ARCHIVOS PARLANCHINES Sans Souci: ruletas, gánsters y revistas musicales
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Durante la dictadura del tirano Batista la mafia italo norteamericana convirtió a La Habana en un burdel de lujo.
La Habana de los años 50 es, sin dudas, una ciudad alegre, bulliciosa y cosmopolita, con un abanico de lugares de entretenimiento y diversión que les secuestra el tiempo a los ciudadanos, incluso a los más timoratos y menos entregados a la matraca y la lujuria.
Sin embargo, los polos de desarrollo comunitario en materia de diversión y crecimiento del arte y la cultura son pocos. Igualmente, los buenos espectáculos son un producto consumido solo por las élites.
La Habana, ciudad de contrastes
En nuestra capital las clases sociales acomodadas pueden visitar grandes cines, teatros, pabellones de exposiciones y recreo, restaurantes y otros centros de gozos, que se alternan con las virolas de las cantinas y las tabernas, donde el bolero y el son rugen con locura, y los parroquianos suelen ser de segundo e, incluso, inquilinos de barrios marginales como Las Yaguas, Cueva del Humo y Los Timbales.
Tampoco faltan los sitios para bailar entre los que figuran los jardines de las cervecerías La Polar y La Tropical, en la barriada de Puentes Grandes, y los salones del Centro Gallego y Asturiano, donde, además, se dan banquete y se festejar cumpleaños, fiestecitas de 15 y bodas, por lo general, rosas y frívolas.
Por supuesto, la urbe, donde un pobre vale menos que un comején, está repleta, igualmente, de elegantes bares, exclusivos clubes por suscripciones y balnearios con el sello de El Progreso y Las Playas, en El Vedado, donde no tienen acceso los obreros, empleados venidos a menos, mozos de mostrador y artesanos al por menor.
Los ricachones y los visitantes sin escrúpulos abarrotan también los night clubs habaneros como el Pico Blanco del Hotel Saint John´s, la catedral del feeling, El Gato Tuerto, el Sherezade, Las Vegas y el Alí Bar, donde actúa Benny Moré, junto a artistas de la talla de Fernando Álvarez, Celeste Mendoza, Orlando Vallejo y otros más.
Los cabarets como el Tropicana, Montmartre, Salón Rojo del Capri, Parisién del Hotel Nacional, el Copa Room del Habana Riviera y el Sans Souci, encabezan, por su lado, una industria del placer gobernada, en buena medida, por la mafia italo-norteamericana.
En este mundillo sórdido, el gran Lucky Luciano, su aliado, el judío Meyer Lansky, llamado «el financista de la mafia» y otros compinches, con posiciones de mando en la mayoría de los hoteles, se proponen levantar un Edén, y a pesar de los gastos escandalosos, reciben en La Habana a cantantes, bailarines, actores y actrices célebres que iluminan una ciudad con morbo de París.
No obstante, estos andamiajes nunca logran ocultar los sórdidos prostíbulos del Barrio de Colón, las casas de cita de Miramar, y las funciones pornográficas en vivo del teatro Shanghái, la calle Zanja 205, en las cercanías del Barrio Chino.
Por otro lado, en la Playa de Marianao, imprescindible por los sones y rumbas que se tocan en sus bares, las trifulcas, corruptelas, abusos, violaciones y atracos se hacen frecuentes.
El Sans Souci y su tufillo aristocrático
Los propios inicios del cabaret-casino Sans Souci no escapan de la polémica por el tufillo aristocrático y europeizante que tiene su denominación.
Sanssouci es, en realidad, el nombre del antiguo palacio de verano de Federico II el Grande, monarca ilustrado de Prusia, quien a partir de 1745 pasa temporadas en los edificios y jardines de esta joya del barroco Rococó, en Potsdam, cerca de Berlín.
El Sans Souci, derivación del francés que puede traducirse como «sin preocupaciones», es fundado al finalizar la Primera Guerra Mundial en el municipio habanero de Arroyo Arenas, en el km 15 del tramo de la Carretera Central que conduce hacia Pinar del Río y, con el tiempo, se transforma en uno de los lugares de su tipo de mayor popularidad en Cuba y todo el continente.
Se sabe que Arsenio Mariño, natural de Galicia y radicado en Cuba desde 1914, es durante los años 20 y 30 uno de los codueños del Sans Souci.
Sin embargo, a los jerarcas de la década del 40 se los traga la historia y en los cincuenta el cabaret-casino pasa a manos de los norteamericanos Sammy y Kelly Mannarino, oriundos de Pittsburg, quienes lo dirigen en sociedad con otros hampones de Detroit y Chicago, y la gerencia de Norman Rothman, alias Roughneck (matón).
