REFLEXIONES: Los pequeños gestos
especiales

Son malos tiempos, se dice mucho por ahí. Se ha dicho siempre, pero ahora las malas noticias hacen más ruido: guerras, crisis, discusiones interminables en las redes, apagones, tensiones cotidianas... Pero en medio de la algarabía, los pequeños gestos tienen un valor inmenso. No es ingenuidad ni evasión, se trata de reconocer que, ante un panorama tantas veces sombrío, un saludo amable, los niños jugando despreocupadamente, el cuidado de un jardín o la entrega de un músico en una orquesta (unos pocos ejemplos entre muchos) son signos palpables de humanidad. Son los actos sencillos que no resuelven los grandes conflictos, pero sí atenúan su peso. Son la prueba de que aún es posible hallar belleza y bondad en la cotidianidad.
Cada pequeña buena acción es una grieta en la costra invasiva del desencanto. Ayudar a alguien a bajar de un ómnibus, compartir una respuesta educada, escuchar con atención al que te aborda... no bastan para eliminar las asperezas del mundo, pero sí pueden limarlas, al menos en el entorno más inmediato. Es la fuerza de la solidaridad y la esperanza, tan necesarias, ahora y siempre. Frente a la incomunicación disfrazada de hiperconectividad, estos actos sencillos reafirman la presencia del otro.
Claro, confiar en la bondad requiere esfuerzo. No basta con desearlo: hay que trabajar. El amor no es precisamente la hierba que crece sin atención; es la flor que precisa de constancia. No hablamos de un atributo espontáneo ni un instinto inagotable, sino una práctica consciente. La vieja disputa entre Rousseau y Maquiavelo nos ofrece referentes: ¿somos buenos por naturaleza o necesitamos ser obligados a serlo? Quizás, como enseñaba José Martí, la virtud es útil y, por ende, debe ser elegida y ejercida... comenzando por las acciones más simples.
Ser buenos es, en primer término, un intento diario. No hay que esperar grandes gestas: se empieza por lo cotidiano. Frente al cinismo y la indiferencia, que son un virus, el acto humilde de tender la mano, de cuidar lo que nos rodea o de compartir alegría es ya un modo de resistencia. Ahí anida la esperanza de un mundo más amable. No pequemos por cándidos: las sombras persistirán. Pero siempre habrá quienes decidan encender una luz, aunque sea muy pequeña, en la oscuridad. Esa luz puede iluminar un camino.
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