Argel convulsiona por protestas populares, pero conserva vitalidad

Argel convulsiona por protestas populares, pero conserva vitalidad
Fecha de publicación: 
28 Marzo 2019
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La crisis desatada desde el 22 de febrero, cuando en las calles se rechazó el anuncio del presidente Abdelaziz Bouteflika de aspirar a un quinto mandato consecutivo (decisión que luego declinó), tiene sus efectos en todo el país, pero se palpa con inocultable nitidez en Argel, epicentro de las protestas.

Despliegue inusual de policías y carros antidisturbios, desvíos ocasionales de la circulación vial y grupos gremiales o políticos con sus reivindicaciones en distintas zonas de la ciudad, corroboran que esta nación no vive precisamente la mejor época post-independencia.

Sin embargo, cada amanecer Amin Hidi abre su puesto de expendio de kebabs, shawarmas (bocadillos típicos en países árabes por lo general elaborados con pan de pita, salsas, verduras y carne) y pizzas en inmediaciones de la Grande Poste, un emblemático edificio de correos del centro de la capital.

'Quiero también el cambio del sistema, que él (el presidente) y sus ministros renuncien y den paso a gente nueva, pero hay que alimentar a la familia, no podemos parar, hay que trabajar', comentó a esta agencia mientras levantaba la puerta metálica de su negocio para iniciar la faena.

Como Hidi, piensa casi la totalidad de dueños y empleados de cafeterías, restaurantes, tiendas y otros establecimientos, incluidos los vendedores ambulantes o instalados en improvisados quioscos que intentan hacer 'su marzo' aprovechando el incesante vaivén de argelinos por la urbe.

La Grande Poste, un hermoso edificio de color predominantemente blanco y estilo neo-morisco que data de 1910, era la sede principal de correos de Argelia, pero hace años alberga el museo dedicado a la historia de esa labor y en los días que corren es un punto neurálgico de las movilizaciones.

Mientras estudiantes, abogados, académicos o sindicalistas alzan voces y pancartas reivindicativas desde las escaleras frontales de ese inmueble, en la explanada contigua se erigen carpas para la venta de ropas, bisutería, sandalias, carteras y cuanto artículo artesanal típico pueda imaginarse.

A la par, un humeante café -expresso o 'turco' (estilo muy consumido entre los árabes)- avisa al transeúnte que hay donde sentarse para reponer fuerzas y mitigar la fría brisa que sube con aromas de mar desde el puerto de Argel, apenas unos metros hacia abajo.

En un espacio del parque (aquí le llaman jardín) Khemisti, apicultores y vendedores asociados a éstos expenden miel de abeja 'para endulzar la vida, mucho más ahora', bromea uno de ellos con el potencial cliente, mientras en otras mesas pueden obtenerse títulos de libros en árabe y francés.

Cuando el transeúnte logra sortear el enjambre de autos que transita por esa zona del antiguo barrio europeo de Argel, tropieza con quienes tratan de llevar dinero al bolsillo -y de paso brindar algo de fruición básicamente a niños y mujeres- con el expendio de peces ornamentales, rosas y otras flores.

La pericia comercial permite a Ahmad convencer a una madre para que satisfaga el antojo de un niño por un llamativo goldfish, o a Mohammad señalar con su dedo índice hacia el cielo e invocar a su Dios Allah, tras haber vendido su primer pantalón del día en una tienda más exclusiva.

Son rutinas de una metrópoli apacible que, sin embargo, ya hace cuenta regresiva para ver un mar de pueblo volver el viernes a la calle Didouche Mourad y concentrarse en la Grande Poste para exigir el 'cambio radical' del sistema, pero mientras tanto -insistía Amin Hidi- 'la vida sigue'.

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