Teatro de la memoria: antídoto de la nostalgia
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Teatro de la memoria: antídoto de la nostalgia
Fecha de publicación:
8 Junio 2012
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Fotos cortesía de Espacio Teatral La Aldaba
Sin memoria, es prácticamente imposible que personas o pueblos puedan fluir con coherencia e identidad propias.
El presente sin recuerdos resulta tan cambiante e impredecible como arenas movedizas donde la serpiente se muerde una y otra vez la cola en ciclo interminable sin salir del dilema.
Las interrogantes existenciales de quién soy, de dónde vengo y hacia dónde voy, son preámbulos ineludibles al comenzar cualquier emprendimiento y las semillas para construir cualquier futuro.
Ese cable a tierra tan necesario para hacer concreto el mundo onírico, experimentar la solución imaginada o abordar cualquier aventura, es sin duda la memoria, a partir de la cual añadimos los descubrimientos y deslumbramientos que nos asaltan constantemente.
Llevar a escena tales inquietudes existenciales y filosóficas, unidas a concepciones y sentimientos tan abstractos como el paso del tiempo, la angustia por lo desconocido o las disyuntivas que plantea el simple hecho de existir, es misión casi imposible.
Tales presupuestos tuvo Irene Borges, dramaturga y directora de Espacio Teatral La Aldaba, cuando decidió montar “La pintura y otros lugares”, inspirada en la obra plástica del artista francés Alain Kleinmann.
Este creador, descendiente de la generación de judíos europeos que sufrieron en carne propia los horrores del holocausto nazi fascista, es obsesionado reconstructor de la memoria, con el añadido de respetar el principio de su cultura materna de no reproducir la imagen real de las personas.
Borges y sus actores, con el impulso creativo del quehacer de Kleinmann, bucearon en tan inasible material con el presupuesto de traer a la realidad cubana de ahora, como premisa esencial, recuperar valores, errores y horrores imprescindibles para afrontar el reto de seguir siendo y tener derecho al futuro.
El gran acierto de la puesta en escena de Espacio Teatral La Aldaba es la espectacular visualidad, metáfora ideal para la forma fragmentada, difusa, como tras movibles velos semitransparentes, con los cuales se nos presentan en sueños las imágenes y los recuerdos.
Proyectar vistas de los cuadros de Kleinmann sobre la escena y los actores, crea ese aspecto surrealista que por momentos difumina contornos y funde en una sola percepción luces, sombras y cuerpos, panorama al cual ya desde la entrada de la Sala Tito Junco, en el complejo Cultural Bertolt Brecht, va induciendo el laberinto de sugerentes atmósferas y personajes.
Tal entorno visual se complementa con textos extraídos de “La pintura y otros lugares” y “El libro del blanco”, ambos de Kleinmann, del Antiguo Testamento e improvisaciones de los actores, como cordón umbilical que ancla a la realidad cubana toda la propuesta estética.
Porque Irene Borges logró que tales problemas universales del hombre aterrizaran en el difícil momento de transformaciones que vive la Isla y en el cual son protagonistas indiscutibles los jóvenes.
Kleinmann, presente la noche del estreno, estaba impactado porque, confesó, nunca imaginó en la soledad de su estudio parisino, en el cual sus obras dieran pie al hecho teatral tan polifacético, con tal calado filosófico y efectividad escénica.
Sin duda alguna, Irene Borges y sus actores develan de forma original, lenguaje inédito para este acontecimiento cultural, antídoto para las nostalgias humanas y catalizador para los primeros pasos hacia el devenir posible.
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