Sequía, coronavirus y tormentas propagan el hambre entre millones de centroamericanos
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Una sucesión de huracanes destruyó una pequeña parcela de maíz que ayudaba a Tomasa Mendoza a alimentar a sus cinco hijos en una pequeña aldea en las empobrecidas montañas del este de Guatemala.
Antes incluso de que las tormentas sepultaran en el lodo su cosecha en noviembre, el esposo de Mendoza no había trabajado durante meses después de que la contratación de jornaleros en las plantaciones de café cesó durante la pandemia de coronavirus.
Con la comida cada vez más escasa, los niños lloran de hambre y están perdiendo peso. Uno tiene una tos que no desaparece.
Para sobrevivir, Mendoza vende sus gallinas para comprar granos de maíz. Solo le quedaban cinco. Por cada una sacará cuatro dólares.
“No tengo más animalitos, cuando los termino (venda) me quedo así de una vez sin nada”, lamentó Mendoza, una mujer delgada de 34 años que vive en el caserío El Naranjo, en el municipio Jocotán, fronterizo con Honduras.
Jocotán se encuentra en una región latinoamericana conocida como el Corredor Seco, que se extiende desde el sur de México hasta Panamá, cruzando partes de Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua.
Incluye algunas de las áreas más vulnerables al hambre del hemisferio occidental, azotadas año tras año por sequías devastadoras de cultivos.
Luego, en la primera quincena de noviembre, los huracanes Eta e Iota trajeron semanas de lluvia incesante, destruyendo puentes, derribando líneas eléctricas y devastando cultivos en Jocotán y en una amplia franja de Centroamérica.
Los dos extremos, dicen los científicos, son señales de que el cambio climático exacerba los ciclos regulares del clima.
La pandemia ha complicado la situación. Con las medidas para contener el coronavirus que interrumpieron los ingresos complementarios para muchos, el número de personas que sufren una grave escasez de alimentos ha aumentado dramáticamente en las áreas rurales de Guatemala y Honduras.
En Guatemala, el problema es particularmente grave. Incluso antes de que azotaran las tormentas, unos 3.7 millones de personas, más de una quinta parte de la población, ya sufría altos niveles de inseguridad alimentaria aguda, según un informe preparado por la Secretaría de Seguridad Alimentaria y Nutricional del gobierno guatemalteco para un organismo de rastreo del hambre de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
La ONU define la inseguridad alimentaria aguda como la escasez de alimentos que pone en peligro inmediato la vida o el sustento de las personas. El estudio consideró que casi medio millón de esas personas se encontraban en una situación de emergencia.
El informe pronostica una reducción en los niveles de hambre para principios de 2021, pero aún no ha sido actualizado para reflejar el efecto de las tormentas, que se ha estimado que causaron pérdidas por 5,500 millones de dólares en Centroamérica.
El presidente de Guatemala, Alejandro Giammattei, abrumado por la magnitud de los daños, instó a Washington en noviembre a eximir de la deportación a los guatemaltecos que llegan a Estados Unidos.
Las sequías fueron un factor que contribuyó a las migraciones masivas hacia el norte en los últimos años, y cuando Iota se abalanzó sobre la región el 16 de noviembre, Giammattei recordó a las naciones ricas que, si no dan un paso al frente para ayudar a las economías de Centroamérica a recuperarse de las tormentas, se enfrentarán a “hordas” de nuevos migrantes.
El número de centroamericanos que migran a Estados Unidos ya está aumentando a los niveles prepandémicos.
Pero para la mayoría de Jocotán, mudarse a la nación norteamericana no es una opción: la tarifa habitual del viaje de hasta 14,000 dólares es simplemente demasiado cara. En cambio, permanecen atrapados en aldeas aisladas, con poca ayuda del Gobierno, mientras disminuye el suministro de alimentos.
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