Cuba: Reírse en serio
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No está escrito en ninguna parte, pero cuando el primer hombre-mono se dio un mazazo en el dedo gordo del pie tratando de fracturarle el cráneo al mamut previsto para el almuerzo, es probable que los otros de la horda soltaran la gran risotada. De entonces acá, el ser humano no ha dejado de reírse.
Hace más de dos mil 300 años, el sabio Aristóteles aseguró que el hombre es el único animal que ríe. Pero en el presente ha quedado confirmado que las ratas y algunos primates también lo hacen. Ya desde el 2011, el profesor Nicholas Dodman, presidente de la Escuela de Veterinaria Cummings, de la Escuela de Medicina Tufts y Animal Planet, sostiene que los mamíferos en particular experimentan emociones elementales como la tristeza, el miedo, la ira y la felicidad.
Incuso, deja la puerta entreabierta a otras emociones de carácter más complejo como la vergüenza o los celos, que también algunos logran comunicar, dice el entendido. Dodman se arriesga incluso a afirmar que los perros no solo se ríen, sino que hasta tienen sentido del humor. Bueno…
En los humanos, la risa aparece durante las primeras cinco semanas de vida. Pero ello no significa que los bebés tengan sentido del humor. Este se asocia al desarrollo cognitivo. Lamentablemente, hay quienes con un elevado potencial cognitivo, extraviaron o no pudieron encontrar nunca el sentido del humor.
Ese parece ser el caso de algunos famosos también conocidos por su condición de agelastos, es decir, los sin risa (deriva del griego gelos, risa). Entre ellos dicen que se anota Isaac Newton, el cual comentan que rio una sola vez en su vida: cuando le preguntaron para qué servía estudiar a Euclides. En la lista de estos cara-seria aparecen también el escritor Jonathan Swift y el filósofo holandés Baruch Spinoza. Cuentan que únicamente este reía al ver dos arañas combatiendo hasta la muerte.
Con total seriedad, científicos de la Universidad de California afirman que el sentido del humor puede ubicarse en la circunvolución frontal superior izquierda del cerebro.
Neurólogos y psicólogos indican que reírse aporta al bienestar psicológico y también físico, estimula el sistema inmune, reduce la sensación de dolor y aumenta la contribución de oxígeno al cerebro. Recomiendan reír al menos 10 minutos diarios. Pero que sea a carcajadas, porque con ellas se activan unos 400 músculos. La risoterapia puede complementar de manera muy eficaz las terapias tradicionales.
Oda a Pepito
Los cubanos bien sabemos cuánto de sanadora puede ser la risa, y también cuán temible puede resultar su filo.
Desde el humor blanco, el humor negro, hasta los chistes verdes y de cualquier color, los habitantes de esta Isla nos reímos de casi todo, hasta de nuestras tragedias, y quizás sea esa una manera otra para sobrevivir.
Aunque el Día Mundial de la sonrisa se celebra desde 1999 cada primer viernes de octubre cuando Harvey Ball, creador del símbolo iconográfico Smiley Face o Carita Feliz así lo proclamó, pero en esta encrucijada de la geografía caribeña se ríe todo el año, aún en las peores momentos.
La risa cubana tiene un diapasón tan amplio y polisémico, que no alcanzarían los ensayos, sondeos y análisis para llegar a calibrarla. Probablemente quede incluida en ese «algo inefable» que Fernando Ortiz indicaba como distintivo de la cubanidad.
Sin dudas, nos distinguen la risa y el humor, pero no visto desde el amargo prisma del choteo abordado por Mañach. Más que burlones, agudos; más que risotadas sosas, sonrisas perspicaces. Aunque claro, eso sin obviar que cada contexto, incluso cada personalidad, le pone el color, la intención y también, en ocasiones, la barrera al chiste o la broma.
Abel Prieto, en su delicioso ensayo «El humor de Misha. La crisis del “socialismo real” en el chiste político», recordaba que «Desde las carencias de los años 60 hasta el actual Período Especial, desde los primeros exiliados hasta los recientes balseros, desde los siquitrillados hasta los efectos del turismo y la dolarización, nuestros chistes políticos han ido dejando una crónica burlesca de los más diversos azares y circunstancias que hemos enfrentado los cubanos a lo largo de estos años tan intensos. Entre estos chistes, sin embargo, y los que he ido reseñando —se refiere a los surgidos en el desaparecido campo socialista de Europa del Este—, hay diferencias sustanciales».
De Enrique Arredondo a Carlos Ruiz de la Tejera, de Pánfilo a Doimeadiós, cuántos nombres de excelentes profesionales que nos han hecho reír. Pero no creo equivocarme al apuntar que muchos de los mejores chistes no tienen autor conocido. Surgen en una cola, en torno a una mesa de dominó, en una fiesta, y a veces, hasta en un velorio.
Los fragua el ingenio del cubano de a pie, desde el doble sentido, desde la burla, la comparación, la esperanza, la crueldad, incluso. Y no hay que ser muy docto para saber que uno de los mejores termómetros de los estados de ánimo y la opinión pública son precisamente estas salidas.
Hace tan solo unos días, esta periodista aguardaba en una larga fila. Había tres ventanillas, pero solo en uno atendían mientras, a la vista de todos, un grupo de trabajadores de esa entidad compartía animado diálogo. Atrás de mí en la fila había un hombre de unos cuarenta años que no había dicho ni esta boca es mía. Ni se había movido para rascarse. Y de pronto, al contemplar aquel grupo que debía estar dando servicio en vez de conversar, soltó con un vozarrón que nadie le hubiera imaginado: «¡Caballerooo, me parece que estoy en Absurdistán!». La cola completa fue una inmensa carcajada.
Gente como él son quienes mantienen vivo y fastidiando al Pepito de los cuentos.
Algún día habrá que hacerle una escultura, un monumento, no sé, a ese símbolo de la chispa popular que no pocas veces ha hecho de válvula como en las ollas de presión.
Pero mientras se le hace completa justicia al Pepito de los cuentos, hay que seguir riendo junto con él.
No por gusto, ese ícono de todos los tiempos que es Charles Chaplin sentenciaba: «Ríe y el mundo reirá contigo; llora y el mundo, dándote la espalda, te dejará llorar».
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