Miguel, el presidente feliz

Miguel, el presidente feliz
Fecha de publicación: 
28 Septiembre 2018
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Las historias de altruismo y entrega a los demás que ha protagonizado son tan únicas en estos tiempos, que casi pudieran resultar difíciles de creer si se las escucha contar a un tercero. Pero basta oírselas narrar a él mismo, desde una simplicidad que conmueve y mirándote recto a los ojos, para quedar convencido de que se está frente a un ser excepcional.

Y lo mejor, si alguien quiere conocer a ese cubano que desde la anónima cotidianidad ha roto tantos moldes, solo tiene que preguntar en Jaimanitas por Miguel Sánchez, el presidente del Comité de Defensa de la Revolución (CDR)... desde hace 35 años.

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Miguel Sánchez convirtió en brújula de su vida aquella promesa de «Seremos como el Che» que le enseñaron en la escuela.


Ni siquiera hace falta llamar a su puerta. Siempre está abierta, «por si alguien llega y necesita algo». Y si por casualidad Miguel regresa del trabajo y se encuentra la casa cerrada porque los hijos están en sus cuartos, hay que oírlo.

Lleva 55 años viviendo en el poblado costero de Jaimanitas, del que nunca se ha separado. Habita allí en la misma casa que le vio nacer.

Y quizás por la fortaleza de las raíces que lo enlazan a ese humilde pedazo de Cuba, o porque su padre había sido coordinador de la zona de los CDR y también presidente de la organización, cuando Miguel tenía solo 19 años asumió en el lugar donde vive la presidencia del CDR número 2, Pelayo Cuervo, zona 63,... y todavía no la ha soltado.

Pero habría que agregar otro motivo, probablemente el de más peso: su deseo de ayudar a los demás, de transformar en mejor cada cosa. Motivos que, en definitiva, se apuntan entre las maneras de defender la Revolución, razón de ser de los CDR.

«En aquel entonces vi aquello como una fiesta, y el paso del tiempo me demostró que a las personas hay que conocerlas, escucharlas, quererlas, no es solo convocarlas a una reunión».

Y las reuniones del Comité de Miguel son tan especiales como él. El ejecutivo se reúne con antelación en casa del presidente para preparar cada punto, en ellas no hay nada improvisado y menos «solo para cumplir».

Por eso, porque la clave es conocer a la gente para la que trabajas. «Cuando Cuba perdió en el primer clásico mundial de pelota, esta sala estaba llena de gente mirando el juego, y lloramos todos juntos, lo sentimos como algo muy hondo. Y como la reunión del CDR estaba fijada para el día siguiente, al empezar, de lo primero que hablé fue del dolor que todos los cederistas estábamos pasando por haber perdido. Me nace ser así, no me gustan las cosas formales. Ellos necesitan que yo les sea franco y lo soy, porque así quiero que sean conmigo».

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Su desborde de afectos y ternura alcanza a sus mascotas, a todos los seres vivos.

Y si hay un enfermo en el barrio, Miguel es el primero en pasar a verlo y preguntarle sin protocolo qué hace falta; si el ciclón está llegando, es igual el primero en juntar hombros con los vecinos.

«Cuando el ciclón viene, saco a mi mujer y mis hijos, los llevo para un lugar seguro, y ya para mí no existe más nada que ayudar a los demás. Hasta con el agua a la cintura —porque cuando el río de aquí al lado se desborda, esto se pone feo— he ido a proteger refrigeradores, a llevar personas para que se evacúen en la escuelita, los monto en la guagua, me intereso por cómo las atienden...».

No pocas veces el Migue, como le llaman todos, ha hecho también de mediador en discusiones entre vecinos. «Tú ves que primero viene una y me da las quejas, y al ratico viene la otra también a decirme. Y yo en el medio, apaciguando, hablando con cada una, porque con las dos familias tengo las mejores relaciones».

