¡Cuidado!, hay perro

¡Cuidado!, hay perro
Fecha de publicación: 
8 Octubre 2019
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La anciana salía confiada de la farmacia, mientras trataba de guardar en el bolso los medicamentos adquiridos, cuando el fuerte ladrido de un imponente Rottweiler la hizo dar un grito de terror.

Apenas unos centímetros la separaron de una dentellada de aquel animal que, sin bozal, se paseaba por el bulevar de la ciudad atado con una fina correa a la mano de su dueño, el que, a su vez, conversaba animadamente con un conocido, sin prestar la mayor atención al comportamiento del can.

La anécdota, presenciada con sobresalto por varios transeúntes, no es un hecho aislado, todo lo contrario. En otra concurrida cuadra de la ciudad, todos los días a la misma hora, se pasea por la acera como amo y señor del lugar un hermoso Pastor alemán, mientras a varios metros de distancia su propietario le deja saber a las personas que se detienen atemorizadas, que el perro “no hace nada”.

Los casos de animales sin control en la vía pública son numerosos y pueden observarse en cualquier punto de la geografía, donde cada vez resulta menos común ver un perro con las fauces protegidas, ya sea en un parque, mercado o hasta dentro de una tienda.

Tales situaciones dejan ver conductas inapropiadas en el manejo de las mascotas, que si bien su posesión constituye un derecho de cualquier persona, también representa una obligación ante la protección de la sociedad y el propio animal.

Sobran ejemplos del actuar indolente de ciudadanos que violan las normas de convivencia, permitiendo a sus animales domésticos hacer las necesidades fisiológicas frente al garaje del vecino, en portales, aceras o en cualquier espacio común sin que encuentren ninguna resistencia.

Detrás de esas actitudes, por desgracia bastante frecuentes, hay un marcado egoísmo y menosprecio por la propiedad social, que hace a los individuos comportarse como si fueran los amos y señores de cuanto les rodea.

Es censurable la actitud de aquellos que toman un perro o ejemplar de cualquier especie bajo su custodia y no le proporcionan las condiciones indispensables para su subsistencia o no les controlan sus impulsos irracionales para evitar molestias al prójimo y exponen a otros a ser agredidos sin motivos.

Del perro, se ha dicho, es el mejor amigo del hombre, porque sabe corresponder con fidelidad al cuidado y cariño que este puede profesarle, sin embargo, no puede culparse a ellos, sino a sus dueños, por el comportamiento inadecuado que asumen en lugares públicos, ya sea por nerviosismo o sentirse acorralados entre extraños.

En el barrio, ese espacio de la sociedad que nos resulta cercano y donde confluyen personas de diversas edades, profesiones u oficios, es imprescindible ser comedidos y responsables para vivir en armonía y tener la tranquilidad que se requiere para el intercambio familiar, el estudio o el descanso.

La observación de las buenas costumbres pasa también por el cuidado que se les brinde a esos animalitos que seleccionamos para que nos hagan compañía, pero en el mejor de los casos, responden a nuestra decisión personal y no deben representar una molestia ni un riesgo para el resto de la sociedad.

Rescatar valores como el respeto hacia la propiedad social, el buen comportamiento ciudadano, el cumplimiento de las normas de cortesía y la solidaridad con el prójimo, no es un eslogan más, sino un imperativo impostergable para impedir que sucumban esas cualidades que nos han hecho fuertes y resistentes a cualquier adversidad.

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