ARCHIVOS PARLANCHINES: La guerra de las comparsas
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Las comparsas habaneras comienzan a perpetuarse a partir de 1902, cuando se celebran los primeros carnavales republicanos, con el patrocinio del entonces alcalde de la ciudad, don Carlos de la Torre (recordado naturalista), y el olor, el sabor y el alma de todo el pueblo.
Entonces, el movimiento desenfrenado de nalgas, caderas y brazos; el rumor bravío de zapatos y pies; las piruetas de los faroleros y el trepidante y alborotador taratatá del cornetín comienzan a trazar una época que los viejucos de hoy nunca podrán olvidar.
Los cronistas al estilo de Federico Villoch, dramaturgo del Teatro Alhambra, mencionan entre las comparsas precursoras a Los Moros de Venecia, Los Turcos de Regla, Los Mandingas Moro Azul, Las Gitanas, Los Toreros, Los Chinos, El Pájaro Lindo y La Culebra (con su enorme ofidio de trapo arrastrándose por el suelo).
Estas agrupaciones, desperdigadas y mal vestidas, sufren prohibiciones y un desalentador abandono oficial, por lo que sus niveles de trascendencia serán limitados.
Blancos que se pintan la piel color chapapote
En aquellos primeros años, es El Alacrán la agrupación que se lleva los reflectores por la audacia de sus diseños coreográficos, el empuje de sus bailadores, la música callejera y sus colosales farolas, las más grandes jamás vistas.
Esta comparsa surge en 1908 en el solar Los Carretoneros del antiguo barrio de Jesús María, en la Habana Vieja. Sus primeros integrantes son hombres pertenecientes a la secta abakuá Segundos Hermanos Blancos, a excepción del negro Gerónimo Ramírez Faure (Nito), primer eslabón de la dinastía de los Ramírez, quien pertenece a su directiva.
Nito, igualmente, hace el papel de Torcuato (contramayoral) en un sainete de estilo bufo que forma parte de la comparsa y se presenta durante el desfile en una suerte de teatro de los barracones, de corte anecdótico, imperdible hasta para los más amargados.
Los bailadores se pintan la piel color chapapote (por influencia, tal vez, del “negrito” de Arquímedes Pous) y asumen los papeles de los hombres y las mujeres, pues estas no pueden participar en tales jolgorios.
Además, se ponen pañuelos, argollas, collares, pantalones, largas faldas y otros accesorios, con el fin de simular una dotación de esclavos.
De todas formas, es bueno apuntar que los alacraneros, debido a una prohibición de la Alcaldía de La Habana, no pueden utilizar aún los grandes instrumentos de percusión ni las trompetas, una carencia resuelta, a medias, por las filarmónicas, guayos y timbales, junto a instrumentos de viento como el clarinete.
El Alacrán saca su aguijón
Triunfadora casi absoluta en los carnavales del 08, El Alacrán, dirigida por un conocido tabaquero, muy pronto entra en problemas con los gavilanes del capitalino barrio de San Lázaro, encabezados por “El Fiscal”, un tipejo que se mueve bien entre los candidatos en las diferentes contiendas electorales. En consecuencia, los “jierros” no demoran en aparecer.
En 1912 el alcalde de La Habana, general Fernando Freyre de Andrade, autoriza que las comparsas abandonen sus barrios y se muevan por toda la ciudad. Y unos dos años más tarde, el destino funesto quiso que El Alacrán se encontrara con El Gavilán en la céntrica esquina de Belascoaín y San Lázaro. Odalys Ramírez García, actual directora general de El Alacrán, nos cuenta:
“En medio de la bronca que se armó, los bailadores de El Gavilán nos quitaron el alacrán, lo que antes era una ofensa muy grande, algo amoral. El portaestandarte entró en el baño de un bar y se quitó la vida con un cuchillo. Era muy apasionado: tenía mucho concepto de pertenencia.
“Por dichos hechos, estalló una guerra. A nosotros se nos unieron Los Sapos, quienes les robaron el estandarte a ellos, y los gavilanes se alistaron para recuperarlo en Jesús María, un barrio que enseguida se puso en pie de guerra.
“Imagine usted… todas las personas tenían en sus manos latas con agua caliente, palos, cuchillos, piedras, de todo… Se armó la tremenda… ni pensarlo… Cuando el combate estaba en su apogeo, un grupo de los nuestros recuperó el alacrán en la tierra rival”.
La investigadora Inés María Martiatu asegura que la pelea terminó con tres muertos y varios heridos de ambos bandos.
El encierro
Debido a estos incidentes, la Alcaldía de La Habana, mediante un decreto lapidario, suprime, en 1917, los desfiles de las comparsas y las congas.
En lo adelante, las festividades carnavalescas continuarán celebrándose en los grandes teatros, casonas particulares y sociedades de recreo de blancos y negros, donde los bailes de máscaras y disfraces se hicieron frecuentes. Tampoco faltan los paseos de coches y autos con flores y adornos diversos que llenan de vida a la Alameda de Paula, al actual Prado, al otrora Campo de Marte y a la Calzada de la Reina, entre otras populosas vías.
La comparsa de El Niño.
El Alacrán se muda para El Cerro
Por fortuna, las comparsas, reaparecen durante las fiestas de febrero de 1937 y este mismo año Santos Ramírez Arango (El Niño), músico de profesión e hijo de Nito, reorganiza El Alacrán en El Cerro y se dispone a tomar la calle para pasear su arácnido delante de las narices de los que se oponen a estas fiestas tumultuarias. Claro, sobre esta historia nos ocuparemos en otra estampa…
Víctor Amado Marrero interpretó a Tata Cuñengue, el brujo de la comparsa, con más de 80 años de edad…
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