Escenas como esas y otras en las que van a contarle desde penas del alma hasta problemas con el techo se repiten casi a diario en la vida de este hombre que a nadie dice «no puedo» o «ven después».

«Pasa que un presidente del CDR lo es las 24 horas, no se es revolucionario solo en horario de oficina».

Por eso, cuando termina su diaria jornada laboral como jefe de almacén en una gerencia de Copextel relacionada con equipos de clima, a veces no lo dejan ni llegar a la casa. Los vecinos lo interceptan a medio camino para contarle uno que estuvo en la iglesia, y él, que qué bueno que se sintiera más tranquilo allí, que el pastor es muy buena persona, se criaron juntos; el otro, para comentarle que Fulanita no parece andar bien encaminada en amores, que si promiscua, que si jinetera; y él, que no la ha visto en nada, que no tiene pruebas, pero la pone como activista a organizar la próxima actividad del Comité.

Hasta en medio de una fiestecita familiar por el cumpleaños de la esposa han ido a buscarlo. Y lo han encontrado, dispuesto como siempre.

Masas, mazas, ejemplos

Como este presidente de CDR conoce que cada vecino es una historia, y no una asistencia más en la reunión, recuerda al conversar con la reportera, a propósito de las organizaciones de masa, que «esa masa hay que verla como la suma de nombres propios, de historias, de alegrías, de problemas... Me parece que ahí hay una clave para el éxito a la hora de dirigir».

Hace años, al barrio de Miguel llegó una convocatoria para movilizarse y ayudar a cavar túneles populares. Él fue el primero en apuntarse por aquello del ejemplo. La convocatoria era por tres meses, estuvo diez años. A resultas de cuánto trabajó en los túneles, quisieron premiarlo con la entrega de una casa.

La de Miguel tiene el techo de asbesto cemento, le faltan algunas cosas por mejorar, «pero no acepté la que me daban, había alguien que la necesitaba más que yo y se la cedí».

Algo parecido hizo con la entrega de líneas de teléfono fijo en el barrio. Era él quien tenía que hacer la asignación de los teléfonos, y como había pocos, no se puso en la lista, lo cual le acarreó cierto conflicto con la familia.

Igual sucedió con la reposición de televisores a raíz de uno de los últimos ciclones en que el río se lo llevó todo. Reportaron 17 televisores, incluido el Panda de él, y cuando, como presidente del Comité, ya iba a repartirlos, le llegó un vecino que no se había anotado en la lista.

«La esposa vino con él, llorando; que si los niños; que si por esta vía, que por la otra; imagínese...». Miguel le cedió el televisor que le tocaba.

Y ahora, cuando le pregunto cuáles son sus aspiraciones, sus anhelos, a los 55 años cumplidos, no habla de casas nuevas ni de electrodomésticos u otros equipos.

«Chica, me gustaría poder asegurar bien el techo, poder ponerle algún peso a las tejas porque cada vez que viene un ciclón, ya tú sabes...

«Yo no aspiro a otras cosas porque lo mejor ya lo tengo: mis dos hijos son muy buenos, trabajadores, inteligentes, con criterio propio que saben defender, aun cuando pudieran estar equivocados.

«La niña es un talento, muy inteligente, estudió lo que quería y yo estoy orgulloso de ver cómo le gusta lo que hace como comunicadora social. Y el niño... Mira, mi aspiración es sentarme en un estadio de pelota a verlo jugar».

Miguel en una época quiso ser pelotero y hasta llegó a estar como cátcher en la nómina de Industriales de los años 81-82. «Pero no jugué. Ese mismo año tuve que operarme y no pude cumplir mi sueño. Por eso ahora sueño con estar sentado en un estadio viendo jugar a mi muchacho. Ya está ahora en Playa, en la reserva de Industriales».

La felicidad en el bolsillo

Por esos lezamianos azares concurrentes, Miguel formó pareja con quien luego sería su esposa precisamente un 28 de septiembre, y junto a cada aniversario de los CDR, celebran la dicha de haberse conocido hace más de una veintena de años.

