Cuestión de tiempo

Cuestión de tiempo
Fecha de publicación: 
7 Noviembre 2022
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Imagen principal: 

Foto: cubahora.cu

Las cuestiones de los humanos con el tiempo remontan sus orígenes a… mucho tiempo atrás, redundancia aparte.

Tanto es así, que el cielo, a partir de la sucesión de los días y las noches, resultó la primera forma de medir el tiempo.


 Foto: tomada de es.123rf.com

Luego, al constatar que existían fenómenos físicos que se repetían de manera periódica, esta regularidad posibilitó la construcción de instrumentos que permitieran medir el paso del tiempo.

Los tic tac de una historia

Fueron los antiguos egipcios, allá por el año 1 500 aC., quienes idearon el reloj de sol, el primero, consistente en una simple estaca clavada en el suelo cuyas diferentes sombras proyectadas se correspondían con la posición del sol.

Luego, ese principio posibilitó relojes de sol más elaborados, los llamados cuadrantes solares.


Foto: Internet

Era muy útil, pero solo por el día; en las noches resultaba inutilizable, aunque el tiempo continuaba discurriendo.

Fue así que los propios egipcios encontraron solución a este gran problema con la invención de la clepsidra o reloj de agua.

Las primeras de estas clepsidras consistían en vasijas de barro que contenían agua, la cual iba escurriendo por un orificio, cuyo diámetro aseguraba el fluir del líquido a una determinada velocidad y, por tanto, en un tiempo fijo.


Clepsidra de Karnak, la más antigua conocida. Foto: tomada de ikkaro.com

El mismo principio de los relojes de agua condicionó el funcionamiento de los relojes de arena, es decir, la fuerza de gravedad hace fluir una cantidad establecida de determinado elemento (agua, arena, etc.), lo que permite constatar diversos lapsos de tiempo.

Pero el origen exacto de los relojes de arena se pierde en el tiempo, aunque todo parece indicar que surgieron en la Europa del Medioevo. Así se estima a partir de los primeros registros escritos al respecto, que procedían mayormente de los cuadernos de bitácora de barcos europeos.

Hay quienes aseguran que los ejércitos romanos los empleaban por las noches, y aquellos que atribuyen su creación a un monje francés de finales del siglo VIII.


Foto: tomada de elespanol.com

La demora en consumirse las velas, el sonido de las campanadas de iglesias y monasterios, igual sirvieron para determinar el paso del tiempo, hasta que en el siglo XIII aparecieron los primeros relojes mecánicos.

Los fabricaban herreros empleando el acero, que se dilataba y contraía a tenor de los cambios de temperatura, influyendo así en el andar mecánico. La inexactitud de aquellos relojes pioneros fluctuaba entre los 15 y 30 minutos diarios, por lo que debían ser ajustados al mediodía de cada jornada —justo cuando el sol alcanzaba su punto más alto—, para así cumplir su principal función: indicar cada hora, cuando debían sonar las campanas en iglesias y castillos. 

Fue en el siglo XVI cuando surgieron los primeros relojes de bolsillo, que inicialmente no eran tan pequeños como podría suponerse.

Los relojes de bolsillo que actualmente se conocen fueron obra del alemán Peter Henlein, todavía considerado el padre del reloj moderno. 


Foto: tomada de reloj-de-bolsillo.com

No obstante, entendidos aseguran que la primera revolución en la relojería tuvo lugar en el siglo XVII, cuando el científico holandés Christiaan Huygens creó el reloj de péndulo. Sus relojes fueron los primeros capaces de contar los segundos. 

Para hacerle justicia a Galileo, hay que anotar que fue suya la idea de utilizar el péndulo en la relojería. La enunció en 1636, pero no pudo llevarla a la práctica.

Ya a finales del siglo XVII la moda imponía a los caballeros llevar el reloj unido a una cadena, y luego, en el bolsillo del chaleco. Las mujeres, con frecuencia, lo llevaban en la cintura, colgando también de una cadenilla. 

