Embarazo adolescente, relaciones de parejas asimétricas y violencia de género

Embarazo adolescente, relaciones de parejas asimétricas y violencia de género
Fecha de publicación: 
5 Septiembre 2024
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Investigaciones en Cuba han demostrado que se notan diferencias amplias entre las edades de la madre adolescente y su pareja.  Foto: Unicef

Las relaciones amorosas se constituyen en la adolescencia, en un espacio de satisfacción de diversas necesidades psicológicas como son el reconocimiento, el afecto y la aceptación; todas con una importante repercusión en el desarrollo de la autoestima y la estabilidad emocional. Estas pasan a ser un medio de reafirmación personal y contribuyen al desarrollo de la autovaloración o identidad personal, sobre todo a la identidad sexual y de género. La relación de pareja surge y va relegando a un segundo plano, en algunas ocasiones, las relaciones de amistad.

En ambos casos se trata de relaciones interpersonales de carácter selectivo, inestable y, en el caso de las de pareja, además, tienen un carácter experimental. En ellas se ponen de manifiesto los estereotipos de roles sexuales femeninos y masculinos. Por otra parte, en estas edades existen dificultades para hacer coincidir el ideal soñado con la elección de la pareja, tanto desde el punto de vista físico como respecto a las cualidades morales y espirituales, ya que, aunque confieren gran importancia a la imagen corporal, también conceden valor a determinadas cualidades psicológicas y morales que desean que estén presentes en su pareja. Las muchachas se muestran más interesadas por los sentimientos y son más afectivas1.

“Aunque ya aparecen con más fuerza las necesidades sexuales en estos momentos y se hace fuerte el cortejo entre chicas y chicos, se inician juegos sexuales más intencionados, selectivos; se comienza a buscar al otro (a) del deseo sexual. En los adolescentes aún no logran cristalizar auténticas relaciones de pareja con determinada perdurabilidad. Se trata más bien de la atracción, búsqueda de acercamiento corporal y, en cierta medida, espiritual, pero que carece aún de posibilidades de estabilidad. Es como aprender, experimentar, a la vez que satisfacen sus necesidades corporales y psicológicas, pero aún sin suficiente solidez personológica para lograr estabilidad en este sentido”2. Estas manifestaciones no son estáticas, cada adolescente y generación lo vive de manera particular.

Los ideales de pareja en esta etapa también estarán marcados por características distintivas: están dirigidos a cualidades externas como la belleza, las habilidades sociales (para relacionarse), habilidades para comunicarse, destreza para bailar. Están formados por una serie de particularidades que se representan anticipadamente, como las que desearían que tuviera su pareja y desde el punto de vista psicológico están generalizados. Tienen un carácter idealizado, operan más bien de manera formal, ya que la elección de la pareja se da, de forma general, de acuerdo con circunstancias inmediatas y no con el ideal representado.

¿Qué sucede cuando esta relación de pareja se aleja de la situación social del desarrollo de la adolescente y se establecen relaciones con hombres adultos, mayores de 20 años de edad, es decir, cuando se establece una relación asimétrica?

En las muchachas adolescentes, el desarrollo moral está relacionado con una regulación externa del comportamiento, con pobre desarrollo de las normas, juicios, conocimientos y valoraciones relacionadas con la salud sexual y reproductiva, lo que manifiesta la debilidad e inestabilidad de sus argumentos y la expresión del pensamiento dicotómico. Se exponen a comportamientos de riesgo, con una fragilidad donde no se tienen en cuenta los posibles matices de las situaciones. Ello, unido a las características del pensamiento y el lenguaje mencionadas anteriormente, puede explicar su comportamiento ante las diversas situaciones relacionadas con la vida sexual y de pareja. Aún no hay un suficiente desarrollo de la capacidad de relacionar la situación inmediata y las consecuencias del comportamiento para su futuro, dado que no establecen relaciones entre los elementos esenciales de la situación y sus resultados.