Por cierto, este sujeto es miembro de la Cosa Nostra y está casado con Olga Chaviano, una bailarina exótica reconocida como la Cuban Bombshell (la sensación cubana).
Tras el gran escándalo internacional provocado por la denuncia en Estados Unidos del razzle-dazzle, un tramposo juego de dado en el que el cliente casi siempre sale perdiendo, Roughneck es sustituido de forma abrupta y los Mannarino no tienen más remedio que venderle el Sans Souci en 1953 al siciliano Santo Trafficante, padre, rey del juego de la bolita floridana.
Un lavado de cara
Poco después, Lefty Clark, un mañoso empresario de los casinos de Florida, es nombrado administrador del cabaret y, para limpiar la imagen del lugar, emprende a partir de 1955 una remodelación radical del Sans Souci a un coste de más de un millón de dólares.
De la noche a la mañana el sitio es convertido en una villa española antigua situada en un entorno rural, casi idílico. En sus paredes sobresalen modernas máquinas tragamonedas, en su salón de juego se ven las ruletas y las mesas de craps, black-jack y chemin de fer y, no lejos, es un espacio contiguo, los grandes apostadores de hacen pedazo.
Como colofón, un romántico techo de cristal es situado en uno de sus salones alternativos para que los asistentes no se pierdan las atracciones durante las noches de lluvia. La cocina está bien artillada y su carta-menú se sitúa entre las más completas del país.
Cuando el Sans Souci abre sus puertas de nuevo 2 años después tiene una capacidad de más de 1 000 personas y en su interior sigue funcionando el Nevada Cocktail Lounge, el cual tiene una propia programación, independiente del show de la sala principal.
El esplendor
Luego del fallido intento de cambiarle el nombre de Sans Souci por el de Copacabana o Copahabana, los nuevos césares de este Edén de calidad mundial ponen en escena shows llenos de fastuosidad y cosmopolitismo que, con los años, han resultado inolvidables.
El primero de ellos fue titulado “Sun Sun Babaé”, de raíces afrocubanas, con Merceditas Valdés y Celia Cruz, y el segundo “Bamba Iroko Bamba”, el cual estuvo dirigido por el maestro Alberto Alonso, enemigo acérrimo de Roderico Rodney Neyra, encargado de lo mismo en Tropicana.
La prensa de la época da fe de la presencia en el lugar, a finales de los 50, de intérpretes como Edith Piaff, Maurice Chavalier, Frank Sinatra, Tony Bennett, Nat King Cole, Billy Daniels, y Libertad Lamarque, quienes alternan sin empacho con figuras nacionales al estilo de César Portillo de la Luz, Frank Domínguez y Rosita Fornés, una vedette debutante en el mundillo del cabaret.
Por supuesto, el lugar tiene visitantes a montones. Entre ellos muchos ilustres: Marlon Brando, Kirk Douglas, Mario Moreno (Cantinflas) y Rocky Marciano, a quien, fallidamente, le proponen boxear allí.
En franca rivalidad con el Tropicana, el Montmartre y otras salas de platino, el cabaret apuesta también por el mundo del jazz con músicos como Cab Calloway, Johnny Mathis, Johnny Ray y la legendaria Sarah Vaughan, admirada por los amantes del género en la Isla.
La prestigiosa revista Cabaret comenta en 1957: «Por primera vez, una sucesión de estrellas bien conocidas ha sido traída a Cuba por un solo night club. Desde que abrió el Sans Souci ha presentado más famosos que todos los sitios similares de La Habana durante los últimos 5 años».
En sus mejores tiempos, el Sans Souci produce sus propios discos con la música que se interpreta en sus montajes.
Sans Souci, el preferido de los cubanos
César Portillo de la Luz, autor de Contigo en la distancia, recalca, antes de fallecer, que Tropicana y Sans Souci son diferentes: el primero es el preferido de los visitantes foráneos y el segundo es más para el escaso número de cubanos que puede pagar sus altos precios.
En la noche del 31 de diciembre de 1958, en vísperas del triunfo de la Revolución, se presenta en sus tablas un recital con Las D’Aida y la compañía Sabor y Souvenir, de Haití, con Martha Jean Claude a la cabeza.
Fue su última función, el Sans Souci no puede adaptarse a los cambios sociales que se viven en la Isla y nunca vuelve a abrir sus puertas.
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Frank Padrón
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