El mundo vive en permanente tensión. De acuerdo con la fuente que se siga, en este momento en todo el orbe se encuentran activos varias decenas de conflictos bélicos. Y aunque la prensa es parcial y no habla de todos porque son muy distantes o no es conveniente, desconocerlo, tanto como apoyar toda forma de ofensiva solo puede significar sufrimiento, muerte y otros males asociados que dejan huella profunda en las poblaciones con el desplazamiento forzoso, la pobreza que genera, a su vez, hambre, enfermedad, analfabetismo, mucha más agresividad, y una larga lista de perjuicios, sobre todo para civiles y vulnerables.

Las guerras nunca deberían suceder, por eso, esta Semana del Desarme, proclamada hace 45 años por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) es la oportunidad para más que nunca reclamar que vivir en paz es la única manera de coexistir, y que el diálogo, no la violencia, es la opción para solucionar desacuerdos.

El Desarme debería ser una prioridad. Es cierto que desde el año 2015 constituye uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para la agenda 2030, sin embargo, estamos muy lejos de alcanzarlo. Son muchas las dudas al respecto porque no vemos que disminuya la proliferación de armas, al contrario, cada vez la gente común está más blindada porque manifiesta que solo así se sienten seguros, y se encuentra más desarrollada esa industria, por tanto, son más certeros y crueles los enfrentamientos a gran escala.

Un ejemplo de ello es el comercio ilícito en todo el mundo, y los tiroteos masivos que ocurren a cada rato en Estados Unidos, donde las estadísticas indican que hay alrededor de 300 millones de esos instrumentos de fuego; también lo demuestra el terror que hoy mismo viven los palestinos por el constante asedio de fuerzas de Israel con el objetivo de borrarlos del mapa, y otros trances en varios puntos del planeta, desde pequeños combates entre pandillas locales, hasta los de gran escala que incumben a naciones y sus gobiernos.

Habitualmente, durante la última semana de octubre la comunidad de países que integran la ONU hace un balance para diagnosticar cuánto se ha hecho y falta por hacer para eliminar el armamento que tanto daño nos hace. No obstante, en las más de cuatro décadas que esa organización lleva abogando por el desarme la humanidad solo ha mostrado retroceso más el agravante de la posesión de material nuclear, lo cual, de usarse, provocaría una calamidad.

Mientras se trate de una actividad pasiva de solo pasar revista, de preguntar y prometer, de nada nos servirá tanto mecanismo de alerta si no conseguimos que cese la producción de indumentaria de aniquilación y que poco a poco deje de ser empleado. Es verdad que parece una utopía, que será muy difícil de eliminar, pero suena tan humano soñar con un mundo donde no nos matemos los unos a los otros, donde podamos a resolver todo conflicto mediante la confrontación pacífica.

La única conclusión es que hemos fallado en el propósito de concientizar a las distintas sociedades en que tener un arma no nos garantizará más seguridad, sino que nos inoculará la posibilidad de usarla. Nos creemos que lo tenemos controlado, pero ni siquiera dominamos cuánto equipamiento existe, solo sabemos que es demasiado ya.

Lo preocupante es que los gobiernos continúan queriendo demostrar su poder al costo que sea, y que, de manera general, ni siquiera las personas víctimas de hechos de esta naturaleza reaccionan en favor del desarme, sino que responden queriendo atrincherarse a pesar de los riesgos que ellos mismos vivieron; seguimos escuchando cómo niños, adolescentes y personas sensibles consiguen burlar toda estructura que debería alejarles de estas herramientas y terminan acabando con la vida ajena o la propia. Y así, un sinfín de ejemplos que demuestran cuán lejos nos encontramos de despojarnos de toda posesión de artefactos de exterminio.