Cuando la relación de pareja de la adolescente se establece con hombres adultos, ¿está siempre ella preparada para mantener con firmeza el uso de un método anticonceptivo, cuando su pareja no lo desea? ¿Qué papel juegan los sistemas de comunicación y actividad en los que se desarrolla la adolescente ante estas situaciones? ¿Qué capacidad de gerencia tiene sobre las situaciones concretas con su pareja?

Cualquier respuesta a estas preguntas debe tener en cuenta que estos hechos o eventos ocurren en un contexto de pareja donde existe una relación de poder, asimétrica en términos de género, dado que los hombres son, en una proporción considerable, mayores que ellas: para algunas la distancia puede llegar a ser de hasta más de 10 y 20 años de edad.

Investigaciones en Cuba han demostrado que se notan diferencias amplias entre las edades de la madre adolescente y su pareja. Teniendo en cuenta el orden de nacimiento de los hijos, se observa que, al nacimiento del primero, la edad media de la madre de 10 a 14 años es de 13,8 años, mientras que en el caso de las de 15 a 19 años, es de 17,5 años. En tanto, la distancia con la edad de su pareja llega a ser de 8,94 años promedio para las de 10-14 años y de 7,36 años para las de 15 a 19 años. Es decir, a menor edad de la niña o adolescente, existe mayor diferencia generacional.

Para el segundo orden o más de nacimiento, esa diferencia se acentúa, ubicándose una distancia de 10,83 años promedio para las de 10 a 14 años y de 8,71 años para las de 15 a 19 años. Parecería, por los datos observados, que en la medida en que aumenta el orden de hijos, los padres de sus hijos tienen una diferencia de edad mayor con las madres3. Este patrón no se ha modificado en los últimos años. La Encuesta Nacional de Fecundidad de 2022 constata datos que confirman el mantenimiento de esta tendencia en el país. Así, refiere que de las mujeres que actualmente tienen de 15 a 19 años, el 28,6 por ciento está casada o en unión, y una de cada seis experimentó un matrimonio precoz. El 17 por ciento de ellas tienen una pareja 10 o más años mayor. Las generaciones más jóvenes no solo inician su vida sexual más tempranamente (dos años antes) sino que, además, se involucran antes en parejas estables y una proporción importante experimenta matrimonios precoces4.

El matrimonio/unión infantil trae asociado situaciones muy negativas para adolescentes de cualquier sexo. En particular, para el caso de las mujeres, quienes normalmente se unen a personas de edad mayor a ellas, la mayoría de las veces de manera no formal, lo cual se asocia a condiciones de violencia y abuso, abandono escolar, interrupción de la infancia, embarazos precoces y fecundidad adolescente, lo que pone en riesgo su salud y limita sus posibilidades de desarrollo futuro, a la vez que refuerza las desigualdades entre hombres y mujeres, los aísla de sus familias y amistades, entre otras situaciones violatorias de sus derechos humanos5.

Las expresiones de violencia basada en género, particularmente la de pareja, están cimentada sobre una cultura machista y por el protagonismo del hombre ante su deseo, en lo cual se muestra una clara asimetría de poder que redunda en una subordinación de la mujer y pobres habilidades sociales para la negociación en la toma de decisión en torno a la reproducción. A estas expresiones se unen también la participación diferenciada en eventos relacionados con la reproducción, como la exposición al coito, el uso de métodos anticonceptivos, la continuidad o interrupción de la gestación.

Las razones para el no uso del condón dan cuenta de una relación de poder donde la mujer asume el criterio y deseo del hombre, reproduciendo así los patrones tradicionales. En las parejas con mayores diferencias de edad se constata que son los hombres quienes más desean que el embarazo continúe, otorgando a la mujer un destino prefijado: “me casé para parir”. Así, se perpetúa una vez más en estas parejas asimétricas que la diferenciación sexual del trabajo marca la manera en que los roles genéricos son asumidos: la mujer para las labores domésticas y el cuidado, y el hombre para el trabajo fuera de la casa.

