En tiempo real: Diálogo en un almendrón

El pasajero que va al lado del chofer agrega otra idea al diálogo que han ido sosteniendo:

-Es que dirigir mujeres es difícil. Tú sabes, los hijos, tienen que cuidar al padre, le duelen los ovarios, se ponen nerviosas… un problema.

-Compadre, pero dirigir hombres también es difícil, piensa pa que tú veas.

Desde mi espacio en el carro, apachurrada contra la puerta por una señora con su jaba enorme en donde sobresalen dos rollos de papel sanitario -¡¿dónde, cómo?¡- me siento de pronto feliz y vengada por aquel chofer sesentón que, según parece, ha dejado que a su muro de prejuicios lo vayan socavando conceptos como equidad y enfoque de género, nuevas masculinidades…

Qué bien, me digo, y con discreción empujo un poquirritico a la señora a mi lado para tratar de sentarme completamente.

El paréntesis sin tiempo que arma el fresquito que se cuela por la ventanilla, aderezado por cierto olor a gasolina quemada, se deshace cuando de nuevo el chofer toma la palabra:

-¿Tú sabes por qué te digo eso de que dirigir a los hombres también es difícil -y yo tuve cargo en una base de transporte-?

Pensé: ahora seguro le dice que ellos también tienen que ocuparse de los hijos, de cuidar a parientes, que se enferman igual que las mujeres… 

-… pues porque los hombres te caen a piñazos.

Fin del fresquito, fin del cuento.