Las palabras que inventó Julio Cortázar
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Julio Cortázar siempre consideraba la literatura como un juego. El escritor argentino jugaba con los géneros, jugaba con las formas, pero también con el lenguaje.
«Yo ya no podía aceptar el diccionario, ni aceptar la gramática. (…) El buen escritor es ese hombre que modifica parcialmente el lenguaje. (…) Los prosistas introducen toda clase de transgresiones que hacen palidecer a los gramáticos y que luego son aceptadas y entran en los diccionarios», explicaba Cortázar.
Entre sus invenciones, nos dejó ese significado ambiguo que cada lector le encuentra a los cronopios, a las famas y a las esperanzas en su serie de relatos.
Sin embargo, quizás sea en el capítulo 68 de Rayuela, su antinovela collage, donde el lenguaje creado por Cortázar cobre su máximo protagonismo formal.
Cuando releemos el capítulo 68 de Rayuela, el escritor nos adentra en un nuevo mundo de palabras imaginarias, como ya lo había hecho Lewis Carrol en su poema Jabberwocky u otros escritores vanguardistas. Aquí, Cortázar nos entrega un capítulo digno de la Torre de Babel.
«Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo».
El glíglico o lenguaje inventado de estos párrafos funciona como juego y como un verdadero quebradero de cabeza para los traductores la obra cortazariana.
No en vano, Cortázar inserta palabras imaginarias junto con otras incluidas en los diccionarios, para crear más verosimilitud en el lector. El resultado es una narración íntima entre los dos protagonistas de Rayuela, La Maga y Oliveira, que activa la imaginación del lector.
Así, en este capítulo 68, leemos las palabras que inventan estos dos enamorados para describirnos uno de sus encuentros amorosos. Toda pareja usa ciertos vocablos solo reconocibles por ellos mismos, cuyos significados son ajenos al resto del mundo. Cortázar juega y el lector participa.
«Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, las esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé!»
Una vez que el lector asume la invención, se deja seducir por la melodía de estos nuevos vocablos creados por el autor de Rayuela. Apenas importa el significado, la música de cada palabra crea una nueva y melódica sintaxis que nos muestra la sensualidad de la escena.
«Vemos, una vez más, la complicidad con el lector, que, en este caso, se puede volver en contra de él, pues se avergonzará, quizás, al comprobar como su imaginación ha recurrido a términos más gráficos que los empleados por el escritor», escribe Andrés Amorós en el prólogo de Rayuela publicado por la editorial Cátedra.
Julio Cortázar murió el 14 de febrero de 1984 y fue enterrado en Montparnasse, el cementerio parisino al que acuden muchos de sus seguidores y donde descansan sus restos, junto a su última pareja, Carol Dunlop. El autor argentino nació el 24 de agosto de 1914. Justo este mes, el Cronopio Mayor celebraría su 98 cumpleaños.
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yuli
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