Si de respeto se trata: ¡Mochilas a la vista!
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La señora se viró para ver la cara de quien —“aparentemente”— la estaba empujando. Pero no era una persona, sino una mochila cargada de unas cuantas libras. El dueño, un muchacho que no rebasaba los veinte años, se hizo el desentendido, y cuando tuvo un chance, se colocó en otra parte del ómnibus, donde causó la misma molestia.
En nuestro país, el uso de este tipo de cartera es común, pues es cómodo llevarla sobre las espaldas y, además, resulta apropiada para colocar cualquier cosa, por muy pesada que sea.
Hoy la mochila es una prenda de amplio uso, sin distinción de edad ni sexo.
Sin embargo, en la actualidad, quienes la llevan de manera cotidiana —sin distinción de edad ni sexo— no siempre respetan el derecho ajeno, sobre todo ese que resulta necesario tener en cuenta cuando se trata de un servicio público, como lo es el transporte.
Cualquier parte del cuerpo puede verse “agredida” con una mochila. Quienes la portan lo mismo la colocan sobre la cabeza de alguien, la ponen en la espalda, que “rozan” las piernas, por no decir que la batalla es a empujones cuando se trata de subir o bajar de un ómnibus, pues en ese momento sirve como “escudo” protector.
Entonces el dilema resulta complicado y hasta peligroso. La gente no tiene cuidado alguno y mucho menos siente respeto por los demás, incluso si se trata de personas mayores o de la tercera edad.
Hasta aquí la anécdota de todo lo que vivimos todos los días como usuarios del transporte público. Ahora reflexionemos sobre un tema que incide en la disciplina social y que trae consigo disímiles malestares.
Hace unos meses, en estas propias páginas de CubaSí un colega alertaba sobre la desagradable costumbre de quienes, al sentarse, extienden sus piernas sin importarle aquel que tiene a su lado. Se trata de "feas" costumbres que tienen su raíz en la educación de la casa y, sobre todo, en el ejemplo personal de los padres.
No resulta vano repetir que los hijos harán siempre lo que durante años han visto hacer a sus padres. En estos casos, el ejemplo vale más que mil palabras.
Por eso, si un adolescente ve que su padre, su madre u otro familiar suyo, entra al ómnibus con una mochila en la espalda, arrasando todo lo que encuentra a su paso, pues sencillamente hará lo mismo y crecerá sin tener en cuenta esa famosa frase —del político mexicano Benito Juárez— de que “el respeto al derecho ajeno es la paz”.
La otra arista del problema es que en el transporte público (sobre todo el urbano) al chofer poco le interesa lo que ocurre en el interior del vehículo. Él está delante, con un timón en las manos —una gran responsabilidad—, y en ocasiones atrás se “cae el mundo”, y ni siquiera se da cuenta. No olvidemos que muchas veces una música estruendosa, de su preferencia, impide tener el dominio del espacio. Mas ese es otro asunto.
También es frecuente ver a adolescentes y jóvenes sentados que cargan a otros, incluso a más de una persona, en detrimento de los asientos, ya rotos totalmente por esta causa.
Un amigo que roza los 70 años me ha comentado en varias ocasiones la antigua presencia de los llamados conductores de ómnibus, quienes no solo tenían una destreza increíble para caminar de un extremo a otro de la guagua recaudando el dinero —¡y nadie se le escapaba!, según me ha dicho—, sino también para controlar la disciplina en un medio que transporta a las mayorías.
Aclaro que estas líneas no expresan fobia a las mochilas. Nada de eso, también las utilizo, pero hay que saber llevarlas, conscientes de que no se debe molestar a otros compañeros de viaje, sobre todo teniendo en cuenta que aquí en la capital los extremos son muy largos e, incluso, con recorridos que duran más de una hora.
La familia es la máxima responsable de la educación de los hijos. Ella debe enseñarles el adecuado comportamiento ciudadano, teniendo muy presente que “no debo hacer a los demás lo que no me gusta que me hagan”. Sería muy saludable que cada cual tuviera esta máxima presente. ¡Cuántos malestares se evitarían!
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