Fina en su eternidad (+ POEMAS)
especiales
Por su obra y su ejemplo, Fina García Marruz recibió los más importantes reconocimientos de su país, incluyendo la más alta condecoración: la Orden José Martí.
La muerte de Fina García Marruz, a los 99 años, en La Habana, marca el fin de una era de la literatura insular. Ha concluido el tiempo de grandes poetas de mediados del siglo pasado, la generación de Orígenes, hombres y mujeres que hasta cierto punto cambiaron el rumbo de la lírica cubana.
La historia esencial de la poesía cubana (y podría decirse más: de la poesía en castellano) tiene en Josefina García-Marruz Badía (La Habana, 1923-2022) a uno de sus grandes referentes. Aunque ella, tantas veces, prefiriera la placidez o el recogimiento de las sombras.
Pero sus versos fueron siempre luz. Durante los muchos años de su vida fue articulando un cuerpo lírico, hermoso y palpitante, esencialmente matizado. Sus poemas solían (suelen) ser leves en su enunciación —como aire ligerísimo y vivificante— pero contundentes en sus implicaciones.
Rosas de delicado perfume, con espinas, claro… y con raíces que beben de las aguas subterráneas.
Fina García Marruz prefirió (¿prefirió?, ¿debió?, ¿le correspondió?) no estar muy cerca de los reflectores. Tantas veces calló, con la discreción de un gigante que acecha. Mostró ante ciertos golpes de la vida una serenidad olímpica, aunque nunca arrogante.
Pero sus poemas "hablaban", fueron muchas veces el rostro.
Se consagró a la utilidad de la literatura, del arte todo. Y honró a los que consideró siempre sus maestros, padres de una cultura.
Junto a su inseparable Cintio Vitier, se internó una y otra vez en el bosque pródigo de la obra martiana; le dedicó a José Martí muchas de sus mejores horas, con una sensibilidad y una humildad resplandecientes. De su pluma —de su mente— surgieron algunas de las más diáfanas y certeras reflexiones sobre el itinerario personal y creativo del más universal de los cubanos: Martí mártir.
Fina García Marruz no hizo nada buscando premios, reconocimientos, fama presuntuosa… Diamantino fue su orgullo. Recibió los más altos reconocimientos de su país y algunas importantes distinciones internacionales siempre con la tranquilidad del que sabe que los merece, aunque no los necesite.
Como Martí, dos patrias tuvo: Cuba y la poesía. Quizás una sola: la Cuba soñada en versos, vislumbrada en su andar zigzagueante entre la gracia divina (su Dios) y la ejecutoria de los hombres (su pueblo).
Fina García Marruz buscó toda la vida ese instante preciado en que el mundo real se confunde con el mundo ilusorio. Ese es el oficio del poeta. Ella lo dejó escrito en versos inspirados: Si los poemas todos se perdiesen/ el fuego seguiría nombrándolos sin fin/ limpios de toda escoria, y la eterna poesía/ volvería bramando, otra vez, con las albas.
Fina ha muerto en su ciudad natal. Deja un legado inmenso. Una obra que hace tiempo había trascendido los límites de la biología, que se ha eternizado en el canon. Y ha dejado un ejemplo: el de la constancia, la ética, el buen hacer. Ella habita ahora un ámbito inefable pero cierto. Junto a Lezama, Eliseo, Cintio... Patria de la poesía, reducto de la belleza.
POEMAS DE FINA GARCÍA MARRUZ
Cuando el tiempo ya es ido, uno retorna
Cuando el tiempo ya es ido, uno retorna
como a la casa de la infancia, a algunos
días, rostros, sucesos que supieron
recorrer el camino de nuestro corazón.
Vuelven de nuevo los cansados pasos
cada vez más sencillos y más lentos,
al mismo día, el mismo amigo, el mismo
viejo sol. Y queremos contar la maravilla
ciega para los otros, a nuestros ojos clara,
en donde la memoria ha detenido
como un pintor, un gesto de la mano,
una sonrisa, un modo breve de saludar.
Pues poco a poco el mundo se vuelve impenetrable,
los ojos no comprenden, la mano ya no toca
el alimento innombrable, lo real.
