Archivos Parlanchines: Águila Negra, rey de los estafadores

Archivos Parlanchines: Águila Negra, rey de los estafadores
Fecha de publicación: 
12 Enero 2024
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Imagen principal: 

José Roque Ramírez, llamado con los años El Águila Negra, nació el 16 de agosto de 1887 en la localidad holguinera de Tacajó, un recóndito punto del norte oriental cubano. Su destino era fatal: sería un guajiro muerto de hambre de la Cuba rural de aquella época.

Sin embargo, como comenta el colega Argelio Santiesteban, el niño no vino desarmado al mundo, pues lo acompañaron desde los primeros años tres cruces: un cerebro privilegiadísimo, la astucia para ganarse la confianza del prójimo y una carencia total de escrúpulos.
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Su fama de un hábil e ingenioso estafador, que llegó a burlar a la policía de buena parte del mundo, está más que justificada.  

Su historial delictivo es impresionante. Valgan, para ilustrar, estos dos ejemplos: en Canadá, despojó de 250 mil dólares a una anciana a la que le había jurado “amor eterno” y en la Guayana francesa se sentó a jugar a las cartas con el Gobernador General, quien terminó desplumado.

Gracias a estas tropelías Roque Ramírez se ganó el mote internacional de El Águila Negra, aunque algunos biógrafos noveleros lo llaman también el Arsenio Lupin tropical.

Las trampas de El Murciélago

Según el periodista holguinero Ángel de Jesús Quintana, autor de un libro sobre el sujeto, cuando adolescente trabajó la tierra sin éxito alguno, antes de trasladarse a la ciudad de Guantánamo, donde debutó en el mundo delincuencial estafando a la gente con billetes de 20 dólares falsos.

Luego de ser descubierto, fue condenado a 14 años de prisión que nunca cumplió, porque se escapó y se refugió durante tres años en Boca de Samá, donde su mamá lo enseñó a leer y a escribir. 

Tiempo después, fue capturado de nuevo cuando visita su pueblo y le impusieron una pena de más de 10 años de privación de libertad en la Cárcel Provincial de Oriente, ubicada, entonces, en la calle Marina número 12, en Santiago de Cuba.

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En ese establecimiento penal se hizo amigo de El Murciélago, un anciano gaditano de nombre Leonardo Tejeda Legón, quien cumplía 30 años, y le enseñó todas las trampas posibles en los juegos de cartas y en el tortuoso arte de timar al prójimo. 

Poco antes de morir, El Murciélago le dejó un grueso cinturón de cuero con su doble forro cargado de monedas de oro.

Sus grandes diabluras 

El Águila Negra no cumplió su encierro. Fue indultado por el presidente Mario García Menocal gracias a que su prima era la esposa de un ministro del gabinete.

Ya en libertad puso en práctica todo lo aprendido con El Murciélago, lo cual le permitió salir vencedor en cuanto juego de naipes participó. En Sagua la Grande, de una sola sentada, se llevó 5 000 pesos y 6 000 más en Ciego de Ávila.

A renglón seguido, se fue a pelear con el mundo lleno de buenas apuestas: es elegante y bien “macho”, se viste bien, tiene buenos modales y exhibe un verbo fácil y ameno que enmascara su alma de perfecto embaucador.

Tal es así que se metió en la piel de muchos personajes. Fue abogado, ganadero, magnate petrolero y hasta diplomático.

Nuestro hombre de tira anclas en Ciudad de México y, siempre en camarotes de lujo, visitará Barcelona, Londres, Manila, Shanghái, California, San Francisco y varias ciudades más. 

En todas estas comete fechorías y estafas, aunque se gana a todos con su cordialidad y gentileza. Se muestra como un caballero opulento que hace regalos fantásticos a los ricos y sorprende a los que lo sirven con propinas de escándalo.

En Bahía Blanca, Argentina, con el nombre de Belisario Roldán, un rico magnate petrolero, adquiere caballos de pura sangre y más de mil toros de raza con destino a su granja experimental, en México, y se escabulle antes de pagarlos. 

Eso sí, no se marcha de la Argentina sin antes estafar a un importante joyero bonaerense por más de 60 000 dólares.

En la ciudad haitiana de Puerto Príncipe se presenta como un diplomático mexicano interesado en adquirir, por instrucciones de su gobierno, grandes cantidades de café. Es ahora el señor Castañón y pone en su mirilla a un caficultor francés radicado en la isla, el señor Berard, viejo, arisco, egoísta y ambicioso. 

Uno de sus biógrafos comenta:

“Le compra todo un cargamento del grano y enseguida le ofrece al galo 100 000 dólares por su posesión y le explica el motivo. Ha descubierto en ella un entierro de barras de oro. No accede el francés a la venta, pero está dispuesto a compartir las ganancias. Busca Roque Ramírez un detector de metales: cincuenta lingotes salen de la tierra. Raspa uno de ellos y Berard no tiene dudas: es oro puro.

“Castañón insta al francés a que viaje a Nueva York para una venta seguro. Le pide un favor, que le anticipe 30 000 dólares a fin de emprender cierto negocio. Da Berard gustoso el dinero. 
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“En Nueva York el fiasco fue total. Eran de bronce los 49 lingotes. El que sí era de oro puro estaba en poder de El Águila Negra, quien pidió conservarlo como recuerdo”.

Claro, a este bandolero de guantes blancos no siempre le salieron bien las cosas: un torero burlado lo tiró al mar desde un trasatlántico en una zona infestada de tiburones y en China un terrateniente engañado le propinó una paliza descomunal y lo obligó a trabajar como esclavo en sus arrozales hasta que logró perderse en un bosque cercano.

¡A la caza del ladrón!

En 1937 el personaje se apareció en el Hotel Nacional con un porte distinguidísimo, metido en el traje de un multimillonario hombre de negocios mexicano, y luego de provocar muy buen impacto, trató de estafar nada menos que al coronel José Eleuterio Pedraza, temido jefe de la policía, en una jugada que le salió mal, pues fue delatado por un oficial del ejército. 

Al final, lo metieron en la cárcel dos años y tras una amnistía general concedida por Fulgencio Batista regresó en 1943 a México y se instaló en su lujosa residencia de Chapultepec en Ciudad de México.  

Sin embargo, ya nada será igual. Dos policías cubanos, Jacinto Hernández Nodarse y Luis Torres Catá, le siguieron los pasos, los tribunales cubanos lo reclamaron y la policía de México lo detuvo en más de diez ocasiones. 

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Gasta Roque Ramírez una fortuna en abogados que retardaron una y otra vez la expulsión de México hasta que fue extraditado el agosto de 1944 y sentenciado a una larga estadía en la prisión tras descubrirse la falsedad de su ciudadanía mexicana. 

Como era de prever, no cumplió tampoco su pena en su totalidad en el Castillo de El Príncipe, ya que salió de prisión en el año 1954, gracias a las gestiones de un oficial del ejército de Batista que logró su indulto.

Más adelante, se trasladó a México con toda su familia y falleció en 1967, a los ochenta años, víctima de un derrame cerebral.

Comentarios

Ingenioso y documentado como siempre. Gracias.

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