La política exterior de EE. UU. es muy volátil para liderar el mundo
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La vieja frase sobre el clima de Nueva Inglaterra -si no te gusta, espera un poco- describe la política exterior estadounidense hoy en día, señaló un informe difundido por el diario Financial Times .
De acuerdo con la publicación, el presidente Joe Biden no descarta que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, retrase la tregua en Medio Oriente hasta el posible regreso de Donald Trump, con quien podría tener las manos más libres.
Ese comportamiento sólo es posible porque existe una brecha entre las políticas demócratas y republicanas. La impotencia de la administración Biden en los últimos tiempos obedece a la división interna de Estados Unidos, no a su avanzada edad ni a la astucia de líderes de países mucho más débiles, destacó el medio.
El mayor lastre para el poder estadounidense, además de la reducida cuota de la nación en la producción mundial, es su mentalidad siempre cambiante.
Una política exterior volátil debilita a Estados Unidos por partida doble. En primer lugar, incentiva a líderes sin escrúpulos a esperar al presidente de turno hasta que aparezca otro más dócil.
En segundo lugar, en comparación con China, su rival superpotencia, resulta difícil para terceros países hacer planes en torno a Estados Unidos.
Conforme a Financial Times, si Netanyahu es un ejemplo del primer problema, la menguante estatura de Estados Unidos en el sudeste asiático, confirmada en las encuestas de las élites de la zona, podría ser una prueba del segundo.
Al considerar la línea de Estados Unidos sobre el cambio climático, Financial Times recordó que Bill Clinton firmó el Protocolo de Kioto en 1998, George W. Bush se retiró de él en 2001. Barack Obama rubricó el acuerdo de París en 2015 y Trump lo abandonó en 2017.
Biden volvió a comprometerse con París como uno de sus primeros actos como presidente en 2021.
Si Trump asume la presidencia y se retira de nuevo, como los informes del verano sugieren que podría hacer, serían cinco reveses de la política estadounidense sobre un tema de importancia mundial en una generación.
Pero los giros repentinos en la política no son inevitables en una democracia. Estados Unidos solía cambiar de gobierno cada pocos años, al tiempo que mantenía una sorprendente unidad filosófica.
Todos los presidentes entre 1945 y 2016 apoyaron la OTAN, la integración europea, las instituciones de Bretton Woods (si no la convertibilidad dólar-oro) y una red global de guarniciones.
Incluso la guerra de Vietnam fue una debacle bipartidista, por tanto no es lógico creer el tropo crédulo y casi místico de que las autocracias orientales piensan en ciclos de cien años que las sociedades libres son demasiado asustadizas para igualar.
A jucio de Financial Times, el problema no es la democracia per se, es el aumento del sentimiento partidista dentro de Estados Unidos.
Los demócratas quieren un “patio pequeño con una valla alta”, mientras Trump habla de un arancel del 20 por ciento sobre todas las importaciones.
Si los diplomáticos estadounidenses fueran todos funcionarios de carrera, al menos limarían las diferencias entre administraciones.
La plasticidad de la política estadounidense no es más evidente en ningún sitio que en Ucrania.
En ese punto, la respuesta final a la guerra es congelar las líneas de batalla, y luego asegurar la Ucrania no ocupada con la adhesión a la OTAN o algo por el estilo.
Además, una garantía de seguridad sólo es tan buena como la voluntad de un futuro presidente estadounidense de cumplirla. ¿Lo haría Trump o un trumpista?
Para el medio, su historial exterior es más sutil de lo que permite la etiqueta de aislacionistas.
Incluso los republicanos podrían ver que renegar de tal compromiso acabaría con la credibilidad de EE. UU. en todo el mundo.
En su apogeo, Estados Unidos tenía algo más a su favor que una fuerza abrumadora. Tenía cierta previsibilidad. Sin ninguna de las dos, su influencia en los acontecimientos no puede ser la misma.
El milagro de Estados Unidos del siglo XXI es lo poco costosas que resultan en el orden económico sus divisiones políticas.
Estados Unidos adelantó a Europa a pesar de no haber logrado ni siquiera un traspaso pacífico del poder en las últimas elecciones.
La nación no tiene prácticamente ningún incentivo material para solucionar sus desavenencias internas. Pero el coste geopolítico de las mismas, el efecto sobre la firmeza exterior de Estados Unidos y, por tanto, sus pretensiones de liderazgo, es harina de otro costal.
A diferencia de Europa, siempre fue evidente a quién hay que llamar para hablar con Estados Unidos. Pero llegó a importar demasiado quién contesta al teléfono cada vez.
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