Pero no eran muchos quienes podían exhibir su control sobre el tiempo porque aquellos relojes eran sumamente costosos y se vendían como piezas de lujo en joyerías y perfumerías.

Aseguran que el primer reloj de pulsera fue fabricado por Abraham-Louis Breguet, en 1812, para ser llevado por la reina de Nápoles, Carolina Murat, hermana de Napoleón.

Estos relojes fueron durante décadas solo de uso femenino, en tanto los hombres continuaban empleando el reloj de bolsillo. Pero tan incómodo le resultaba al aviador Santos-Dumont consultar la hora en el fondo de su bolsillo mientras piloteaba, que Louis Cartier creó en 1904 un reloj de pulsera para él y así se generalizó su uso también entre los caballeros.


Foto: tomada de curiosfera-historia.com

Ya en el siglo XX, el paso del tiempo fue indicado por el reloj de cuarzo, más preciso que el mecánico por incorporar un oscilador de cristal de cuarzo. Lo inventaron en 1928 los estadounidenses W. Horton y W.A. Morris, pero solo empezó a producirse en serie a finales de la década de 1960.

Ya para entonces existían relojes todavía mucho más precisos: los atómicos, que para alimentar su contador utilizan una frecuencia de  resonancia atómica normal. El primer reloj atómico fue debido al estadounidense Willard Frank Libby, en 1949.

Considerando que los mejores patrones de frecuencia atómicos se basan en las propiedades físicas de las fuentes de emisión de cesio, el primer reloj atómico de cesio se construyó en 1955, en el National Physical Laboratory, de Inglaterra.

Unos 12 años después, los relojes atómicos basados en cesio habían conseguido tal fiabilidad, que la Oficina Internacional de Pesas y Medidas eligió la frecuencia de vibración atómica de los dispositivos creados y perfeccionados por Essen como el nuevo patrón base para la definición de la unidad de tiempo físico.


Foto: National Physical Laboratory

La precisión de este tipo de reloj atómico es tal, que admite únicamente el error de un segundo en 30 000 000 de años.

De cubanos y tiempos

A pesar de la precisión con que hoy es posible medir el paso del tiempo, ese imposible de recuperar, no todo el mundo evita malgastarlo y se propone respetar el tiempo ajeno.

Los cubanos no somos reconocidos por una excesiva puntualidad. Tanto es así, que cierta guía sobre protocolos y viajes indica a quienes se proponen conocer o visitar la Isla que «los cubanos le dan más valor a la persona y la relación que a los horarios. No obstante, se recomienda ser puntual en reuniones de negocios».

Sin dudas, no es tiempo lo que más aquí ahorramos. En ocasiones, es así «por razones ajenas a nuestra voluntad», léase serias dificultades con el transporte y otras similares.

Aunque también ocurre que la impuntualidad es debida, sobre todo, a no comprender que hacer esperar a alguien, obligarlo a perder el tiempo, es irrespetarlo, no considerarlo.

Igual sucede no solo con la impuntualidad; también con esas reuniones que nada aportan y sí nos quitan: tiempo; y otro tanto pasa con aquellos interlocutores que no tienen para cuándo acabar de hacerte el cuento, aunque los interrumpas una y otra vez explicándoles que andas apurado.

Imagen: Martirena

Tiempo perdemos hoy en trámites burocráticos; en las colas; a las puertas de una tienda, bodega u otro establecimiento de servicios que no abre cuando debe hacerlo; ante aquella persona que debe atenderte, pero no termina de hablar por teléfono… 

La poca exigencia, la indisciplina, la falta de consideración y de respeto al prójimo, en no pocas oportunidades son causantes de irreparables y lamentables pérdidas de tiempo.

Y para que no sienta usted que abusan de su tiempo estas líneas, aquí terminan.

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