Esta crónica rara que tanto aprecio
especiales
Yo era un joven entonces con cierta madurez. En lo ciudadano, en lo profesional. La obra de teatro Molinos de Viento me sedujo. Publiqué algunas cuartillas relacionado con ella en Tribuna de La Habana. Lo expresado por uno de sus personajes me atrapó especialmente. Palabras que venían de Federico Engels. Tenía que ser. Aquel parlamento que ahora sintetizo contenía magistralmente la Dialéctica: El revolucionario no puede ir siempre en el caballo más adelantado. A veces debe tener una pierna allí y otra en el medio, y hasta en el de atrás.
Hay debate en mi mente. Sacaba conclusiones. Agregaba conceptos propios. Si el revolucionario se aferra al potro de vanguardia adelanta demasiado. Se arriesga a quedarse solo. Con la tranquilidad del medio si no es necesaria, intranquiliza el avance. Pierde el ritmo. Tanta posición conservadora, lesiona. Es valladar frente al desarrollo. Si se sitúa con las dos extremidades en el más atrasado sin ser indispensable, la caballería lo abandona. Aun puede pasarle por encima.
Ah, se habla de las piernas: el alma siempre debe estar en la primera fila. Es lo estratégico. La táctica debe favorecer lo esencial. La posición de las piernas, de acuerdo a las circunstancias. No podemos cegarnos. Ni creer que podemos imponer nuestros deseos a la realidad. La palabra imponer, y su acción, a un lado. De hacerlo, se paga caro temprano o tarde. No significa cruzarse de brazos. Primero hay que ser objetivos. No pecar de un idealismo barato.
Reconocer las debilidades es ineludible. A trabajar sobre ellas. Lenguaje claro. Convencer. Demostrar. Enamorar de las ideas y cómo concretarlas. Eso no significa descender. Al contrario, es ascender. Solo, el más sabio y valiente de los seres humanos realiza muy poco. Su fortaleza debe conducirla hacia los demás. Alimenta. Y se alimenta. Juntos deben subir. Hay que buscar y encontrar las rutas. Recorrerlas. Unidos. Sin que signifique el grito de sí a todo. Ni la unanimidad falsa. Democracia. De abajo a arriba. Cada vez más participativa. Lejos de lo imposición. O se abre senderos a la doble moral. A la farsa. Y la debilidad incrementada suele devorarnos.
En varias reuniones, en diversos niveles, me he dado cuenta que frases, concepciones, líneas planteadas a destiempo, aun siendo justas, pero sin formar parte del contenido fundamental, perjudican. Si son atractivas, peor. Se llevan los ojos y los oídos de la mayoría, obstaculizan el debate creador sobre lo esencial. Distraen. Ocultan. No conducen al meollo. Si nos vamos por ahí, dejamos el camino por coger la vereda.
Al revisar este escrito, recuerdo un texto martiano donde desnuda los males de París. Confiesa: “Yo comprendo que esto es una crónica rara, pero yo no puedo excusarme de amar más una reflexión que una noticia”. Salvando la distancia, a un simple alumno del Maestro como soy, le ha pasado lo mismo. Y opina igual.
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