Covid19 en Cuba: ¿De verdad no perciben el riesgo?
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Foto: Ricardo López Hevia/ Granma
Escuché a una doctora asegurar que el asunto no es falta de percepción de riesgo, y creo que tiene razón.
A estas alturas del partido, quien no conozca o haya percibido el riesgo que comporta el nuevo coronavirus, no es de este planeta.
La información que hoy circula en Cuba y el mundo sobre el SARS-Cov2 es prolija. Cualquier botón que aprietes, lo mismo del mando del televisor, del radio, que del celular, la PC, la laptop, del tablet… lo primero que escuchas o ves es sobre el maldito virus.
También para aquellos con limitaciones auditivas o visuales funcionan alternativas que les permite estar informados, y hasta a los niñitos los ves por la televisión hablando del cirus y hasta mostrando dibujos sobre el macabro tema.
Entonces, el aumento de los contagios, de la falta de frenos, no parece estar en que falte percepción de riesgo, conocimientos sobre las mortales consecuencias que comporta el cuasi-bicho.
La cosa parece marchar por la inconsciencia, por un egoísmo mayúsculo, por un desinterés por el prójimo que aterra.
Porque si este o aquel se creen invulnerables o no les importa contagiarse, podría ser un asunto estrictamente personal en el que no habría por qué meterse y ni siquiera comentar, si esas conductas afectaran solo a ellos.
Pero sucede que esas decisiones afectan a muchos. Es por eso que sí hay que meterse y ponerles freno.
Como la razón de tales comportamientos está en la falta de consideración, de solidaridad, de consciencia –no en una escasa percepción del peligro-, entonces, ¿hasta qué punto es efectivo apelar sobre todo al civismo, a la conducta ciudadana?
Quizás sería conveniente, junto a la persuasión, arreciar más los mecanismos que obligan a la disciplina, no dejar las cosas sobre todo a la buena voluntad.
Lo he vivido personalmente. El otro día, con la mejor de las formas, me dirigí a unos muchachones que estaban jugando básquet encantados de la vida, todos sin nasobuco, arremolinándose, “pechito con pechito”, en torno a la cesta, intercambiando respiraciones y toses como quien comparte una panetela.
“¡Tía, pero si aquí na’ más estamos nosotros!”, me contestaron como quien espanta a una mosca y siguieron con el balón. Sí, estaban solo ellos; pero cuando lleguen a sus casas entonces estarán junto a sus padres, abuelos, hermanitos; contactarán con otros amigos, con vecinos… Pero, definitivamente, no les importan. Aunque declaren que los quieren mucho, no les importan para nada.
Pues a esos a quienes ni sus madres importan, les impondría una multa bien grandota. Es verdad que ya se están poniendo multas, pero deben ser más, y que pataleen en las redes los que siempre patalean, que formen su alboroto hablando de represión, abuso y lo que se les ocurra. Lo hacen porque ningún ser querido se les ha contagiado a causa de un irresponsable.
¿Cómo, si no, se resolvió en esta Isla el tema de los cascos para los que se trasladan en moto? No hubo demasiado alboroto, ni un solo mensaje de alerta circuló por los celulares. Sencillamente, la policía no dejaba pasar ni a uno, la voz se corrió, y aparecieron los cascos, que son bastante más costosos que un nasobuco, por cierto.
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