ARCHIVOS PARLANCHINES: Las estatuas de la Plaza del Carmen

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ARCHIVOS PARLANCHINES: Las estatuas de la Plaza del Carmen
Fecha de publicación: 
13 Noviembre 2020
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La Plaza del Carmen, alejada de las zonas de mayor bullicio del casco histórico camagüeyano, tiene atractivos regionales y huellas visibles de la idiosincrasia que el caminante no olvidará con facilidad. Sus esculturas, ricas en vivacidad y entorno barrial, junto a su entramado arquitectónico, de evidentes tintes coloniales, tienen un tufito de veteranía, que, sin embargo, no huele a viejo ni le tira las puertas en la cara a las nuevas generaciones.

El pozo de las mil miserias

En las cercanías de la hoy Plaza del Carmen existe en el siglo XVIII el pintoresco Pozo de Gracia, capaz de proporcionar agua fresca y abundante a decenas de moradores carentes de casi todo, quienes con los años bautizan al lugar como Plazuela de Bedoya, en recordación de un tal Ángel Bedoya, peninsular dueño de un próspero bodegón en la zona.

La plazoleta, frecuentada por familias de colonos pobres, mulatos y negros libertos que mantienen vigente el folclor afrocubano, es el epicentro de un intenso intercambio comercial y cultural y de un copioso anecdotario que actualmente se atrinchera en una pulpería que se llama igualmente Pozo de Gracia, reflejo de ese delirio de mestizaje típico de los callejones camagüeyanos.

Dos torres para un templo

Después de fracasar en los setecientos la edificación de un templo de tres naves y de un hospital de mujeres, los herederos del matrimonio Hidalgo-Varona donan en 1823 los terrenos para levantar el santuario que podemos disfrutar en estos días y de un nuevo centro de salud al servicio de las damas. Tales obras, finalizadas a fines de 1825, logran vencer algunos contratiempos gracias a las donaciones de las familias ricas, las contribuciones del pueblo y la labor incansable del padre franciscano José de la Cruz Espí, conocido como el Padre Valencia, probable proyectista de todo el complejo.

La Iglesia de Nuestra Señora del Carmen es la única en Camagüey que exhibe dos torres: la primera, a la izquierda, es concluida en 1826 y la segunda, a la derecha, está lista en 1947. Aunque la majestuosa fachada de tres accesos anuncia un edificio de tres bóvedas, en realidad, el inmueble posee solo una planta uninave de modestas proporciones con vestíbulo, coro, presbiterio y sacristía. En su decoración, sencilla, y a la vez hermosa, sobresalen las pinturas murales de la cúpula que representan los cuatro evangelistas y son ejecutadas por Joaquín Miranda.

Al lado de la nueva morada de Dios, los díscolos arquitectos coloniales erigen en 1829 el Convento de las Madres Ursulinas, formado por dos claustros, donde se pueden observar gruesos pilares, arcadas de medio punto, vitrales y atractivos ojivales que embellecen su delantera ecléctica. Allí, aseguran varios estudiosos, comienza a desarrollarse la educación de las mujeres principeñas menos favorecidas.

Un parto forzado

Cuando el proyecto modernizador de la curia eclesiástica está próximo a terminar el regidor José Nicolás Montejo le propone al Cabildo el 6 de mayo de 1825 demoler tres viviendas, pues «sería conveniente formar una plaza para el mayor decoro, comodidad y desahogo de la Iglesia del Carmen…».

El nuevo espacio público, escalonado en uno de sus lados, recibe el nombre de Calle del Paso o Plaza del Carmen a la cual se accede por Hermanos Agüero, rúa repleta de viviendas muy pobres, con tejitas de barro que se unen de familia en familia, antes de darle paso a residencias más vistosas con puertas españolas, ventanas que suben casi del suelo, y patios interiores llenos de tinajones.

Como indica el investigador Roberto Méndez, nuestra plaza, la más pintoresca del Centro Histórico camagüeyano y Patrimonio Cultural de la Humanidad, está muy vinculada durante la época de la colonia y la república con los festejos de San Juan, donde se imponen las comparsas, tambores, rumbas, mulatas con prominentes caderas y connotados santeros.

A partir de los años 50 del pasado siglo el área empieza a languidecer, al igual que la no muy lejana plaza San Juan de Dios, víctima del desamparo, el desgaste y la falta de mantenimiento. No obstante, para los lugareños nunca pierde del todo su viejo esplendor y ese aire intemporal que la humaniza y le regala un ambiente más íntimo.

