Donde fuego hubo, ¿cenizas quedan?
especiales

Dicen que uno siempre vuelve a los sitios donde fue feliz y eso mismo pudiera decirse de las parejas. ¿Quién lo duda? Si la relación terminó por determinados motivos, pero la caracterizó el amor y la pasión, difícilmente quede atrás. Siempre existirá el peligro de que esa «llamita» reviva.
De hecho, cuando una pareja recién comienza, en ocasiones sucede que uno de los dos siente celos de la pareja anterior, precisamente por eso de que «donde fuego hubo, cenizas quedan».
Cada relación es única, por eso resulta difícil llegar a conclusiones en un tema como este.
El dicho es tan antiguo como la vida misma. Los recuerdos me llevan, incluso, a historias lejanas en el tiempo que confirman su validez, al margen de años, espacios físicos y contextos determinados.
Una carta, una foto, una llamada telefónica, cualquier detalle nos lleva al pasado, a los recuerdos de un afecto del que no hemos podido desprendernos. ¿A quién no le ha ocurrido?
Hay amores y amores. Algunos pasan sin penas ni glorias; otros se desvanecen en los instantes de la ruptura; y están los que permanecen toda la vida, arrinconados en nuestros corazones, en silencio, apenas dormidos.
Y esto no solo les ocurre a las mujeres, sino también a los hombres. Es una certeza que los grandes amores no mueren, independientemente de la edad y el sexo.
Un instante, una vida, una pasión
Se llamaba Orlando y apareció en su vida cuando apenas eran unos niños. Iban a la escuela juntos y la atracción del uno por el otro surgió en aquellos momentos en que para los demás «el asunto no iba en serio».
Los años hicieron que aquella simpatía, surgida al calor de la adolescencia, no trascendiera. Él se casó con otra, con otras, y ella, como Penélope, no se cansó de esperarlo.
Los años también trajeron los reencuentros. Era, sencillamente, algo muy profundo y grande lo que ella sentía por aquel muchacho a quien jamás dejó de ver con la mirada enternecida de una enamorada. La pasión traspasó el umbral de la adultez, incluso llegó a la ancianidad. Mas ella nunca apagó —ni se lo propuso— las cenizas de ese amor.
Si los vientos soplan, las cenizas…
Es difícil poner el tema en la palestra pública y no encontrar opiniones de la gente. Siempre hay criterios y en este, como en otros asuntos, lejos estamos de la unanimidad.
«Si la relación fue tormentosa, te deja un mal recuerdo —señaló Mariela—. No obstante, si fue algo bonito, no se olvida. Hay momentos en que todo termina y un buen día el reencuentro toca a las puertas. Entonces, con más experiencia y sobre la base de lo que antes salió mal, se hacen las cosas de una manera diferente. Ahí están quienes han tenido suerte en este sentido y las segundas partes han sido buenas.
«¿En mi caso? —explicó con picardía—, algunas veces tengo las cenizas por ahí, medio revueltas, y si el viento sopla un poquito, pues la pasión se aviva. Por eso, quizás, evito la cercanía con ciertas personas. El pasado no se olvida, aunque duela».
Elisa no piensa muy diferente. «Donde fuego hubo, ¿cenizas quedan? No puedo dar una respuesta absoluta, todo depende de las circunstancias, del momento, del escenario, de la casualidad. La vida está llena de matices, es como un arcoíris.
«En mí no han quedado cenizas; subsisten los buenos recuerdos, el cariño, la amistad. Luego han venido otras personas que han cubierto esos espacios, y con ello he sepultado el amor anterior. Es mentira que el pasado se olvida, pero no me gustan las segundas versiones».
¿Qué creen ellos?
Más parcos que ellas para expresar sus sentimientos abiertamente, a los hombres les sucede lo mismo. Se enamoran, sufren, padecen de mal de amores, y también guardan muy bien sus emociones respecto a parejas anteriores.
Reinaldo —artista de la plástica— vio truncos sus sueños cuando Marta lo abandonó. En sus pinturas se reflejaba la tristeza de su alma. Años después conoció a Julieta, quien, a fuerza de paciencia y cariño, le dio un vuelco a su vida.
Sin embargo, siempre me he preguntado —sin valor suficiente para abordar la cuestión— qué queda de antaño. No hacen falta sus palabras, estoy convencida de que, de modo alguno, ha podido dejar a un lado las imágenes de aquella muchacha risueña, de ojos azules, por quien alguna vez suspiró, ¡y de qué manera!
La historia de Alejandro tiene sus puntos comunes. En la década de los 80 viajó a un país del campo socialista donde estudió. Atrás, como otros de su edad, no solo dejó un país, una familia, sino también una pasión. Cada uno de ellos se casó, construyeron hogares y familias, pero siempre hubo algún indicio (pudiera ser curiosidad) de interés del uno por el otro.
Un amigo gay me confesó que, luego de haber perdido una relación de años, jamás ha vuelto a ser el mismo. «Hasta el carácter me cambió y, aunque no he podido rehacer mi vida, y sé que con mi pareja anterior no puedo volver, no te diré que todo lo eché en el saco del olvido. Siempre hay un detalle, una canción, un recuerdo que me lleva al pasado, a ese pasado que me hizo tan feliz y que sé no regresará».
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