En aquella época era ella quien se desempeñaba como dirigente de los CDR, a instancia municipal, y se lo tropezó mientras él andaba cavando túneles populares y los Comité iban a sumar su aporte de pico y pala.

«El trabajo de Katia y el mío han estado siempre muy ligados. Es una persona que sabe mucho, graduada de Ciencias Sociales; tiene unos conocimientos amplios. Nosotros a veces nos sentamos y discutimos temas, porque no tenemos que estar de acuerdo en todas las cosas para querernos mucho, así como nos queremos».

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Declara con orgullo que en casa es él quien cocina y prepara el café
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Lo dice, y la expresión se le transforma como si fuera un adolescente confesando su amor secreto. Pero en realidad Miguel lo menos que quiere es mantener oculto el amor de su vida, su esposa. Por eso, no tiene a menos contar para que se publique cuánto ha aprendido con ella y que es él quien prepara el café, el que cocina. «Cuando los muchachos llegan de la calle, es a mí y no a la madre a quien preguntan si ya está la comida».

Con igual arrobamiento cuenta que en oportunidades la esposa ha sido su mano derecha también en el trabajo del CDR. «Ha trabajado como organizadora, y en una etapa fue coordinadora de la zona. La admiro cantidad, se preocupa mucho por nosotros y los dos coincidimos en cuanto a la Revolución, estamos implicados por igual».

Hace un paréntesis. La mirada se le escabulle por la ventana saltando de la mata de guayaba al caballo que a lo lejos pasta quietamente, a su perro más grande que anda husmeando por el patio de tierra.

Al instante regresa, impetuoso esta vez, como trayendo una revelación: «Siempre he dicho que tenía que haberla conocido cuando era un niño para estar queriéndola durante más tiempo.

«Yo soy un hombre feliz, a la verdad. Porque la felicidad es lo que tú haces diariamente; hay quien la lleva en el bolsillo y no se entera por andar aspirando a cosas que, en definitiva, no tienen importancia».

La última obra

Tanto piensa Miguel en sus vecinos, que cuando tuvo la oportunidad de hablar con Fidel, fue de las necesidades de ellos y no de las suyas de las que conversó con el Comandante en Jefe.

No fue en el Palacio de las Convenciones ni en ningún otro espacio institucional; sucedió frente a su casa.

«Una vez, ya durante la etapa final de su vida, el Comandante se paró aquí mismo, frente a mi casa; la suya estaba muy cerca de aquí y él pasaba a menudo por este camino.

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Durante la inauguración del parque biosaludable y los terrenos para jugar fútbol y pelota.

«Así que se paró con el carro aquí y vinieron todos los vecinos. Ahí nos pusimos a conversar, los muchachos alrededor de él, y de esa forma surgió la idea del terrenito de fútbol, del parque biosaludable, porque yo ya había hablado de que los niños y los jóvenes de por aquí no tenían cómo entretenerse.

«Enseguida metieron los equipos y empezaron a hacer el campo de fútbol, el estadio de pelota, las mallas... y la gente miraba hacer y me decía “contra, Migue, lo logramos”. Yo había luchado eso durante mucho tiempo».

Miguel cuenta que fueron varios los encuentros de este tipo con Fidel. «En un momento determinado, salió del carro, y ahí en medio de la calle, hablábamos. Su esposa estaba ahí con él, y me llamaba siempre por mi apellido: Sánchez».

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El parque biosaludable, uno de los orgullos del barrio, que mucho lo usa y lo cuida.

«El mismo día que fue anunciada su muerte alrededor de las 11 de la noche, él estuvo por aquí a eso de las tres de la tarde. En esa oportunidad no se bajó del carro, pero abrió la puerta y miró desde el asiento de atrás, donde iba, cómo andaban las obras. Posiblemente, hayan sido sus últimas obras. Se inauguraron oficialmente unos meses después. Vino mucha, mucha gente».

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