Danzar ahora, danzar siempre

La celebración este año del Día Internacional de la Danza está marcada en el mundo entero por el impacto de la pandemia de Covid-19. Teatros, escuelas y compañías cerrados. Montajes suspendidos. Estrenos aplazados. La danza suele ser entrega y premio compartidos. Se baila para uno, pero sobre todo para el otro, con el otro. La danza suele ser ritual o fiesta de muchos. Así que el aislamiento impuesto por las circunstancias ha golpeado fuertemente a los artistas de una manifestación que apuesta por la libertad y el abrazo. Pero el espíritu de la danza es indomable, eso lo saben los bailarines y los espectadores. Y es consustancial al ser humano. De hecho, cuando todavía no había una noción de arte, el hombre ya bailaba. Ante los desafíos de la naturaleza (o las fuerzas sobrenaturales, divinas), el hombre bailaba. Bailaba para convocar a sus dioses, para alejar las desgracias, para infundirse valor, para celebrar las victorias, para concretar el amor, para llorar a sus muertos. O sencillamente por el impulso de seguir un ritmo, para darle cuerpo a la música, para expresar un sentimiento. Bailaba.

La danza ha encontrado maneras de sortear obstáculos. Y se ha reinventado cuando ha sido necesario. Esta, por ejemplo, es época de reinvenciones. Bailarines y coreógrafos de todo el mundo han buscado nuevos espacios para su entrenamiento cotidiano y para su creación artística. Los hogares han sustituido los salones. Y la clase presencial ha pasado a ser virtual, gracias a las bondades de las nuevas tecnologías. Muchas de las alternativas que se han ensayado por estos meses pudieran ser perfectamente asumidas cuando se regrese a la normalidad. Los cursos o las guías online, que ahora son prácticamente los únicos viables, pudieran constituir complementos de la enseñanza cuando sea posible retomar las clases presenciales.

Pero la mayor “explosión” de creatividad ha estado en el ámbito coreográfico e interpretativo. La danza, que es arte esencialmente efímero, ha encontrado nuevos cauces en el mundo digital. No son, sencillamente, la grabación y la reproducción de una rutina concebida para la escena. Se trata ahora de crear especialmente para nuevos formatos. Es una renovación conceptual, quizás la más importante desde el momento en la danza consolidó presupuestos técnicos y estéticos y se hizo arte para la escena. La nueva “escena” (que no invalida la escena convencional) es la pantalla de los dispositivos móviles. Desde hace algunos años éramos testigos de una avalancha de materiales concebidos especialmente para las redes. Y, como en todo, el formato o el medio no limitan la imaginación o el vuelo. Es más, pudieran estimularlos. Es lo que han hecho. Hay una educación previa, garantizada por el cine y la televisión, que desde hace muchos años han explorado maneras de recrear la danza. Pero la “multimedialidad” ha ensanchado los horizontes. El necesario aislamiento por la pandemia ha multiplicado el interés por esa creación, que puede ser más individualista en su concepción, pero mucho más democrática en su socialización.

Las grandes compañías han mostrado su arte en las plataformas digitales… y el bailarín (o bailador) puede compartir, en aparente igualdad de oportunidades, su propia ejecución. Varias agrupaciones cubanas se han volcado a las redes. Y hay artistas, de hecho, que las asumen como su principal espacio creativo.

Está más que comprobado: mientras haya cuerpo y espíritu, habrá danza. Ballet, bailes populares, danza moderna… El Día Internacional de la Danza de este 2021 es solo un pretexto para mostrar toda la riqueza acumulada. Más temprano que tarde reabrirán los teatros, las compañías, las escuelas. Habrá funciones y entrenamientos. Y también, en los más alejados parajes del mundo, a miles de kilómetros de los principales escenarios, mucha gente podrá seguir disfrutando de buena danza a cualquier hora, sin necesidad de salir de su casa, de su cuarto, de su cama.