan, Moisés…
Gremio de los zapateros en el retablo de San Marcos, del pintor Arnau Bassa (1346). Imagen: tomada de valledeelda.com
Es en la Edad Media, al emerger feudos con numerosos habitantes, cuando fue necesario distinguir mejor a los Juanes, Pedros, etc., y surgen así los apellidos, primero entre las clases sociales altas.
Al principio, se asociaban al lugar de origen del individuo, a algún rasgo físico que le distinguiera, e incluso a su oficio. De tal forma, aparecen Pedro Zapatero, Mateo Delgado y otros apellidos similares que han llegado hasta nuestros días.
También los nobles de entonces llevaban el apellido de su dinastía o adoptaban por apellido el nombre de algún territorio por ellos conquistado.
Castillo medieval de Sigüenza, en Castilla-La Mancha. Foto: tomada de elespanol.com
Con el paso del tiempo, apellidarse fue convirtiéndose en algo cada vez más usual y compartido por todos.
Ya al despegar el siglo XX esos apellidos originarios empezaron a ser traducidos y también modificados en sus sentidos primigenios. También las migraciones fueron causa de cambios en la escritura de los mismos a partir de cómo fueran pronunciados en los puertos a donde se desembarcara.
Desde España
Los apellidos cubanos llevan la impronta de los españoles, donde, antes del Concilio de Trento, era usual apellidar agregando al primer nombre las terminaciones "ez", "iz", o "az" (equivalentes a “hijo de").
Es así que Fernández significa hijo de Fernando; Rodríguez, hijo de Rodrigo, y Núñez, hijo de Nuño, por solo mencionar algunos ejemplos.
El escudo familiar de los Rodríguez, en España, pone de manifiesto la antigüedad de su linaje y origen. Imagen: tomada de pedradesign.es
En oportunidades, los españoles apelaban a su lugar de nacimiento como segundo apellido antecedido por las preposiciones “de” o “del”; de esa alternativa derivan los “del Valle”, “del Monte” o “de León”.
Quienes llevan hoy por apellido Guerrero, Marino, Herrero y otros semejantes, es porque descienden de quienes así se apellidaron a partir de sus ocupaciones.
También aquellos españoles tomaban como apellidos el nombre de su parroquia.
La exigencia de que el padre pasara su apellido al hijo fue ley eclesiástica a partir del Concilio de Trento, donde igual se estableció la obligatoriedad de registrar todos los nacimientos así como matrimonios y fallecimientos.
Aunque no te enamore un bachiller
Aseguran que el libro Historia de familias cubanas, compuesto por nueve volúmenes elaborados por el Conde de San Juan de Jaruco, publicado en 1944, es de las más completas obras genealógicas elaboradas en la Isla.
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Contiene 841 apellidos con sus historias y, entre ellos, está el apellido Valdés, entre los más comunes en esta tierra.
Valdés es la afamada familia de músicos; lo es Viengsay, Primera bailarina y directora general del Ballet Nacional de Cuba; también Beatriz, la actriz que encarnara a La Bella de la Alhambra, y muchos otros igual de relevantes.
Pero una Valdés en particular habría que hacerle espacio en este texto: una muchacha mestiza que “tales eran su belleza peregrina, su alegría y vivacidad, que la revestían de una especie de encanto, no dejando al ánimo vagar sino para admirarla y pasar de largo por las faltas o por las sobras de su progenie”.
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Es Cecilia, la protagonista de la emblemática novela Cecilia Valdés o la Loma del Ángel, de Cirilo Villaverde, y nombrada en ese mismo texto La virgencita de bronce.
Hija ilegítima de un caballero y una parda, encarna toda una identidad cultural de cubanía, de historia de esclavitud y colonia, y ha trascendido muchos almanaques multiplicándose películas, danzas y zarzuelas.
Cartel por los 90 años de la zarzuela Cecilia Valdés, celebrados en marzo del pasado año. Imagen: tomada de PL
A muchísimos cubanos debe resultar familiar aquello de “Cecilia Valdés me llaman, me enamora un bachiller…”, de la zarzuela de igual nombre, compuesta por el maestro Gonzalo Roig.
Pero es que también la Cecilia de Villaverde es evocación de aquellos niños cubanos entregados a la llamada Casa de Beneficencia o Casa-Cuna.
Muchachas que “habían perdido la honra” o que no podían económicamente asumir la crianza del hijo, muchas veces con inmenso dolor o por medio de terceros, colocaban en el "torno" o puerta rotatoria a su bebé, sonaba una campanilla y una monja recogía al crío que probablemente nunca volverían a ver.
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La Cecilia de Villaverde fue un personaje de novela –no pocos afirman que existió en la vida real-, pero nada de novelesco y sí sombras rodeaban a La Real Casa de Beneficencia, donde los bebés allí depositados eran apellidados Valdés (aunque lo escribían entonces sin el acento, por cuenta de una historia meritoria de otro trabajo periodístico).
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Tal apellido era debido al Obispo Fray Gerónimo Valdés fundador de aquella primera obra benéfica en la Isla, que luego de un primer emplazamiento en Muralla no.60 entre Mercaderes y Oficios, radicara a partir de 1794, en la locación que hoy ocupa el capitalino hospital Hermanos Ameijeiras.
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En aquel momento eran los terrenos situados frente a la caleta de San Lázaro, “un paraje apartado y casi bucólico”, al decir del periodista e historiador Ciro Bianchi http://www.cubadebate.cu/especiales/2023/07/29/la-beneficencia/
No es casual que abunden los cubanos apellidados Valdés, pues, entre otras razones, una parte de ellos pudiera deber su apellido a algún lejano antecesor que, de bebé, hubiera sido colocado en el torno de la Beneficencia.
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Y si el personaje de Cecilia trascendió a su época, otro apellidado como ella, también símbolo de cubanía aunque en otra tesitura, igual llegó para quedarse, de la mano de su creador Frank Padrón.
De preguntarle al propio Elpidio Valdés si podría ser olvidado, es seguro que respondería: “Eso habría que verlo, compay”.
Imagen: tomada de tvcubana.icrt.cu
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Dainier
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