Geopolítica: El príncipe golpista posmoderno y la cultura de la cancelación

Geopolítica: El príncipe golpista posmoderno y la cultura de la cancelación
Fecha de publicación: 
24 Diciembre 2022
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Heinrich XIII, escoltado por policías tras su detención. Foto: Europa Press

El príncipe de Reuss, Alemania, acaba de ser acusado de liderar un intento de golpe de Estado contra la República Federal. Durante meses, este miembro de la antigua aristocracia germana ha conspirado en su castillo, haciendo prácticas de tiro, reuniendo adeptos y difundiendo una idea entorno a que su país estaría sometido a Occidente (Estados Unidos) desde 1945, siendo apenas una corporación y no una entidad soberana en el concierto de las naciones. Heinrich XIII, que así se llamaba, era el heredero de una de las casas dinásticas que desde 1918 permanecen ilegalizadas de facto, pero que se reconocen extralegalmente. Desde el fin del socialismo en Alemania del Este, este hombre nostálgico del II Reich alemán (1871-1918) rastreó las propiedades de su familia y luchó en los tribunales por la restitución. En muchas ocasiones falló y terminó refugiándose en su castillo, donde recreó a partir de la decoración el estilo del segundo Imperio Alemán. Parientes suyos declararon a la prensa que el golpe emocional entre sus aspiraciones y la realidad lo había vuelto un ser taciturno y dado a las conspiraciones, lo cual explicaría psicológicamente el drama en que se halla. 

No obstante, medios de la gran prensa como The New York Times, no dudan en catalogar esto como una intentona fascista o al menos de restitución de ideas que están desterradas no solo de lo políticamente correcto, sino de las leyes alemanas. Pero cabe preguntarse si esto es realmente así. Un análisis del contexto en que se produce el hecho nos arroja otras luces. Alemania está viviendo una ola de protestas sociales desde hace meses en contra de las gestiones de su gobierno, debido a la subida de los precios de la vida, del gas y del combustible en general. El cierre de los negocios con Rusia, que solo ha beneficiado a los Estados Unidos, desató la rabia de la gente común. Y es que se ha hecho evidente que la actual situación de Europa ha traído la calamidad para los más humildes a la vez que negocios inmensos para varias firmas norteamericanas y anglosajonas de forma general. Si Alemania mantenía sus lazos con Moscú, el precio de la vida no habría aumentado como lo ha hecho, ya que el gasoducto Nordstream 2 hubiera facilitado y abaratado todo. Pero el gran capital norteamericano jugó sus fichas y ha estado incrementando su renta a costa de la miseria y la extorsión, de la geopolítica y el engaño. Eso puede explicar ciertas posiciones extremas, incluso la aparición de teorías de la conspiración en la sociedad alemana y europea. 

Heinrich XIII y sus seguidores sostienen que su país está en manos de anglosajones y que solo con un golpe y un cambio total se puede volver a un Estado soberano. Si bien este planteamiento es simplista y no explica toda la riqueza de la realidad, lo cierto es que desde 1945, Europa no es la misma. El Plan Marshall y los mecanismos de dominación militar, económica y política, han socavado los intentos del continente por resurgir como un polo mundial. Churchill había concebido primero que Alemania se repartiera dentro del Imperio Británico, así como las zonas de influencia que el III Reich dejaba como restos de su poder. Luego, el propio Primer Ministro de Inglaterra habló de la creación de unos Estados Unidos Europeos, con la tutela de Londres y Washington. Estas ideas dieron paso por un lado al surgimiento de la OTAN (especie de ejército europeo bajo el mando anglonorteamericano) y más tarde a la Unión Europea (UE), más que nada un valladar socialdemócrata que debía frenar el avance del comunismo del este, una especie de vitrina. Sobre la base de estos presupuestos, la Alemania del Oeste creció y resurgió, pero siempre con la presencia de bases militares estadounidenses, incluso hace unos años se dio el escándalo de que el famoso Five Eyes (Cinco Ojos) espiaba a Ángela Merkel, sobre todo por motivos de geopolítica, alianzas y economía. En otras palabras, el Occidente vencedor de la Segunda Guerra Mundial no iba a dejar que el resurgir alemán y europeo se les fuera de las manos. Unido a ello, todo intento de crear un ejército soberano del Viejo Continente ha sido saboteado por la OTAN, que con el Partido Demócrata en el poder ha tenido más apoyo. Si vemos estos puntos, la idea conspirativa de Heinrich XIII no es tan descabellada, aunque sí lo sea la solución que él propone o sea la vuelta a la Alemania del Káiser. 

La gran prensa se ha concentrado en capitalizar el intento de golpe de Estado (que además, viéndolo objetivamente, nunca tuvo posibilidades) echando a la oposición al dominio de Occidente y de Estados Unidos en la misma bolsa. En otras palabras, todo el que denuncie que la actual política de implicación en una guerra en Ucrania daña a Europa, va a ser acusado de conspiranoico y de fascista. Para eso les ha servido el fallido golpe a las agencias corporativas, cuya coalición se viene haciendo cada vez más evidente desde la pandemia de la Covid 19. No es que el pueblo esté descontento y tenga derechos a la manifestación y a proponer políticas mucho más soberanas y que beneficien al común, sino que todo eso será descalificado, desechado y perseguido. Este es el verdadero mensaje que se nos propone por debajo de los discursos mediáticos. La indignación legítima no será permitida, sino que será puesta en ridículo, caricaturizada. Usted será otro Heinrich XIII si se atreve a la rebelión y lo pondremos en la cárcel. Es el sistema defendiéndose, con todo lo que tiene, la política, las armas, el mercado, la prensa y la cultura. 