Según refieren las adolescentes al principio de la relación, la comunicación con la pareja es buena, pero luego se deteriora. Es un espacio donde se sienten escuchadas y esto es favorable para el anclaje de la relación. Se ejerce una influencia de la pareja, beneficiada por esta necesidad insatisfecha de comunicación (fundamental en esta edad) que existe en muchas adolescentes. Pero, a la vez, se expresa una relación de poder basada en la obediencia, lo que favorece las conductas no protectoras (por ejemplo, el no uso de condón). En ese caso, está también asociado a creencias erróneas sobre el uso del condón: ellas refieren que no lo usan porque no es de la preferencia de su pareja, ya que las sensaciones disminuyen.

A mi novio no le gusta usarlo porque no se siente igual (16 años).

Además, la relación de poder del vínculo de pareja basada en cánones comunicativos distorsionados pone en situación desventajosa a la adolescente, al no contar con recursos personales para afrontar esta relación de poder que la puede ubicar en una posición de humillación y sumisión. Estas relaciones se establecen también teniendo como punto de partida una relación con los padres que no satisface las necesidades de escucha, diálogo y apoyo emocional en esta etapa de la vida. Algunos testimonios dan cuenta de los expresado:

Desconocía el uso de los métodos anticonceptivos en ese momento. Inesperada relación sexual. Mi pareja quería que yo quedara embarazada (14 años).

Con la segunda relación (25 años) convivo desde el mes de marzo, porque mi padre trabajaba de noche y necesitaba compañía (…) Me he realizado dos interrupciones a los 16 y a principios de los 17 de padres distintos (17 años).

Estas constataciones están afirmando la hipótesis de la relación de poder entre la adolescente y su pareja; en la medida en que tenga menor nivel de escolaridad y edad, mayor fragilidad y mayor distancia entre su edad y la de su pareja, mayor probabilidad tendrá de tener una relación asimétrica y mayor riesgo de experimentar violencia de género y sumisión al hombre. Igualmente, tendrá menos recursos para emanciparse y defender sus derechos como mujer y para decidir cuándo tener a sus hijos.

Se constata, además, el descuido de la familia y la pobre educación sexual de las adolescentes. Las adolescentes con mayor número de hijos son aquellas que comienzan a tener su descendencia en la etapa temprana, casi siempre con hombres adultos. Son también las que tienen una historia de interrupciones más abultada, que llega hasta cuatro. No habían pensado en ser madres tan jóvenes, ese momento lo ubicaban hacia los 25 años. En la toma de decisión hubo un protagonismo mayor del hombre que de la adolescente para continuar el embarazo y sin intenciones de tener otros hijos6.

El embarazo adolescente es un problema social originado por múltiples causas. La sociedad cubana tiene que enfrentarlo y prevenirlo. Está relacionado con una brecha de género que reproduce, cada vez más, la violencia, las vulnerabilidades e interrumpe el futuro de las adolescentes.

Más grave aún: el embarazo en la adolescencia se ha naturalizado. No se percibe un rechazo social fuerte a las uniones de hecho entre adultos y personas menores de edad, no todas las familias lo identifican como un riesgo ni tienen en cuenta las afectaciones que, en términos de violación de derechos, tiene para las adolescentes; no solo de derechos sexuales y reproductivos, sino también de otros como el derecho a la educación.

1 Domínguez, L. (2003). Psicología del desarrollo: adolescencia y juventud. Selección de Lecturas. La Habana: Editorial Félix Varela.

2 Fernández, L. (2003). Relaciones amorosas en adolescentes y jóvenes. En L. Domínguez, Psicología del Desarrollo: Adolescencia y Juventud. Selección de lecturas. La Habana: Editorial Félix Varela. P.310.

3 Molina Cintra, M.C. (2018). La Fecundidad adolescente en Cuba. Editorial CEDEM: La Habana.

4 ONEI (2023). Encuesta Nacional de Fecundidad, 2022. ONEI: La Habana.

5 Ídem

6 Molina Cintra, M. C. (2021). “Tendencias de la fecundidad adolescente hasta 2020”. Novedades en Población, 17 (34). Recuperado de https://revistas.uh.cu/novpob/article/view/414.

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