Mal agüero no, previsión
especiales
Este diálogo de balcón a balcón tuvo lugar ayer por la tarde:
—Mira, recoge al niño, que anda con un bulto de muchachitos jugando fútbol, con el nasobuco colgando.
—Es que se aburre aquí adentro, mi’ja, pobrecito.
—Más se va a aburrir en el hospital… en el mejor de los casos.
—¡Cierra boca, bicho de mal agüero!
Pero es casi seguro que a la vecina que daba el consejo no la movía ninguna mala intención, ni deseaba nada malo para el niño.
La impulsaban el sentido de la responsabilidad, la previsión y el cariño.
Paradójicamente, esas buenas cosas son las que parecen estar faltando a algunos padres y madres, a algunas familias cubanas.
Resulta que en varios territorios el curso escolar ha cesado sus clases presenciales para proteger a los menores, pero, en vez de que estos permanezcan a buen resguardo en sus casas, suele vérseles a algunos organizando juegos de pelota, correteando o deambulando en grupos por el barrio.
Y, como es de esperar, cuando retozan un rato, se sofocan, sienten calor, y se bajan el nasobuco —en caso de que en algún momento lo tuvieran bien puesto.
La culpa no es de esos niños, niñas y adolescentes. La irresponsabilidad es de los adultos que deben protegerlos y parecen ignorar que el país está viviendo una semana con récords de contagiados y restricciones sanitarias reforzadas.
Ello, motivado precisamente por indisciplinas sociales y el incumplimiento de las medidas de protección epidemiológica.
El Dr. Francisco Durán, director nacional de Epidemiología, recordaba el pasado sábado 16 que, hasta ese día, se contabilizaban mil 805 casos pediátricos.
En las últimas horas, precisó el conocido epidemiólogo, había 55 niños reportados con la enfermedad.
De los cinco menores de 18 años con condición de graves —informó Durán—, uno había pasado a estado de cuidado, y se hacían ingentes esfuerzos en la atención a un niño de 12 años en condición crítica.
Esos dolorosos datos parecen desconocerlos los adultos que permiten a los menores salir a la calle a jugar, y también aquellos otros que igual permiten que sus hijos, nietos o sobrinos tengan contacto con viajeros procedentes del exterior, cuya situación epidemiológica no está todavía precisada.
Esa última conducta parece abundar, porque casi la cuarta parte (el 24%) de los menores contagiados ha tenido como fuente de infección precisamente a esos viajeros.
Además de las multas que, con toda razón, están imponiendo a quienes incumplen disposiciones de bioseguridad, deberían también multar a los padres de esos niños que ahora mismo andan retozando, sin tener ningún cuidado, en calles y parques.
Y también debían ser sancionados esos otros adultos que posibilitaron el contacto entre los niños y esos viajeros, posible fuente de contagio hasta tanto el PCR demuestre lo contrario.
Una de las mejores maneras de amar a nuestros hijos en el presente no es dejarlos «que anden por ahí para que se entretengan un poco», sino protegerlos a toda costa de este virus terrible que no cree en sexo, edad, billeteras, posturas políticas, religiones, razas,… ni en niños aburridos.
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