Lo que vive el mundo de hoy es una batalla cultural, una que culturiza cualquier aspecto de la vida y lo hace objeto del poder. El sujeto que domina el proceso, la posmodernidad capitalista centrada en el norte global, ejerce su presión moral a partir del dominio del espacio de debate. La vieja posición neoliberal a ultranza ha mutado hacia un supuesto progresismo que niega la lucha de clases y que conflictúa las zonas interseccionales de la sociedad. El objetivo de esto es el dominio del todo. Mientras que las particularidades y las singularidades están en pugna, el sujeto posmoderno se adueña de los medios fundamentales de producción y de los recursos. Para ello ha dispuesto que el gran capital de las empresas trasnacionales participe en la Agenda 2030 y quede blanqueada de su esencia inmoral y explotadora. Entonces no puede extrañar que se hable de un consenso progre en los medios del globalismo oficialista (como The New York Times) a la hora de condenar el intento de golpe. Es obvio que el príncipe Heinrich es de ultraderecha y que la solución que ofrece para Alemania es fascistoide, pero el conflicto nacional de un país secuestrado por el poder anglonorteamericano es muy tangible. Y es una realidad que responde a la estructura del sistema mundo, algo de lo cual el nuevo progresismo al estilo George Soros y compañía no quiere que se toque. Y ello se debe a que tal elemento desnuda la mentira de esa supuesta preocupación de los ricos por los pobres y esas agendas inclusivas, que se dicen enemigas del fascismo y críticas del golpista alemán. El capitalismo con rostro humano o de partes interesadas que se plantea desde las instancias globalistas deviene montaje y trampa. Sin embargo, como operación de inteligencia está logrando confundir, dividir, desaparecer al sujeto de cambio en el marasmo de las identidades y de las post verdades. 

La agenda globalista es de dominio de los pueblos y se está evidenciando con la visita de Zelensky a Biden. Ambos están llevando al mundo a una guerra atómica y cualquier cuestionamiento a esta arista se cancela y silencia. Lo buenista y los correcto es llevar la bandera de Ucrania en la foto de perfil de Facebook. Así pasa con el bulo en torno a la situación de Alemania. No puedes criticar que Berlín esté pasando su peor época inflacionaria debido a la nefasta guerra en la cual nada beneficia a los alemanes. Si lo haces eres un fascista, un golpista, estás del lado de quienes quieren restaurar a Hitler. Y los medios colaboran en esta sombra, en esta simbiosis entre la mentira y la política interesada del Imperio, que no es otra cosa que el capital financiero occidental formado en torno a la city londinense y Wall Street. En ese progresismo de pacotilla que está lavándole la cara a Biden no hay memoria. Ya nadie recuerda que el presidente norteamericano cuando era congresista se congratuló de la invasión de la OTAN a Yugoslavia y del uso de bombas con uranio. Hay que ser desvergonzado para abogar hoy por una supuesta izquierda global, cuando se tiene ese historial. El Partido Demócrata está demostrando que es guerrerista, pero no solo en lo convencional, sino en el teatro de operaciones cultural. Sabe cómo se usa la hegemonía ideológica y la está aplicando a través de sus operadores mediáticos y políticos. Uno de esos lacayos es el propio Zelensky. 

Entre tanto, Heinrich XIII nunca tuvo posibilidades de tomar el poder, pero nos van a entretener en los medios con este cuento, van a seguir los ríos de tinta, los periodistas sensacionalistas haciéndonos creer que se detuvo la conspiración del siglo y otras linduras. Se va a reforzar este relato para contraponerlo a todo lo que critique el actual orden de cosas, para cancelar el debate, para imponer una post verdad. El seudo progresismo occidental del Imperio se ha inventado un enemigo de papel, el seudo fascismo omnipresente. Todo el que se oponga al orden establecido será comparado con Hitler y sus ideas se negarán. Es una hitlerización, el viejo recurso de la falacia argumental ad hitlerum. Reducir todo en una dicotomía de buenos y malos, donde ellos ya son los buenos, una manera manipuladora y cruel de hacer política. Pero eso no les importa, ya usaron los hechos a su favor, ya los cambiaron y los resignificaron, incluso la propaganda fue capaz de instrumentalizar y de redirigir los significantes.  

El Nordstream 2 era enemigo de los Estados Unidos. Biden dijo que su apertura no sería admitida. Y lo han cumplido. No obstante, la ceguera interesada de los medios no ve fascismo ahí, no ve dominación ni el uso de una agenda injerencista en Alemania y Europa. ¿Cómo se supone que Washington iba a impedir un proyecto que fue contratado por países en teoría independientes? ¿Con telepatía, con telequinesia? Con el uso de la fuerza, la geopolítica, la instrumentalización de Ucrania y la venta de armas a las facciones más facinerosas de Kiev. Si se analizan bien los hechos, todo puede dar pie para que la gente haga teorías de la conspiración. Pero más allá de eso, ha sido evidente el poder detrás del poder en la cuestión de la guerra y la inflación, en la del movimiento detrás de los políticos, en el uso de piezas y de jugadas que se enmarcan en el esquema de poder posterior a 1945. 

Quienes ayer armaron al III Reich ahora reducen el debate y lo cancelan, hacen negocio con la muerte, limpian su imagen a partir de un falso progresismo y hacen que el mundo, a la fuerza por la manipulación, mire hacia otro lado. 

Quizás Heinrich estaba equivocado en el enfoque, pero en todo caso su crítica al status quo se explica a partir de realidades y no de teorías locas. Que Occidente condene el intento de golpe es una señal más. Fue en todo caso un golpismo conveniente, que vino como anillo al dedo, que sirvió de comodín. Y esto no es una teoría de la conspiración, aunque no les agrade a algunos que se diga. 

El príncipe posmoderno pasará años en la cárcel, pero ya cumplió su papel. 

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