La Era del Nasobuco
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Foto: Internet
Es común encontrarse con la terminología a. de C (antes de Cristo) o d. de C (después de Cristo), según el calendario gregoriano, para identificar el llamado comienzo de nuestra era, a la cual también se le indica en la datación cronológica como a.n.e o a.e.c (antes de la era común) si se desea evitar la referencia religiosa.
Pero después de este año 2021 es probable que la línea temporal del acontecer mundial quede marcada por un antes y después de la pandemia, del uso del nasobuco.
Los niños nacidos a partir de este año, probablemente tendrán formas diferentes de relacionarse con las sonrisas, porque no las verán, ocultas tras la mascarilla, nasobuco, barbijo o tapaboca, como indistintamente se les llama.
En septiembre del año pasado las mascarillas se habían convertido en accesorios de moda en algunos países o grupos, como tribus urbanas o famosos mediáticos. A tal punto que reconocidos diseñadores de moda habían incluido las mascarillas en sus diseños.
Ahora, dolorosamente, no es cuestión de moda, sino de vida o muerte.
Historia contada solo por los ojos
El militar y escritor romano conocido como Plinio el viejo, uno de los hombres más sabios de su época, recogió en Historia Natural, enciclopedia en que compendió el saber humano durante la segunda mitad del siglo 1, una original alternativa usada por quienes trabajaban con el cinabrio –pigmento para las pinturas murales- para no inhalar ese polvo dañino: pieles de vejigas blandas de animales que protegían boca y nariz.
Probablemente esta sea una de las primeras alusiones al uso de mascarillas en la historia de la humanidad.
Por su parte, el genial Leonardo da Vinci, ya en pleno Renacimiento, recomendaba usar paños húmedos sobre la boca y la nariz para combatir la respiración de agentes infecciosos.
Sin embargo, estudiosos del tema coinciden en atribuir al primer médico de Luis XIII, Charles de Lorme, la invención de la mascarilla.
Ocurrió durante la epidemia de la peste en Europa durante el siglo XV. Los científicos de entonces continuaban suscribiendo la teoría de Hipócrates, padre de la medicina, quien consideraba que enfermedades no eran causadas por la transmisión de agentes patógenos, microorganismos como virus o bacterias, sino por los malos olores.
De ahí que el médico Charles de Lorme ideara la mascarilla conocida hoy como “pico de pájaro”. Imitaba la cabeza de un ave con un largo pico de medio pie de largo, dotado de dos agujeros en cuyo interior se situaban esponjas impregnadas de alcanfor, láudano, vinagre, así como con plantas aromáticas como el tomillo, el clavo o la rosa, e incluso perfumes, que supuestamente servían de barrera a los olores fatídicos de las miasmas.
Dichas máscaras, bastante siniestras y luego recreadas lo mismo en carnavales que en videojuegos, estaban hechas con terciopelo y cuero, y usaban cristal en el lugar de los ojos. Iban acompañadas por gruesos guantes, un bastón para tocar o alejar al enfermo, y también por una bata larga de tela encerada y pantalones de cuero porque pensaban que los “átomos peligrosos” no se adherían a esos materiales.
En Japón, entre los años 1603 y 1868 (período Edo) algunas personas cubrían sus rostros conpedazos de papel o con una rama de sakaki, planta considerada sagrada, para evitar que su “aliento sucio” saliera al exterior.
Así explicó a BBC Mundo Mitsutoshi Horii, profesor de Sociología de la japonesa Universidad de Shumei, quien precisó que en aquel entonces esa práctica no se asociaba principalmente a microorganismos sino a un concepto de limpieza, de autoprotección y de consideración con los otros.
En Persia se han encontrado máscaras con tapabocas datadas en 1650. En el antiguo Egipto empleaban una especie de mascarillas ceremoniales, sobre todo los altos mandatarios; mientras que en China, los sirvientes usaban también una especie de cubrebocas para llevarle las comidas al emperador, según narró Marco Polo.
La peste y las máscarillas
Si en los inicios solo los médicos empleaban esos artilugios, con el avance del tiempo y las epidemias su uso se extendió a las poblaciones.
Durante la peste de Marsella, en 1720, por ejemplo, los encargados de trasladar los cadáveres a las fosas comunes cubrían sus vías respiratorias con un paño doblado que se empapaba regularmente en vinagre.
Ya a finales del siglo XIX, Luis Pasteur demuestra que son los agentes infecciosos microscópicos los causantes del contagio y no la teoría de las miasmas. Con anterioridad, el médico alemán Carl Flügge hablaba de que la infección podía transmitirse de individuo a individuo, incluso a distancia, a través de gotas invisibles y, en consecuencia, solicitó al profesor de cirugía Jan-Antoni Mikulicz Radecki que diseñara una mascarilla para que los cirujanos no contaminaran a sus pacientes.
