Carlos Acosta cumple 50
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Carlos Acosta, que es lo que se dice, una verdadera estrella de la danza, cumple este viernes 50 años. Medio siglo y tantas realizaciones que alcanzarían para dos o tres vidas profesionales. Ha habido, por supuesto, mucho empeño, mucho compromiso con su arte, estudio y no pocos sacrificios. Pero también ha habido—hay— talento, sensibilidad, deseos y capacidad para trascender medianías. Carlos Acosta es uno de los grandes del arte cubano. Y ha sido siempre embajador de una cultura (que es mucho más que sus expresiones artísticas) en las más grandes compañías del mundo. Orgullosamente cubano. Universal, porque primero es cubano.
De novela parece su itinerario, que una película autobiográfica recreó. Es la historia de un niño humilde que logró superar obstáculos y alcanzó las cumbres del ballet. Pero es mucho más: una historia de superación permanente, en la que contexto y voluntad se aunaron. El ejemplo de Carlos Acosta es muestra de la posible concreción de ciertas utopías. Cientos de niños y adolescentes, estudiantes de danza, lo tienen entre sus principales referentes.
Él pudo regodearse en sus logros —primer bailarín de emblemáticas agrupaciones, coreógrafo de éxito, artista solicitado por muchos en muchas partes— pero ha preferido aportar. En Cuba hizo realidad uno de sus sueños: una compañía, Acosta Danza, que se ha ubicado con fuerza y creatividad en el panorama escénico nacional. Y lejos de los reflectores ha contribuido con la formación de bailarines y coreógrafos. Uno de sus grandes méritos es abrirles espacios y escenarios a numerosos artistas cubanos en el mundo.
Pero hubiera bastado la contundencia de su arte para garantizarle un lugar de privilegio en la cultura cubana. Carlos Acosta ha conmovido, emocionado, estimulado a cientos de miles personas en el mundo. Los ha instalado, al menos por un momento, en el ámbito maravilloso de la creación. Y ese es el privilegio —y la responsabilidad— de los grandes artistas.
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Caridad Soler diaz
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