Cuba: ¿El pecado de ser feliz?
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En el corazón de un barrio “folclórico y convencional”, donde las mañanas suelen despertar entre el humo del carbón para montar el primer café y las campanitas que piden la bendición de los orishas, hay una presencia que parece desafiar la rutina: Clara. A sus 54 años, a esta mujer delgadísima, de sonrisa ancha y ojos que brillan como si guardaran un secreto alegre, no le importa si el cielo está gris o si las noticias del día pesan como plomo, incluso los pronósticos sobre el déficit de generación para el horario pico y la balita de gas que se anuncia, pero no se presenta.
“Vive en un mundo de luz y color”, dicen unos… “está loca”, aseguran otros… “Es un ser de luz”, afirma la vecina que mejor la conoce y, en el fondo, todos quisieran ser como ella, pero, en medio de una vida tan dura, a veces sin pan, casi siempre a oscuras, últimamente también sin agua, el optimismo, aparentemente inexplicable de Clara, luce como un pecado.
¿Es un pecado ser feliz en medio del caos?
En tiempos tan duros como los que vive Cuba y el mundo, buscar la felicidad puede convertirse en el mayor acto de rebeldía. Mientras las pantallas muestran imágenes de caos global y las redes sociales lo amplifican en una mezcla donde se hace difícil discernir entre la verdad y la mentira, los hechos y las percepciones, la catarsis y el oportunismo, hay quienes se atreven a sonreír, a celebrar los pequeños momentos, a encontrar luz en la penumbra. Pero, ¿es esto un pecado? ¿Es egoísta o frívolo ser feliz cuando “el mundo” parece desmoronarse?
Aferrarse a la felicidad en tiempos turbulentos es un acto de resistencia. La alegría no es, necesariamente, ignorancia, sino una herramienta para la resiliencia. Ser feliz en medio del caos no significa cerrar los ojos ante la injusticia o la adversidad. Al contrario, quienes irradian buenas energías suelen ser los primeros en tender una mano, en escuchar, en construir puentes donde otros solo se regodean en las fracturas.
La felicidad, en este contexto, no es un lujo; es un recurso estratégico. Está demostrado que las emociones positivas fortalecen el sistema inmunológico, reducen el estrés y mejoran la capacidad de tomar decisiones bajo presión. En un mundo caótico, la alegría es un combustible que nos permite seguir adelante.
No, no es un pecado ser feliz en medio del caos. Es un acto de desafío contra la desesperanza, una declaración de que, a pesar de todo, vale la pena buscar razones para sonreír. En un mundo que a veces parece empeñado en apagarnos, la felicidad es una chispa que enciende no solo nuestra alma, sino también la de quienes nos rodean.
La fuerza transformadora de las buenas energías
En medio del estrés, la incertidumbre y las tensiones diarias, rodearse de personas que irradian buenas energías se ha convertido en una necesidad casi vital. No se trata de un lujo ni de una moda pasajera, sino de una decisión consciente que puede marcar la diferencia en nuestra salud mental, emocional e incluso física. Las personas que transmiten optimismo, empatía y entusiasmo no solo iluminan los espacios que ocupan, sino que también tienen el poder de transformar nuestra forma de enfrentar la vida.
La ciencia respalda esta idea: las emociones son contagiosas. Estudios en psicología social han demostrado que la energía positiva de quienes nos rodean puede reducir el estrés, mejorar nuestro estado de ánimo y fomentar una mentalidad resiliente. Por el contrario, la negatividad constante de un entorno tóxico puede agotarnos, minar nuestra confianza y hacernos dudar de nuestras capacidades.
Las personas con buenas energías no son perfectas, pero tienen una cualidad especial: ven los desafíos como oportunidades, escuchan con empatía y celebran los logros de los demás sin envidia. Son esas amistades que te animan a seguir adelante cuando dudas, los colegas que convierten un día gris en uno lleno de posibilidades, o los familiares que te recuerdan que siempre hay una luz al final del túnel. Su presencia nos inspira a ser mejores, a soñar más grande y a enfrentar las dificultades con valentía.
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