Mamá y papá: responsabilidades en la balanza
especiales

Los roles de género están en constante evolución, ¿quién lo duda? Sin embargo, la pregunta de si es más fácil ser una «buena madre» o un «buen padre» no deja de tener sentido, pues las expectativas desde las cuales la sociedad, la familia y los propios hijos moldean lo que significa ser un progenitor «exitoso» siguen siendo muy diferentes para madres y padres.
La vara alta para mamá
Para las madres, las expectativas sociales son abrumadoras. La sociedad espera que sean las principales cuidadoras, responsables de todo, desde la alimentación hasta el bienestar emocional de sus hijos. Según un estudio de la American Sociological Association (2020), las madres dedican un promedio de 14 horas semanales más que los padres al cuidado directo de los hijos, incluso cuando ambos trabajan a tiempo completo. Esta carga no solo es práctica, sino también emocional: ellas (nosotras) enfrentan lo que los expertos llaman la «carga mental», la tarea invisible de planificar y coordinar la vida familiar.
«Todos exigen que seas la madre perfecta: siempre presente, siempre paciente», dice Laura, madre de dos hijos y médico. «Si priorizas tu carrera o te tomas un momento para ti, sientes que te juzgan. Es como si nunca fuera suficiente», agregó.
Un informe de Journal of Family Issues (2022) le confirma a Lien que más mujeres de las que ella puede imaginar comparten su percepción: el 70% de las madres reportan sentirse abrumadas por la presión de cumplir con un estándar imposible de perfección.
Los padres: elogios por lo mínimo
En contraste, los padres parecen tener que cumplir menos requisitos para ser considerados «buenos». La sociedad sigue viéndolos como proveedores económicos, pero incluso en este rol, las expectativas han evolucionado. Los padres modernos están más involucrados en la crianza, sin embargo, sus esfuerzos suelen ser aplaudidos desproporcionadamente: «Este curso, he ido yo a todas las reuniones de la escuela y he notado que la gente actúa como si fuera un héroe», comenta Luis Abel, padre de un adolescente de octavo grado, «pero mi esposa hizo lo mismo todos los cursos anteriores y nadie lo nota».
Un análisis publicado en el 2000 por la Gender & Society, una revista académica especializada en estudios de género, describe este fenómeno como el «umbral bajo para los padres»: tareas básicas como cambiar un pañal o asistir a una reunión escolar, son vistas como excepcionales cuando las realiza un padre.
Sin embargo, los padres no están exentos de presión. La expectativa de ser el sostén económico persiste, especialmente en contextos económicos difíciles. Un informe de Pew Research Center (2020) encontró que el 76% de los padres sienten presión para proveer financieramente, lo que pudiera limitar su capacidad de involucrarse más en la crianza.
Pero Laura, desde su experiencia personal, asegura que «hasta en eso somos más permisivos con los hombres. Desde que nos separamos, el papá de mis hijos no les ha comprado ni un par de zapatos, ni una mochila, ni un pan para la merienda de la escuela, porque su situación económica “no se lo permite”. Él es tan médico y tan especialista como yo, cobramos prácticamente lo mismo. ¿Qué pasaría si, de repente, yo tampoco puedo? Sería una madre desnaturalizada que no se ocupa de sus hijos, pero él no, él es un buen padre en una mala racha».
Otra cara de la moneda la aporta Luis Abel: «Cuando nació nuestra segunda hija, que tiene tres años, la mamá estuvo con ella los primeros seis meses para garantizar la lactancia exclusiva, pero luego yo pedí una licencia para que ella pudiera reincorporarse al trabajo. Por poco no me la dan, a pesar de que es ley; nadie entendía, hicieron de todo para convencerme de cambiar de idea, incluso mis compañeras veían muy mal que mi esposa me dejara a cargo de una bebé tan pequeña». Y es que sí, aquellos que asumen roles de cuidado intensivo a veces enfrentan estigmas por no cumplir con la imagen tradicional de «hombre fuerte».
Aún hay otra mirada, la de Sergio y Mila, quienes, amparados por el nuevo Código de las Familias, decidieron asumir la custodia compartida de los niños tras el divorcio, sin embargo, la propia familia de ella les ha hecho la guerra: «¿Qué clase de madre hace eso?», cuestionan basados en antiguas concepciones.
Hacia una crianza equitativa
La desigualdad en las expectativas no solo es injusta, sino que también afecta el bienestar de ambos progenitores. Las madres reportan tasas más altas de agotamiento parental, 66% frente al 38% de los padres, según un estudio de la American Psychological Association en 2021, mientras que los padres pueden sentirse atrapados en roles que limitan su conexión emocional con sus hijos.
Para avanzar hacia una crianza más equitativa, es crucial, ante todo, cambiar las narrativas culturales, dejar de idealizar el sacrificio materno y normalizar la participación activa de los padres. En última instancia, ser un buen padre, como ser una buena madre, no debería medirse por estándares sociales desiguales, sino por la capacidad de brindar amor, apoyo y presencia a los hijos. Hasta que la sociedad equilibre sus expectativas, las madres seguirán enfrentando un camino más empinado que los padres. Y en esa balanza desequilibrada, nadie sale ganando.
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Carlos de New York City
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