Una cara, un rumor, un fiel instante
Una cara, un rumor, un fiel instante
ensordecen de pronto lo que miro
y por primera vez entonces vivo
el tiempo que ha quedado ya distante.
Es como un lento y perezoso amante
que siempre llega tarde el tiempo mío,
y por lluvia o dorado y suave hastío
suma nocturnos lilas deslumbrantes.
Y me devuelve una mansión callada,
parejas de suavísimos danzantes,
los dedos artesanos del abismo.
Y me contemplo ciega y extasiada
a la mágica luz interrogante
de un sonido que es otro y que es el mismo.
Los extraños retratos
Ahora que estamos solos,
infancia mía,
hablemos,
olvidando un momento
los extraños retratos
que nos hicieron.
Hablemos de lo que tú y yo,
por no tener ya nada,
sabemos.
Que esta solitaria noche mía
no ha tenido la gracia
del comienzo,
y entré en la danza oscura de mi estirpe
como un joven tristísimo
en un lienzo.
Mi imagen sucesiva no me habita
sino como un oscuro
remordimiento,
sin poder distinguir siquiera
qué de mi pan o de mi vino
invento.
En el oscuro cuarto en que levanto
la mano con un gesto
polvoriento,
donde no puedo entrar, allí me miras
con tu traje y tu terco
fundamento,
y no sé si me llamas o qué quieres
en este mutuo, extraño
desencuentro.
Y a veces me parece que me pides
para que yo te saque
del silencio,
me buscas en los árboles de oro
y en el perdido parque
del recuerdo,
y a veces me parece que te busco
a tu tranquila fuerza
y tu sombrero,
para que tú me enseñes el camino
de mi perdido nombre
verdadero.
De tu estrella distante, aparecida,
no quiero más la luz tan triste
sino el Cuerpo.
Ahonda en mí. Encuéntrame.
Y que tu pan sea el día
nuestro.
Del tiempo largo
A veces, en raros
instantes, se abre, talud
real y enorme, el tiempo
transcurrido.
Y no es entonces
breve el tiempo. Como el pájaro
al elevarse abarca con sus alas
un diminuto pueblo o costerío,
la inmensidad de lo vivido arrecia,
y se mira remoto el ayer próximo,
en que el pico ávido bajaba
en busca de alimento.
¡Qué eternidad
de soles ya vividos! ¡Y qué completa
ausencia de nostalgia! Para crecer
se vive. Para nacer de nuevo
y rehacer la mala copia original.
Para crecer, se sufre. No se quiere
volver atrás, ni tan siquiera al tiempo
rumoreante de la juventud.
Que no para que el rostro
luzca lozano y terso se ha vivido.
No para atraer por siempre con el fuego
de la mirada, no con el alma en vilo,
por siempre se ha de estar.
De cierto modo
la juventud es también como una cierta
decrepitud: un ser informe,
larva, debatíase, qué peligrosamente
amenazado. Se vivió. se salió,
quién sabe cómo, del hueco,
de la trampa:
valió el otro
del bosque de la vida, el pleno encanto
de los claros del sol entre lo umbrío
para pagar su precio: lo tanto
costó poco; poco el sufrir inmenso
para esta dádiva: al rostro
orne la arruga como el pecho la cinta coloreada
de un guerrero
o como al niño la medalla premia
por la humilde labor.
Como el avaro
el peso de un tesoro, encorva
la espalda anciana el peso
del vivir.
Mas ya, arriba,
a la salida, ya, se mira
hacia atrás sonriendo, renacido,
como agrietada cáscara el polluelo,
ya se van desligando las amarras,
del extraño navío, y como novio trémulo
locamente lo incierto hace señales.
costó dolor, muerte costó, la vida.
Y al tiempo, breve o largo, siempre corto,
como el relámpago del amor, se le mira
ya sin recelo ni amargura
como a las heridas de la mano, en el arduo
aprender de su oficio,
contempla el aprendiz.
Bella es toda partida.
Al despertar
Al despertar
uno se vuelve
al que era
al que tiene
el nombre con que nos llaman,
al despertar
uno se vuelve
seguro,
sin pérdida,
al uno mismo
al uno solo
recordando
lo que olvidan
el tigre
la paloma
en su dulce despertar.
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