Las Tres Chismosas y otros personajes…

Como nos explica Yaniel Pérez Guerra, especialista principal, a principios de los 2000 la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey, que ocupa desde 1997 los locales de las veteranas monjas ursulinas, decide poner en práctica un proyecto de carácter sociocultural para interrelacionar diferentes acciones en función del entramado estatuario que se colocaría en la Plaza del Carmen.

En consecuencia, y casi de la nada, el espacio, de puros adoquines, se ve beneficiado con un interesante proceso inversionistas que permite la aparición, en diferentes momentos, de un Taller de Grabado, de una Casa del Tabaco, de una Casa del Artesano, de la sala de exposiciones de Roberto Noguel, un creador joven, y de los restaurantes El Ovejito y El Paso (con su flamante hostal).

El centro de esta policromía es, sin dudas, la casona colonial, con piso de ladrillo, donde funciona el estudio-taller de la artista de la plástica Martha Jiménez, Premio Unesco por su quehacer integral, donde los paseantes, exploradores y académicos pueden hallar sus pinturas, grabados, cerámicas, barros, platos con esmaltes y dibujos al carboncillo.

A la camagüeyana pertenecen, igualmente, el Guillén a Viva Voz, de la Plazuela Juana del Castillo, el gigantesco triciclo de hierro que con el título de Contra Viento y marea sorprende a los caminantes en la habanera Avenida del Puerto y las figuras monumentales de la ciudad turca de Eskisehir.

Martha Jiménez, merecedora de la Distinción por la Cultura Nacional y con trabajos expuestas y premiadas en numerosas naciones del mundo, es, asimismo, la diseñadora de las efigies de la Plaza del Carmen, de tamaño natural, donde la intención ornamental no impide el desarrollo de motivos costumbristas en un juego lleno de luz, fantasía, ilusión, sonrisas y curiosidad.

Tales estatuas son hechas con marmolina entre 2002 y 2003, y más tarde, llevadas al bronce en los talleres Caguayo, de Santiago de Cuba. Se trata de tipos callejeros, aparentemente sin historia, que, paradójicamente, pueden ofrecernos notables lecciones de vida.

El Matao o el Vendedor de Agua: Obra inspirada en Gerardo García Prado, descendiente de una familia de esclavos libertos que recibe este apodo cuando niño, luego de caerse de un lugar muy alto y salir ileso. Ayudaba a las madres ursulinas como mandadero y asistente a cambio de comida y techo. Después del triunfo de la Revolución llega a tener hogar propio, y aunque nunca se dedica al oficio de aguador, se le representa tirando de una carretilla llena de porrones por ser el agua un elemento alegórico de la localidad.

El Lector de Periódico o el Periodiquero: En esta imagen vemos al vecino Norberto Subirat, un jubilado con características físicas isleñas que se sienta en los bancos de la intemperie para recordar sus años de faena y leer el diario de manera parsimoniosa. Estaba vivo aún en 2017 y nunca deja de atraer a los turistas por ser un hombre sencillo, humano, locuaz y carismático.

Las Tres Chismosas: Se trata de unas señoras que tras culminar sus labores hogareñas se sientan en los taburetes de la plaza a fin de tomar café y compartir las novedades del día. Son gruesas, agraciadas, con un fino sentido del humor y una pizca de sensualidad. Para algunos marcan la perfecta ecuación de la solidaridad, el espíritu crítico y la ardiente sangre caribeña. El conjunto, el más emblemático de la autora, no se inspira en ningún patrón acreditado, y forma parte de la serie Chismosas, muy conocida a nivel internacional.

Pareja de novios: La artista no concibe un parque o plaza carente de los amoríos y las relaciones de pareja. Este montaje figurativo combina la belleza real con la ficción e integra la serie Amantes bajo el tiempo, salpicada también de color local.

Epílogo

El Complejo Escultórico Plaza del Carmen, de Martha Jiménez, modelo de fusión de las artes visuales con las manifestaciones asimétricas y llenas del bullicio de los espacios públicos, compite con experiencias similares vividas en México, España y Alemania, a la vez que refuerza la identidad cultural del orgulloso Camagüey de nuestros abuelos. Y lo mejor: lo hace sin estridencias y sin ambiciones que vayan más allá del guiño aprobatorio de la población.

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