Elsa, un caso raro en julio de la historia de la hidrometeorología cubana

Elsa, un caso raro en julio de la historia de la hidrometeorología cubana
Fecha de publicación: 
5 Julio 2021
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Solo dos fenómenos hidrometeorológicos impactaron La Habana desde 1791 hasta 2019 en el mes de julio, por lo que la presencia
de la tormenta tropical Elsa es uno de los casos más inusuales de la avezada hidrometeorología en Cuba.   
   
El primero de ellos ocupó el número 76 que, sin nombre, ocurrió en 1933 de intensidad moderada y categoría dos en la escala Saffir-Simpson, de cinco posibles, en dependencia de la fuerza del viento y los probables daños y destrozos que pueden ocasionar.
  
Un huracán denominado Dennis figuró en el segundo lugar en 2005, cuando abandonó el territorio nacional por las inmediaciones de Bacuranao, municipio de La Habana del Este.
   
Aunque  provocó daños humanos y grandes afectaciones materiales en las provincias de Granma y  Cienfuegos, llegó a la capital con categoría uno, sin causar perjuicios de consideración.
  
Luis Enrique Ramos Guadalupe,  coordinador de la Comisión de Historia, de la Sociedad Meteorológica de Cuba, comentó a la Agencia Cubana de Noticias que la tormenta tropical Elsa constituye un ejemplo poco común en la temporada ciclónica.
  
Esta última transcurre del primero de junio al 30 de noviembre en el área geográfica del océano Atlántico tropical, incluido el Golfo de México y el mar Caribe, aunque coincide con un hecho excepcional: la pandemia del nuevo coronavirus COVID-19
  
Ramos Guadalupe es uno de los autores de la citada cronología  desde 1791-2019 en coordinación con el  Centro Meteorológico Provincial Habana, Artemisa y Mayabeque, según la cual, los meses de octubre y septiembre son los de mayor afectación que ocasionan a La Habana con 43 y 36 huracanes, respectivamente.
  
Los huracanes categoría 1 y 2 son los que más dañan la capital, de acuerdo con los mismos historiadores. 

Tanto esos como los ciclones son clasificados desde hace años en cinco categorías, cuya fortaleza e intensidad son medidos por la escala Saffir-Simpson, creada para definir y clasificarlos por la velocidad de sus vientos para ofrecer una idea de la magnitud de las pérdidas desde mínimas hasta catastróficas, de acuerdo con especialistas en la materia.
   
Una graduación de ese tipo la diseñaron en 1969 el ingeniero estadounidense Herbert Saffir y el director del Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos, Robert Simpson, a pedido de la Organización de las Naciones Unidas para analizar los daños ocasionados por tales fenómenos hidrometeorológicos.
  
En consecuencia,  huracanes, ciclones o tifones se forman cuando la velocidad de sus vientos máximos sostenidos alcanzan o superan los 119 kilómetros por hora.
   
Su  instrumento de medición tiene en cuenta la presión mínima, los vientos y la marea de tormenta que se genera, así como los daños potenciales que puede provocar la tormenta, en función de sus vientos máximos sostenidos.
  
La categoría uno es la menos intensa y se le asigna cuando los vientos son de 119 a 153 kilómetros por hora y provoca perjuicios a la vegetación y muelles, además de que produce inundaciones en carreteras y caminos costeros.
  
En la dos, los vientos son de 154 a 177 kilómetros por hora, causan afectaciones moderadas y averías mínimas a dársenas, viviendas, edificios, derribos de vegetación, así como inundaciones en carreteras costeras.
   
Un huracán categoría tres tiene vientos máximos entre 178 y 209 kilómetros por hora, cuya presencia puede ocasionar destrucción parcial de casas, edificaciones costeras y fondeaderos, derribo de árboles altos, anuncios dañados y llevados por el viento y marejadas que inundan zonas costeras.
  
Los huracanes de la cuatro poseen vientos de 210 a 249 kilómetros por hora y se considera de pérdidas cuantiosas, entre ellas colapso de casas, edificaciones costeras y diques, derribo de vegetación, así como erosión parcial de playas e inundación en terrenos planos abajo de tres metros.
  
En tanto, los vientos de los huracanes de la cinco alcanzan o superan la velocidad de 250 kilómetros por hora; su impacto suele ser catastrófico por derrumbes totales de techos y paredes en casas, así como de instalaciones en general. 

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