Se inventó entonces una "venda bucal" formada por una compresa de tela de muselina que para cubrir boca y fosas nasales.
Pero fue la llamada Peste de China, que abatió a Manchuria en 1910 con una feroz tasa de mortalidad de casi el 100 por ciento de los contagiados, la que marcó un punto de inflexión en el uso de mascarillas de modo generalizado.
El médico Wu Lien-teh se trasladó allá para tratar de poner freno a aquella debacle que atribuían inicialmente a la picadura de las pulgas. El joven galeno nacido en Malasia y formado en Cambridge, concluyó que la transmisión no era por esos insectos sino por el aire.
Así lo había concluido luego de revisar en autopsias pulmones de fallecidos y el reto por delante era persuadir a los pobladores, muy apegados a la medicina tradicional, que usaran mascarillas.
En su autobiografía el innovador Wu Lien-teh Wu relata cómo el escepticismo quedó atrás con la muerte de su colega francés Gérald Mesny, quien se había contagiado en un hospital por no usar máscara y donde no había sido posible que le picaran pulgas.
A partir de ese momento, la demanda de mascarillas subió asombrosamente, todo el mundo las llevaba y así lo evidencian fotos de la época.
Este galeno había inspirado su diseño en los nasobucos que ya existían en Europa, mejorándolos con más filtros de materiales baratos, lo cual permitió su producción masiva.
Aseguran que el nasobuco ideado por Wu es el más cercano antecedente de la actual mascarilla conocida como N95, ideada hace unos 30 años por el científico taiwanés Peter Tsai.
Luego de ese parteaguas en la historia del barbijo, su empleo se hizo popular en todo el mundo como apego a la evolución de la ciencia.
La gripe española
Y cuando se desató en 1918 la gripe española ya la mascarilla del Wu era conocida y su empleo salvó a millones.
Luego de concluida la Segunda Guerra Mundial, quedaron establecidas normas para regular la fabricación de estos dispositivos médicos y garantizar su calidad.
El empleo de mascarillas ha sido tradicional en el mundo asiático, para enfrentar la contaminación del aire además de cuidarse de enfermedades, pero sobre todo se refuerza a partir del año 2003, con la epidemia del SAR, cuando sobre todo resurgen de manera marcada en Hong Kong.
En el mundo occidental, aun cuando durante la gripe española sí se emplearon mascarillas, su empleo no quedó de manera continuada y es ahora, a partir de la pandemia causada por el SARS-Cov-2, o nuevo coronavirus, que usarlas se hace necesidad vital, aunque no todos los gobiernos han seguido políticas de obligatoriedad en este sentido.
Cuba con nasobuco
Todavía hay quienes despiertan y al asomarse por ventanas y balcones en esta isla caribeña creen que aun están soñando al ver a sus coterráneos con la mitad del rostro cubierto.
No ha sido fácil acostumbrarse a este panorama, cuya peor arista no es precisamente llevar mascarilla sino el riesgo mortal que comporta la epidemia.
Al poco tiempo de que el nuevo coronavirus fuera detectado en suelo cubano, se hizo primero aconsejable y luego obligatorio el uso del nasobuco, en dependencia de la fase epidémica que esté atravesando cada territorio.
Hasta marzo último el uso de ese accesorio los cubanos lo habíamos visto sobre todo en el caso de médicos y enfermeras, sobre todo para intervenciones quirúrgicas.
Pero de entonces al presente, la necesidad de la mano de la inventiva y la solidaridad humana han formado una alianza que ha dado paso a la elaboración de nasobucos muy variados, pero todos útiles.
Los medios de difusión se encargaron de difundir cómo hacerlos y lo mismo en casas particulares, que en talleres estatales o de cuentapropistas las agujas de máquinas de coser empezaron a subir y bajar a ritmos acelerados.
Las limitaciones económicas que vive la Isla, arreciadas por el bloqueo de EE.UU., hacen complejo importar nasobucos industriales en cantidades que permitieran abastecer a todos los pobladores, de ahí que esos, y en particular los mejores, queden reservados para el personal de la salud, que sigue batido la primera línea con el mal bicho.
En medio de este infortunio que hoy vivimos, hay quienes hasta han volcado su creatividad en confeccionar mascarillas originales: lo mismo los decoran con dibujos, soluciones humorísticas, que los confeccionan en combinación con la ropa que llevarán puesta.
Por cómo van las cosas, más de una autoridad ha asegurado que el nasobuco llegó para quedarse.
Será difícil y hasta triste que los nacidos a partir de esta etapa no puedan ver las sonrisas que les rodean.
Pero, de todas formas, ahí estarán. A pesar de los pesares, los cubanos seguiremos sonriendo y riendo detrás del nasobuco.
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UNA TARDE DE NOVIEMBRE
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